Por Leonardo Morales
Exhaustos y con las
pulsaciones cardiacas en el tope de lo tolerable muchos venezolanos, miles de
ellos, nadaron y chapaletearon desde principios de siglo para procurarse el
paraíso prometido por esa suerte de mesías que, finalmente, los dejó embarcados
o, como suele decirse, “vestidos y alborotados.
Un vernáculo populista,
aprovechado de la maledicencia de una élite que creyó que cualquier cosa era
mejor que lo existente, se hizo del poder. Así llegó Chávez, un veguero con el
que los militantes de la antipolítica creyeron haber hecho el negocio del
siglo. Nadie prefiguró, ni los fervorosos antipolíticos ni quienes serían
reivindicados del olvido de la clase política cuarto republicana, las circunstancias
que les está tocando vivir: unos, los afortunados, comiendo y bebiendo fuera lo
que aquí no hay y, los otros, la mayoría de los revindicados, despotricando en
colas del heredero que no supo o no pudo mantener el edén.
Cada vez que un país es mal
conducido o es azotado por una grave crisis que toca severamente a los
distintos sectores de la sociedad las consecuencias son más o menos
predecibles; la antipolítica que nunca desaparece, siempre está allí, a la caza
de una oportunidad, rápidamente lanza zarpazos para destruir la
institucionalidad democrática; siempre aparecerá una alternativa frente a lo
existente, un outsider, que desalojará a la vieja élite política del poder; los
sectores más vulnerables verán en el nuevo líder al Robin Hood anhelado.
Redentor carismático
Nuestro Robin Hood se
sacudió a los aprovechadores de vieja data e inició su travesía por el
populismo. La bonanza petrolera del país se convirtió en el aliado fundamental
para satisfacer, casi que personalmente, las exigencias sociales de los
sectores más pobres del país. Misiones por doquier y los poderes rodilla en
tierra para satisfacer las peticiones del nuevo líder y redentor de los pobres.
El populismo, de izquierda o
de derecha, sabe mostrarse: un líder carismático que ofrece irresponsablemente
lo que tiene y lo que no; desarrollo de una dimensión que lo coloca contra el
orden establecido, en la necesidad y obligatoriedad de la derrota del “otro”
que encarna la razón de sus padecimientos y penurias; crea una relación entre
líder y pueblo, confundiéndose en uno solo, es, en fin de cuentas, el soberano
absoluto que encarna la voluntad del pueblo. Claro, si además las
circunstancias lo premian con una renta petrolera alta muchísimo mejor.
Adiós chequera
La vida no transcurre en
línea recta y lo mismo ocurre con las economías. Chávez recibió enormes
ingresos por concepto de la renta petrolera y contribuyendo a un cierto nivel
de debilitamiento institucional hizo uso de ellos sin obstáculo alguno. Nunca
imaginó una caída en los precios de los hidrocarburos y si lo supuso no le
interesó, de hecho la producción petrolera venezolana bajó sin que se
produjeran medidas destinadas a impedirlo.
A Maduro, frente la caída
previsible de los precios petroleros y la inviabilidad del modelo impuesto, le
toco tararear la vieja canción de Larry Harlow “Se me perdió la cartera, ya no
tengo más dinero…” No puede el gobierno de cara a los compromisos contraídos en
exterior mantener un ritmo de importaciones que garanticen el pleno
abastecimiento de los comercios y, además, debe responder a un sector de la
población que en determinado momento vio aumentar su nivel de consumo y hoy
palidece frente a la carestía y los altos costos de los bienes esenciales para
la subsistencia.
En la revolución de Chávez y
Maduro unos, aun embriagados por las promesas populistas, siguen braceando en
mar abierto tratando de alcanzar la orilla, otros, más afortunados, íntimos de
los jerarcas del régimen, disfrutan de abultadas y gordas cuentas en divisas
proveniente de los grandes negocios y ganancias obtenidas en sobrefacturaciones
y de otras operaciones poco transparentes. Los recientes voraces y compulsivos
consumidores regresaron a sus orígenes arrastrando a otros: a la pobreza.
Si el populismo vive
entonces hay que enterrarlo hondo, muy hondo, en el ideario colectivo para
evitar que nuevos redentores aparezcan para desaparecer fortunas
extraordinarias como las que Chávez desparramo en ideas infértiles.
05-08-16
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