Carlos Rubio V. 10 de mayo de 2018
@jrvizca
Anteriormente
escribí un artículo en el cual hacía la alegoría de las elecciones
presidenciales como un fruto prohibido.
En el
mismo aduje que tales comicios eran una cicuta, una suerte de manzana
envenenada, pues no hay nada más aplastante para la moral que ofrecer
esperanzas para luego desvanecerlas. Ese ha sido y sigue siendo el juego del
régimen instalado en nuestro país, ya que su naturaleza totalitaria y
malevolente es más que manifiesta. Ahora bien, siempre habrá incautos que en su
buena fe o, mejor dicho, su desesperación, estarán dispuestos a creer en lo que
sea para ver a este infierno terminar. No los culpo. No los condeno. Pero estos
tiempos no son para creer ciegamente sino para pensar con claridad.
En
Venezuela sentíamos que el mundo se acababa con la primera "elección de
Maduro" e, irremediablemente, con la instalación de la constituyente
comunal y las simulaciones electorales; sin embargo aquí estamos, la vida
continuó aunque el panorama tanto del país como del régimen ha sido de total
deterioro desde entonces. En tal sentido, cabe preguntarse si la predecible
coronación del tirano será nuevamente una causa de depresión colectiva. Leyendo
los resultados optimistas de la Encuestadora Meganálisis, para el 21.4% de los
electores será una frustración porque aún creen en la elección como un
mecanismo para el cambio, pero para la gran mayoría, el 67.5% del universo de
los electores, quienes se han dado cuenta que es una completa farsa, será una
opción coherente ante la realidad nacional e internacional y optará por la
abstención. ¿Qué significa esto? Que el pueblo ha tomado consciencia y está
viendo al fraude venir, siendo esto un hito que comprueba la inteligencia y el
sentido común del ciudadano promedio.
Por
tal razón, el asunto va más allá del presunto cataclismo que supone la referida
coronación del otrora ejecutivo nacional. Lo realmente importante está en los
acontecimientos posteriores a ese suceso tan burlesco para la historia patria.
Las señales a nivel internacional ya están dadas: el desconocimiento del
proceso electoral espurio, la hoja de curso en torno a Venezuela planteada por
el Vicepresidente americano Mike Pence en la OEA y, como por si fuese poco, la
falta de voluntad del Presidente dominicano Danilo Medina de involucrarse en
otro de esas negociaciones o transacciones que tanto le han servido a la
tiranía. Al respecto, puede aducirse sin
temor a equivocarse que el mundo se les pondrá muy chiquito a los jerarcas de
la “Revolución Bolivariana”. El desconocimiento de la elección implica
necesariamente, la pérdida de la legitimidad de origen del que hoy se asume
mandatario de la nación, cosa la cual, en conjunto con el descubrimiento de los
nexos del régimen con el narcotráfico y terrorismo internacional, vuelve
inevitable el aislamiento económico, legal y diplomático del mismo.
Solo
contando con las perspectivas en lo internacional cabe que nos preguntemos, si
lo que ocurrirá el 20 de mayo será una coronación o una ejecución, porque todas
las acciones del propio Maduro en el poder nos llevarán evidentemente al
suicidio financiero y, por ende, a la concreción definitiva del colapso
sistémico que nos viene destruyendo. Por supuesto, las consecuencias de dicho
desenlace acarrearán costos increíbles para el pueblo llano, pero ¿qué tanto
puede sostenerse el aparato estatal ante la quiebra total y la privación de
recursos? En este punto, los servicios públicos fundamentales (carreteras,
agua, electricidad, gas, sistema financiero) están ya en el abismo o, a duras
penas, pendiendo de un hilo. Siendo así la situación, debemos pensar que la
estructura de la dictadura reflejará la misma decadencia e implosión
internamente. Puesto de otra forma, podemos decir que el techo se nos está
cayendo encima y eso incluye a los sátrapas del régimen.
Como
se ha expuesto, en cuanto a lo externo estamos claros de lo que viene después
del 20 de mayo, por lo que falta resolver la cuestión de lo que podría
acontecer a lo interno. Lo primero es concientizar dos premisas: el camino
electoral está cerrado y el colapso es una condición necesaria mas no
suficiente para el cambio. Estando eso internalizado, podremos observar que los
porcentajes de participación electoral, anteriormente citados, encierran la
posibilidad del reinicio de la lucha ciudadana de carácter masivo. ¿Por qué?
Por cuanto en ellos denotaremos que la mayoría del pueblo se ha desligado del
electoralismo como la solución para nuestro conflicto, quedando solo la
protesta como alternativa plausible. Esa resolución de las mayorías es una a la
que las minorías (21.4%), ante el fraude evidente y la miseria inexorable,
probablemente se plegará una vez aceptada la realidad a la mayoría del (65.7%)
para sumar el 87%.
Nuestra
lucha, posteriormente a la susodicha “coronación”, es de carácter existencial.
Lo que es decir, nuestras vidas mismas, nuestra propia sobrevivencia, dependen
de que el tan anhelado cambio político se dé. Venezuela es testigo diario de un
promedio de cuarenta protestas populares. Las necesidades de nuestra gente se
acrecientan a pasos agigantados. En poco tiempo no habrá subsidio, cheque o
caja de comida que pueda cebar o sobornar. Todo lo que necesitamos hacia el
futuro cercano es reaccionar, pero reaccionar como pueblo ciudadano, no como
comunidad o parroquia. No podemos seguir aceptando pañitos tibios para los
síntomas, sin tratar la enfermedad responsable de tanto pandemonio. Debemos
exigir la cura y deberemos hacerlo pronto, hacerlo con fuerza, gallardía, fe y
con la convicción que a través de la lucha ciudadana y la presión
internacional, incluyendo su intervención directa al estado forajido, podremos
salir de nuestras angustias y vicisitudes.
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