Por Jesús
Alexis González, 08/03/2015
Separando
la academia de una edulcorada“escritura diplomática”, puede inferirse que el
Gobierno Nacional por intermedio de la hiperinflación
que promueve dentro de un marco de desorden monetario, fiscal y cambiario,
está aplicando la táctica militar de
Tierra Arrasada en aras de devastar la economía venezolana apuntalado en su
accionar por economistas oficialistas “Luthorianos”
(conocimiento para destruir) con la intención subyacente de estimular en
los ciudadanos, tanto una desesperanza y desilusión para que asuman un desanimo
para convivir en un “cascarón destruido”
(emigrar como forma de huir hacia adelante), al igual que en un desencanto electoral para favorecer la
abstención en pro de alcanzar “triunfos electorales en democracia” (con o sin
trampa); con la finalidad de “ganar tiempo” para mantener el ejercicio de su modelo económico devastador, que en un
contexto de populismo a través del gasto público y un apoyo mediático arrastre
a la población a “pensar” que los escombros del aparato productivo y el
descontento social ha sido consecuencia de una guerra económica en armonía con
la conspiración de la derecha nacional e internacional, bajo el supuesto que
solamente la “revolución” puede garantizar la reconstrucción del país bajo la
consigna: después del desastre,
nosotros.
La hiperinflación, puede definirse como un
rápido aumento de la oferta monetaria originado por una elevada emisión desequilibrada de dinero (impresión
debolívares) para financiar el gasto público, lo cual se traduce, en un primer
momento, en un aumento del nivel general
de precios en aquellos bienes y servicios (ByS) demandados por el Estado a
raíz de los sectores que atiende, como por ejemplo los alimentos y la
construcción de viviendas, hasta extenderse
al resto de la economía en función a que “el dinero malo desplaza al bueno”
(Ley de Gresham). Por su parte, el Consejo de Normas Internacionales de
Contabilidad vincula la hiperinflación con el momento cuando la inflación
acumulada está en o cerca del 100% en un periodo de tres años; mientras que
distintos autores la sitúan cuando los productos aumentan mensualmente a tasas
mayores del 50% e inclusive otros entre un 20% y un 30%. Tal desencuentro
conceptual puede soslayarse, al asumir que el punto de inflexión entre la
inflación y la hiperinflación se sucede cuando el dinero deja de funcionar como
depósito de valor, es decir cuando
la sociedad percibe que el dinero ya no es un activo seguro para conservar su patrimonio. En este artículo,
lo asumimos como válido para la Venezuela actual.
Tal pérdida de confianza en el bolívar, ante la caída de su poder
adquisitivo como consecuencia de la elevación continua de los precios, presiona
sobre el consumo inmediato tanto de ByS como por la adquisición de divisas (aún
en un especulativo mercado paralelo), en razón a la disposición ciudadana de no retener el dinero (ahorrar para qué)
por un tiempo mayor al necesario para cambiarlo (medio de cambio) por activos
no monetarios (bienes reales), al presumir que en un corto plazo el precio del
bolívar (poder adquisitivo) será mucho menor. En fin, se materializa una crisis de confianza por efecto de la
llegada al mercado en forma continua de “nuevos bolívares” no compatible con el
volumen de producción de ByS, generando dudas sobre la capacidad de la moneda
para mantener su valor (temor a un derrumbe monetario) que lleva hasta
propiciar un deterioro de la base
monetaria ante la paradoja que dicha crisis fuerza un aumento de la emisión
de bolívares, o que demasiados bolívares destruyen la confianza; que en
cualquiera de los casos provoca que el dinero
como depósito de valor se derrumbey es sustituido por bienes que son usados
como valor-refugio; escenario donde
evidentemente la demanda de dinero se contrae, hasta inducir la desintegración del sistema económico (la
producción se estanca y el mercado se atrofia) con la obvia elevación de los
precios, la caída de los salarios reales y el desplome de vida de aquellos
ciudadanos que reciben rentas fijas (jubilados, pensionados, etc.). En tal
sensible situación, el Gobierno “aprovecha” para instaurar controles sobre los
precios, costos y ganancias con intención de demoler el sector privado que es
el fin ulterior de la táctica (Sunndde incorporó en marzo 2015 unos 700
fiscales y 20.000 inspectores populares) acción que sin duda conduce al
desabastecimiento y la escasez (deseado como intención devastadora); pero al
propio tiempo no detiene (el Gobierno) el incremento persistente de la oferta
monetaria (recurso destructor) mediante la emisión de dinero inorgánico (sin
respaldo metálico) por parte del BCV, que al propio tiempo le facilita
continuar elevando el gasto público(estrategia populista)en un continuo
monetizar del déficit fiscal que se ubica en un elevado porcentaje del PIB.
A tenor de lo expuesto, pareciera que en efecto está en marcha un ataque frontal sobre la economía nacional
mediante la aplicación de la táctica militar de Tierra arrasada en pro de mantener el poder al margen de algún referente ideológico; lo cual nos estimula a
concluir con una cita del afamado economista P. Samuelson: “….la solidez
política de una democracia está estrechamente ligada al mantenimiento efectivo
y estable de la calidad de vida y alto nivel de empleo….”, “….o consiguen
controlar las depresiones y las inflaciones extremas, o la estructura política
de la sociedad estará en peligro”.
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