Por José Domingo
Blanco, 29/05/2015
Y sigue el
descontento en aumento. Pero, el del pueblo chavista que, insisto, no está
satisfecho con la gestión –y el desastre- de Nicolás. No les gusta Maduro y ya
no se lo callan. Ni lo defienden, ni lo apoyan como antes. Incluso, no se
eximen de poner en duda la última voluntad del difunto. Tampoco entienden por
qué les pidió votar por alguien que, ni remotamente, se parece a su “comandante
eterno”. Es tanto el desencanto del soberano “rojo-rojito” que los aferrados al
poder, ya no saben qué inventar para prolongar la estadía en sus cargos, esas
posiciones de las que han sacado tantas prebendas y les han permitido una vida
de lujos y despilfarro.
La tarea no está
fácil porque no lograrán convencer al pueblo “rojo-rojito”-ese que pasa horas
en colas para comprar un pollo o un kilo de harina de maíz- que la cúpula del
desgobierno vive del sueldito quince y último que les paga el Estado. Es que ni
usando como estrategia de campaña afiches con las fotos de Cilia o Nicolás,
frente a Mercal o el Abasto Bicentenario, haciendo su cola kilométrica para
comprar un kilo de café o un paquete de pañales -según el último número de la
cédula- lograrán bajar los niveles de “calentera” que siente ese pueblo que
creyó en Chávez y, por retruque, en Maduro. Porque, el pueblo mesmo, jamás se
encontrará a los secuaces del gobierno en la morgue reclamando al familiar que
les mató el hampa, ni tampoco peregrinando de un hospital a otro para ser
curados de sus dolencias, ni padeciendo la escasez, ni asfixiados por la
inflación. Porque la gente que está enquistada en el desgobierno, no tiene ni
ganas, ni intenciones de abandonar sus curules ni sus posiciones de poder para
darle paso a la generación de relevo. Los enquistados quieren seguir
gobernando, no para beneficio del pueblo, sino propio.
El soberano
rojo-rojito, ese que ¿amó? a Chávez, no está contento. Y sus quejas son cada
vez más parecidas a las de aquellos que están en el bando de la oposición. La
contrariedad les aumenta en la misma proporción en la que pierden libertades y
calidad de vida. El círculo de deterioro aumenta metiendo en ese diámetro a
quienes creyeron en esta revolución. Las divisiones y las fracturas en el chavismo
son públicas y notorias, aunque se empeñen en disfrazarlas. Este parapeto no
tiene esqueleto y amenaza con desplomarse. Y ellos, los que hoy ostentan el
poder, saben de la amenaza y del riesgo que supone perder popularidad o unas
próximas elecciones. Lo que está en juego es mucho más que la “buena vida”
lograda de una manera cómoda –por no decir corrupta.
Entonces, un
escenario donde el pueblo rojo-rojito, ese que amó a Chávez, no los apoye, es
algo que los tiene asustados. Al lujo, al confort y la abundancia se acostumbra
hasta el ñángara más radical. Incluso esos dirigentes –hoy bastiones de esta
revolución- que antes vivían en Artigas o andaban en autobús, y que hoy la
riqueza les brota por los poros, y no se preocupan en ocultar. Que se les cierre
el maná y que tengan que viajar menos al extranjero, o ya no tengan tanto
acceso a los dólares preferenciales, o que tengan que reducir la cantidad de
guardaespaldas, o desprenderse de uno de sus carros de lujo, o llevar a la
mitad el clóset con ropa de marca, los debe tener preocupados. Porque el pueblo
chavista está que arde, de a tirito, de a toque. Y cada vez cuesta más arriarlo
a los actos, a las concentraciones e incluso a las mesas de votaciones.
Los chavistas, esos
que siguieron al difunto presidente, ya no están tan dóciles. Tampoco quieren
seguir viendo las mismas caras rotando de un ministerio a otro. O empotrados en
una curul. Ya los conocen porque han tenido 16 años para demostrar sus
fracasos. El desgobierno y su cúpula están conscientes de la pérdida de
popularidad y seguidores. Por eso, las divisiones. Por eso, los
enfrentamientos. Por eso, el desespero. Por eso, los reclamos. Por eso, el
nerviosismo… por eso: rodarán cabezas y se fracturarán lealtades. Saben que
tendrán que sacar la maquinaria pesada para remontar los números y salir
victoriosos en las parlamentarias -si acaso llegan a realizarse, aun cuando
sigan insistiendo mis dateros que serán en diciembre. Por eso, en pocos días
volveremos a oír el jingle pegajoso y emotivo. Desempolvarán los discursos de
Chávez. Se aferrarán a él como última salida. Por eso, de nuevo, tapizarán a
Venezuela de corazones: para recordarle a los chavistas que están a punto de
desertar, que Chávez es el “Corazón del pueblo”.
Pero, ni con eso
lograrán aplacar las cada vez más frecuentes manifestaciones de rechazo de
sectores que en algún momento fueron partidarios del oficialismo. Aumenta el
número de chavistas que está migrando a los grupos surgidos del divorcio o las
rupturas –irreconciliables-con el Psuv. El pueblo rojo rojito ya no comulga con
la misma devoción con las acciones de sus dirigentes y está perdiendo la fe en
la misma medida en la que pierden poder adquisitivo.
El desgaste de los
actores políticos del chavismo es evidente, y así lo sienten quienes ven a
Maduro y su combo, como los únicos responsables del viraje –o la caída en
picada- que sufre la revolución. Sin duda, hay todavía quienes verán en Chávez
al pater familias que los sacó del abandono y los hizo visibles. Para
otros, para quienes nos opondremos siempre a este modelo comunista y
antidemocrático, el difunto comandante no será más que un histrión megalómano
que supo movilizar a las masas a su antojo, para consolidar en nuestro país un
modelo fracasado, que nos hunde en la miseria. Esa, por siempre, será la gloria
y la condena del chavismo. Y los que un día fueron rojos-rojitos verán a
Nicolás como la terrible consecuencia de una gestión que está a punto de hacer
implosión.