Por Arnaldo Esté
La crisis general no es
exclusiva del gobierno. La hemos tratado de explicar al decir que su
profundidad y amplitud alcanza los constituyentes éticos, los grandes
referentes de la cohesión. En esa condición, las miradas y atenciones se evaden
buscando excusas, fugas, exculpaciones y codazos a los vecinos. Se oculta la
propia responsabilidad y se hace difícil la autocrítica.
En este mierdero todos tenemos
parte.
Los males son de viejo origen,
tal vez con las costosas guerras del siglo XIX que no terminaron de cuajar en
un proyecto, o con el otro general, generalísimo, de los muchísimos que hay y
han habido, pacificador, asesino y ladrón, con el que arrancó la petrofilia y
la disolvente migración hacia las ciudades.
Por muchos caminos se pueden
ir las explicaciones, pero el resultado es lo que tenemos: esta dictadura sin
argumentos, peligrosamente asustada por lo que les pasa a Nicaragua y a Correa.
Ante este reguero de
destrozos, nos toca comenzar con nosotros mismos, es nuestra crisis, repito.
El propósito es la
integración; la necesaria cohesión y los procedimientos tienen que ser los
inherentes a la profundización de la democracia, practicándola y, en ese curso,
adelantar la construcción.
Como metáfora muy repetida,
una crisis puede ser de preñez y parto.
Crecen las protestas y con
ellas se multiplican las organizaciones y acuerdos para actuar. Son señales que
muchas veces tienen un sabor reactivo e inmediato, pero que deberían ser
acompañadas por reflexiones y discusiones que cultiven un nivel político.
Los esfuerzos y la gente, que
ya mostró su coraje y compromiso enfrentando represiones y violencia, ahora
deben tener espacio y trabajo para la reflexión y el diseño de formas de
relación permanente, de organización, que exprese la complejidad de las tareas,
no solo para el cambio de gobierno sino para el logro a largo plazo de este
país.
07-07-18
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