CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 12 de marzo de 2017
@CarlosRaulHer
Sabe
mejor que nadie el maestro Elías Pino que la historia es una buena excusa para
hablar del presente. Un complejo de culpa tejió la leyenda de “el día que
bajen los cerros” en castigo al egoísmo de la próspera gente del Valle,
indiferente a las penurias “de La Charneca”. El 27 de febrero de 1989 la
profecía se cumplió, de los cerros bajó la avalancha y se unió el populacho
de clases medias. Para políticos, sacerdotes, sindicalistas, empresarios e
intelectuales, los saqueadores eran virtuosas víctimas de la sociedad y por eso
persiguieron al ministro de Defensa, general Ítalo Alliegro, símbolo del orden
y semiológicamente hicieron del héroe el criminal. La otra parte del mito,
creada por Chávez e ingenuamente seguida por otros, fue usar la teoría de la
conspiración, una todopoderosa y genial maniobra izquierdista: fue una
operación revolucionaria, nuestra propia Ofensiva Teth. La
“explosión social”. Y bastantes se lo creyeron.
La
muchedumbre silenciosa y decente de los cerros, se quedó aterrada y asqueada en
sus casas, pero el mea culpa de los poderosos hirió a la
democracia y dejó una cicatriz mucho peor que las depredaciones mismas. La
democracia no sirve y los ricos, la corrupción, los políticos, el
neoliberalismo, el FMI, los especuladores, eran los malvados. Pequeños
comerciantes, dueños de abastos, panaderías, carpinterías, talleres, quedaron
en la ruina. Algunos mintieron que eran miles de muertos, contra lo que
reportaron funerarias y hospitales, y como el número de urnas y fosas no daba,
la falta de escrúpulos politiquera inventó un tenebroso barco de la muerte que
arrojó en altamar montones cadáveres, y otros tantos fueron a prolijas fosas
comunes. Quiebran una sociedad con problemas pero en progreso, como la describe
Manuel Carrillo de León en su libro El fusilamiento de la decencia (2017).
Teoría
de la conspiración
Salvo en la guerra de masas de Vietnam, nunca, never, jamás, en ninguna parte del planeta nadie demostró semejante capacidad insurreccional. Tal vez la tendrían Hitler, Mussolini o Perón y consta en sus movimientos, pero no una pequeña izquierda ocupada en construir microespacios electorales. Y los grupos pretendidamente insurrectos, ñángaras, células, aisladas con nula capacidad operativa, eran extraterrestres, por no decir que odiados por la gente normal de los tres o cuatro barrios donde “hacían trabajo” (favor no contar cuentos...). En 2011, Londres, Birmingham, Liverpool y Manchester se sacudieron con idénticos riots cuya diferencia con nuestros 27 y 28 de febrero fue una cosa: empresarios, eclesiásticos, políticos, sindicales e intelectuales, los enfrentaron enérgicamente. Los entonces jefes del gobierno y la oposición, David Cameron y Ed Milliband, propusieron rápido castigo judicial (hubo más de tres mil procesados).
Inefables
sociólogos hablaron de las “causas profundas”, de la “injusticia social”, como
si se tratara de Somalia, Etiopía o Cuba. ¿Será Birmingham un infierno de masas
hambrientas y oprimidas que devoran una sopa comunal? ¿Habrá que hacer un mundo
en el que nadie tenga siquiera que pagar un recibo que lo saque de la
felicidad absoluta, cada quien con sus sesenta y cuatro doncellas huríes
y ríos de leche y miel? Pero… ¿por qué no armaron turbas a Mao, Stalin, Franco,
Ceausescu, Chapita, Pol Pot, Lukashenko, Mugabe, Pinochet, Castro o Kim
Jong-il? ¿Será porque la gente ahí era (es) muy feliz? ¿Por qué ocurren en
sociedades prósperas y democráticas? En la sesión del Congreso de Venezuela
aquel día, mientras más brillaba la luminaria en la tribuna, más lamentable su
testimonio para la (ridícula) historia. Igual intelectuales o
empresarios.
Bajan
los cerros en Montreal
Besaban los pies de la barbarie (como algunos hicieron el 4F). ¿Qué mecanismo falla para que en una sociedad estalle el pillaje? En el estudio de veinte casos de este síndrome hooligans se repite una variable constante, sin folclóricas teorías de la conspiración. La violencia en cadena se produce cuando y solo cuando el Estado no responde contundentemente al inicio de una alteración del orden público. Es un problema policial. Lo dijo el entonces primer ministro Cameron: la pifia de la policía, atolondrada por la turbia muerte en sus manos de un delincuente (Mark Duggan), la inhibió ante el primer motín con vidrieras rotas. Eso estimuló las pandillas hiperconectadas a actuar (sin que se pretenda culpar la tecnología). En Nueva York del siglo XIX las pandillas los Conejos Muertos, los Pendencieros y los Nativos del “Carnicero” Cutting, y en el XX Al Capone y Dillinger, funcionaban bien sin Blackberry ni iPhone).
En
1863 tuvo la marina que terminar a cañonazos desde el Hudson el levantamiento
de los gangs en Five Points en vez de la
policía arrollada. El 17 de octubre de 1969 en Montreal (¿un infierno social
inhumano?) la policía se declara en huelga: hubo saqueos, destrucción y asaltos
a bancos hasta que intervinieron el ejército y la Policía Montada. En Nueva
York el apagón de 1977 tomó desprevenidos a los gendarmes y hubo mil
seiscientos dieciséis saqueos, y mil treinta y siete incendios. En 1992 el
bandolerismo incendia Los Ángeles. Había aparecido en TV el video aficionado de
la paliza que la policía le dio a un negro, Rodney King, e intimidada, se
acuarteló y no detuvo el arranque. En los saqueos de Caracas estaba en huelga
la Policía Metropolitana. El gobierno sabe y por eso no habrá “explosión
social”.
Carlos
Raúl Hernandez
@CarlosRaulHer
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