IBSEN MARTÍNEZ 06 de septiembre de 2016
@ibsenmartinez
Varado
en el aeropuerto de Panamá, he topado con quien alguna vez fue doble de Nicolás
Maduro.
Su
trabajo era desviar —o atraer; de estas cosas poco sé— el fuego franco de algún
magnicida. El lector, ¡ni nadie, vamos!, está obligado a recordar cómo durante
la VII Cumbre de las Américas, realizada aquí en Panamá, en 2015, los hombres
del servicio de seguridad de Nicolás Maduro dispusieron una troupe de dobles
del primer mandatario venezolano y su esposa, Cilia Flores, con el doble
propósito de despistar a la prensa y hacerle la vida difícil a los magnicidas
de los que venimos oyendo hablar desde los tiempos del Gran Charlatán de los
Pueblos de América, el difuntísimo Hugo Chávez.
Yo
aguardaba un vuelo retrasado y el doble de Maduro atendía un outlet de tabacos
y licores en la zona de libre comercio del aeropuerto. ¿Cómo supe que alguna
había sido doble de Maduro? Pues, muy sencillo, porque a su modo rechoncho y
algo mayor y solo media pulgada menos alto que el original, es el vivo retrato
del desdichado presidente venezolano a quien, hace poco, han correteado al son
de cacerolas los habitantes de una pequeña villa miseria, en la Isla de
Margarita, en la costa oriental de Venezuela. Le comenté, jovial y sin
demasiado énfasis, si no le habían dicho nunca que es idéntico a Maduro.
"Seguro",
respondió, y pillé un sonsonete cubano en su habla. Entonces, con el orgullo de
quien dice, "yo fui ordenanza del Kaiser Guillermo II", me dijo que
había sido uno de los 15 escogidos por el G2 para confundir a los enemigos del
sucesor de Chávez en aquella ocasión.
"¿Ha
dicho usted 15? ¿15 dobles de Nicolás Maduro?", exclamé, incrédulo.
"Como
lo oye. Los 15, con nuestras respectivas Pimeras Combatientes, estábamos
alojados en el mismo hotel, ese que está al frente del centro de convenciones
Atlapa. La idea era salir, como por goteo, por la puerta del hotel, camino al
centro comercial. Maduro, el verdadero, salía conduciendo él mismo una
camioneta por la trasera del hotel".
Le
pregunté si no le dio miedo que le arrearan un tiro de M-107, calibre .50, en
la cabeza, desde alguna azotea situada lo menos a dos mil yardas de distancias.
Bajando
la voz respondió, con un guiño: "Ni por un segundo". ¿Cómo podía
estar tan seguro? Chávez y Maduro y Diosdado Cabello llevan años advirtiendo
de un plan magnicida: los EE UU han temido siempre que el ejemplo de la
Revolución Bolivariana cunda en América Latina.
"¡No,
chico! ¿Quién va a estar interesado en asesinar de un mameyazo calibre .50 a
semejante cantamañanas?". Añadió que "esa bobera de los dobles era
solo para darse pisto", pero en realidad el tipo nunca corrió peligro
alguno. Me dijo que Maduro, tomándolo por un colombiano, compatriota suyo, le
agenció papeles venezolanos con los que logró desertar del G2 y permanecer en
Panamá.
En
efecto, recordando aquella cumbre, Barack Obama se reunió a puerta cerrada con
Maduro y eso dio un respiro de cinco minutos a los hombres de la CIA encargados
de proteger en todo momento a Obama. ¿Qué podía ocurrirle a solas con un tipo
como Maduro que tiene 10 dedos pulgares?
Pagué
la botella, y me despedí pensando que al tipo que por poco linchan hace poco
los habitantes de un poblado en Margarita no era un doble sino el mismísimo
acorralado por los tiempos que dejará el poder más temprano que tarde.
Al
desdichado Nicolás Maduro ya no le quedan ni siquiera dobles que echar a las
fieras.
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