Antonio Sánchez García Domingo, 29 de julio de 2012
En
eso quedó el escándalo del asesinato del milenio. Como sus 14 años de
desafueros, en el ridículo. Como para salvarle el rostro, que ya no tiene compostura,
le entregaron la cabeza de cera de un supuesto Bolívar al natural.
Que para mayor INRI pareciera ser una
copia a color de la imagen que la Escuela Médico Legal de Mérida diera a la
publicidad en los años 80. Otra estafa. Eso quedará de esta bacanal del
gobierno de la infamia: en la inmundicia de un pobre y miserable infeliz, que
no encuentra literalmente de qué palo ahorcarse. En su último intento de
medición de convocatoria, fue abucheado y caceroleado por el indignado
vecindario de Coche, que quiso espantar con sus pailas, sartenes y cacerolas la
paupérrima asistencia que logró convocar el falso descubridor del hielo. Pobre
Venezuela, parodia de Macondo: Dios se compadezca.
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Nada expresa de manera más cruenta e irrefutable el derrumbe del caudillo que
todo lo acontecido en torno a los restos del Libertador. Todavía en el fulgor
de su gloria, aunque ya afectado por las primeras derrotas y dando la vuelta a
la esquina con el puñal escondido, como Pedro Navaja, decidió el último golpe
de osadía: descerrajar el sarcófago, desempolvar los despojos y hacerse con la
reliquia de Simón Bolívar en medio de un espectáculo que estuvo pensado como para
un desenlace son et lumiere digno de las pirámides de Egipto.
Siguiendo un guión copiado de los filmes de ciencia ficción, un equipo de
“especialistas”, rigurosamente vestidos de blanco y con los rostros
enmascarados, filmados con tomas cenitales y en medio de un murmullo de
zapatilla forradas y sobajeo de guantes de seda como para manejar reliquias de
la Capilla Sixtina, le mostró al mundo el esqueleto derruido de quien fuera en
vida la máxima figura de la guerra independentista de la América Hispana. Jamás
se sabrá el verdadero propósito de tal ultraje. Conjurados a guardar el más
religioso y críptico silencio, según se comenta con riesgo de perder sus vidas,
los protagonistas de esta operación X se comprometieron a no revelar lo que ya
la chismosa Caracas comentaba por todos los corrillos de la ciudad: angustiado
por sus pesadillas cual Moctezuma ante la proximidad de los conquistadores –
pesadilla de las que la más sangrienta es la desaparición como por arte de
magia de sus soberanos poderes – habría decidido hacerse con polvos de la
osamenta para que un equipo de paleros de grandes ligas de la barbarie
afrocubana le preparara una infusión que le devolviera sus desvanecidos
poderes.
La justificación seudo científica intentaba entre tanto copiarse de unos
documentales de History Channel que pretendían descubrirnos las causas de la
muerte mediante un eventual asesinato del mítico faraón egipcio Tutankamón.
Pues iluminado por unas de esas subitáneas visiones que suelen acometerle en
medio de sus desvaríos, el teniente coronel – bautizado en la portada de una
revista satírico política chilena como Tutankabrón – había recibido de
ultratumba la información de que a Bolívar – no podía ser menos – lo habían
asesinado en la Quinta Alejandrina, en Santa Marta. Autores del heroicidio,
obviamente, la burguesía colombo venezolana. Más concretamente Páez y
Santander, los enemigos mortales del samaritano caraqueño. Prohombres que
dieran luz dos siglos después a los traidores miembros de la Mesa de Unidad
Democrática. En insólita colusión con quien resultaría ser nada más y nada
menos que descendiente del propio Libertador, el joven caraqueño Henrique
Capriles Radonsky. Cosas veredes, Sancho…
2.-
Los polvos removidos por la violación
del sarcófago de bronce en el que durante casi dos siglos reposaran los huesos
de un pequeño gigante conmovieron las redacciones de los medios. Las páginas de
sucesos dejaron de preocuparse del medio centenar de muertos que azotan a todas
las capitales de los Estados más populosos de Venezuela cada fin de semana,
para ocuparse del misterioso crimen del Libertador. Nada de tuberculosis,
“tisis pulmonar” como diagnosticara su abnegado médico de cabecera en la fase
postrera de su vida, el afamado médico cirujano francés Dr. Alejandro Próspero Reverend.
Cianuro o cualquier otro medio letal ofrecido al general por mano aviesa era el
responsable de su temprano deceso. Chávez tenía esta vez los pelos del burro
magnicida en la mano.
Poco efecto habrá surtido el brebaje imaginario – o real, jamás lo sabremos –
pues además de ser azotado él mismo por un tumor maligno que lo acercó
peligrosamente a la tumba – a cuya vera aún se mantiene, según todas las
apariencias – su carrera política cogió definitivamente por el atajo del
barranco. Tocado por la maldición del milenio y parapetado con todo tipo de
esteroides se hinchó como sapo de cuento de hadas, hasta parecer una cruenta
caricatura de sí mismo. Se vio condenado a desaparecer de los entremeses
dominicales, corrió a auxiliarse en brazos de su padre putativo y mantenido
palaciego, en La Habana, fue pasto de todos los rumores y pasó a convertirse en
un fenómeno mediático tipo Jack el destripador o Herr M, el asesino. Personaje
más de Fritz Lang que de Karl Marx, la revolución perdía a su principal mecenas.
