Por Gustavo Yepes,
07/06/2015
Existen dos tipos
de Otitis. La primera, la de verdad, consiste en una infección del oído medio
que puede traer graves consecuencias, como la sordera crónica, si no es bien
tratada. La otra tiene que ver con el amplio repertorio de excusas que usan los
estudiantes para no ir a clases, o los adultos para faltar al trabajo o a una
reunión que quieren evitar, o para no montarse en avión, por sólo citar algunos
ejemplos. En el caso que nos ocupa, que no voy a decir cuál es porque ustedes
saben, yo tengo la certeza de que se trata del segundo tipo. Es, sin duda, un
caso severo de Otitis crónica que ha derivado en sordera crónica, o viceversa,
como mejor les parezca, de los que han sido catalogados coloquialmente como “no
hay peor sordo que el que no quiere oír”.
No quiero parecer
superficial, y tengo muchas razones que justifican mi certeza. En primer lugar,
se trata de alguien que tiene años oyendo sólo cuando le conviene. Sus
allegados saben muy bien que tiene el oído afinado para escuchar halagos. Basta
que digas algo que no le guste para que, o se haga el loco, o te mande poner
preso en el mejor de los casos, y esto último no es porque te escuchó sino
porque sus dueños le pasaron un papelito con la sentencia ya cocinada. Por otra
parte, es impresionante el número de gente, dentro y fuera del país, que le
solicita que rectifique, que tome acciones contrarias a su naturaleza en cosas
simples tales como respetar los derechos humanos, y él nada, no escucha, es
sordo.
Lo último, ya
conocido por todos, es que se iba a encontrar cara a cara con una persona a
quien él teme profundamente, y ¡zas!, finalmente confesó lo de la Otitis,
aunque realmente ha debido confesar la sordera ya mencionada, pero no se
atrevió a llegar tan lejos. Era el momento de escuchar verdades, pero un
“revolucionario” que se respete no está para esas cosas. Sólo debe enfocarse en
mantener el poder a toda costa, incluso de la vida de quienes se han atrevido a
hablar y, para lograr ese objetivo, escuchar verdades puede ser muy peligroso.
Por eso, todos los
que padecemos penurias a causa de esa sordera, debemos gritar más alto.
Sabemos que él no va a escuchar, pero los que le pasan los papelitos sí que
escuchan, y el mundo también escucha. No podemos evitar que él se haga el
sordo, pero si estamos en capacidad de alzar nuestra voz, tan pero tan alto,
que alguien tenga que escuchar.
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