Y la política negra ganaba otro personaje de la demonología medieval que la
caracteriza en suelos tropicales.
Entretanto, el mundo seguía dando vueltas. Surgió de los desiertos africanos
como un vendaval la primavera árabe que mandó al infierno a sus más queridos y
dilectos amigos, uno de ellos empalado con un trozo de cabilla recogido del
desierto (sic). La rocambolesca historia de sus sufrimientos llegaba a las
orillas de Miraflores, en donde se armaba el zaperoco de la sucesión. Un ex
capitán de ejército de inicio espaldero pero enriquecido de la noche a la
mañana como en uno de los cuentos de las Mil Noches y una Noche, un ex chofer
de autobús encumbrado a las alturas de la diplomacia mundial como efecto del
aluvión caribeño y un hermano de sangre, tan sombrío como el duque de Orange,
llamado por ello el Rey Taciturno, se trenzaron en la agria pero soterrada
disputa por el Poder. Pero el caudillo de Sabaneta insistió en sus 13. Se
designó, dedocráticamente, único candidato revolucionario. Y comenzó una débil,
azarosa, pálida y desfalleciente campaña electoral, montado en una carroza y
asistido más por un equipo de emergencia sanitaria que por un comando de
campaña.
En pocas palabras: los pies de barro se le comenzaron a desmoronar. Todas sus
virtudes teologales, que lo encumbraran de la administración de una cafetería
cuartelera a la herencia directa del propio Fidel Castro, a la cabeza de la
revolución mundial, fueron opacadas por los chismes, rumores y habladurías de
conventillo sanitario que pretendieron describir con lujo de detalles el avance
irremediable de sus tumores, sus sarcomas, sus células patógenas y otras
desgracias de la oncología. Chávez se moría irremediablemente en medio de la
famosa controversia del milenio: ¿estaba enfermo de verdad verdad o era el
protagonista de una comedia de enredos escrita, escenificada y dirigida por el
propio Fidel Castro para dar comienzo a la Misión Lástima, sacarlo de la fosa
común y reaparecerlo en el escenario venezolano entre explosiones de luminarias
y gritos de admiración, como la última versión del ave Fénix. La resurrección
de Jesucristo, parte 2.
3.-
Jamás sabremos si en efecto padeció el tan
afamado cáncer abdominal que lo tuvo en 3 y 2, fue operado en tres
oportunidades y sanó luego de múltiples sesiones de radio y quimioterapia o si
todo fue una burda trama digna de un director de comedias hollywoodense. Del
que fueran víctimas propiciatorias desde afamados comunicadores sociales hasta
médicos de prestigio internacional. Salvo que en efecto la metástasis se lo
devore y finalmente se nos muera, como suele morírsenos la gente: en el momento
menos pensado.
Sea como fuere: lo cierto es que los meses desaparecido en Cuba – o Dios sepa
dónde – surtieron el efecto contrario. El sapito feo se marginó del debate
electoral, las dudas sobre su sobrevivencia minaron seriamente su actividad de
campaña, sus lastimeras apariciones televisivas lo mostraron como un mortal
más, nada de valeroso y digno, por cierto. Creando las condiciones óptimas para
que emergiera como un volcán el joven Henrique Capriles Radonsky, y lanzado con
todos sus jóvenes bríos a la conquista del chavismo por todo el país lo
acorralara hasta imponerle dejar la comedia de lado y enfrentar el turbión, ya
sin calle, fuerzas físicas ni fervor. Que como bien reza el refrán: amor de
lejos, amor de pendejos.
Fue entonces que sus asesores recordaron la película negra de las osamentas, el
brebaje, los paleros y el sensacional escándalo del asesinato. Se habrá perdido
la partida del tumor, que parece haber postergado su acechanza hasta el zarpazo
final, pero aún quedaban algunas cartas de la vieja partida por jugar. Así fue
como volvieron a revivir el escándalo del ultraje. Pero como dice el refrán: al
que llegó a martillo, del cielo le caen los clavos. Los expertos en medicina
legal descubrieron que el ínclito pariente de San Joaquín murió de algo así
como de una tuberculosis. No han encontrado ninguna traza que indique que no
murió de una complicación respiratoria, vulgo tisis pulmonar. Después de tanto
escándalo y esa monumental gastadera de real hubiera sido una vergüenza
confesar que la autopsia original del Dr. Reverend contenía la santa palabra de
un médico serio y devoto de su más importante paciente, irrespetado como suele
hacerlo con quien se le cruce por delante por un teniente coronel con
pretensiones de Dr. Bernard.
En eso quedó el escándalo del asesinato del milenio.
Como sus 14 años de desafueros, en el ridículo. Como para salvarle el rostro,
que ya no tiene compostura, le entregaron la cabeza de cera de un supuesto
Bolívar al natural. Que para mayor INRI pareciera ser una copia a color de la
imagen que la Escuela Médico Legal de Mérida diera a la publicidad en los años
80. Otra estafa. Eso quedará de esta bacanal de tres gobiernos de la infamia:
en la inmundicia de un pobre y miserable infeliz, que no encuentra literalmente
de qué palo ahorcarse. En su último intento de medición de convocatoria, fue
abucheado y caceroleado por el vecindario de Coche, que quisieron espantar con
sus pailas, sartenes y cacerolas la paupérrima asistencia que logró convocar el
falso descubridor del hielo. Pobre Venezuela, parodia de Macondo: Dios se
compadezca.