Por Andrés Cañizalez
Como lo hemos señalado en
un texto anterior en Prodavinci,
desde el poder político en Venezuela se intenta desconocer el fenómeno por el
que está atravesado la sociedad venezolana: la emigración masiva. Se trata de
un asunto de envergadura, con impacto social y económico dentro y fuera de
Venezuela. En respuesta a sus efectos en los países de acogida, se mueven las
piezas del ajedrez político e institucional en América del Sur, principalmente,
con apoyo de entidades como la Organización Internacional de Migraciones (OIM).
A fines de junio en Lima, el director regional de la OIM, Diego
Beltrand, advertía sobre la necesidad de que los países sudamericanos se
prepararan para hacer frente a los efectos de esta emigración masiva. Según sus
estimaciones, desde 2016 y el primer semestre de 2018 salieron de Venezuela un
total de 2 millones de personas. Desde ese momento –y
la tendencia sigue siendo la misma–, los venezolanos que ahora salen del país
mayoritariamente a pie para poder traspasar las fronteras, se están dispersando
por varios países de la región: Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina y
Chile.
La reciente visita de una
delegación del Parlamento Europeo a las ciudades
fronterizas de Cúcuta (Colombia) y Boa Vista (Brasil), donde están en este
momento las mayores concentraciones de venezolanos, dio pie a que este 5 de
julio se aprobara un contundente pronunciamiento sobre la crisis humanitaria en
Venezuela, la cual tiene como trasfondo las crudas imágenes y vivencias que
captaron los eurodiputados sobre el terreno.
El tratamiento académico y
periodístico ha apelado al concepto de diáspora para referirse a esta
emigración masiva de venezolanos. Un fenómeno que seguirá manifestándose en
este 2018 y seguramente en 2019, en la medida en que no se resuelva la crisis
económica.
Es común llamarle diáspora
tanto en documentos académicos, en reflexiones intelectuales y en notas
periodísticas. Contrasta de forma notable con el concepto de exilio que se le
dio a la emigración cubana, también masiva, tras el triunfo de la revolución
castrista en 1959.
Al hablar genéricamente de
exilio se le da, principalmente, una connotación política y de salida forzada
del país. No en todos los casos es lo que ha ocurrido en Cuba, pero hay
coincidencias en catalogar de exilio al fenómeno tanto por quienes están dentro
o fuera de la isla. Wikipedia, sin ir muy lejos, tiene una entrada en sus
referencias sobre “exilio cubano” pero no acepta como definición “diáspora
venezolana” y recomienda buscar “emigración venezolana”, al menos en el ejercicio
de búsqueda que hemos hecho durante el mes de abril de 2018, a los fines de
este texto.
Siguiendo con Wikipedia, la
definición que ofrecen de diáspora es
esta: “la dispersión de grupos étnicos o religiosos que han abandonado su lugar
de procedencia originaria y que se encuentran repartidos por el mundo”. No hay
cifras oficiales sobre el número de venezolanos que han emigrado, asunto sobre
el que volveremos más adelante, pero hay suficientes señales de que
efectivamente los venezolanos se han dispersado en diversos lugares del
planeta.
El 16 de julio de 2017 se
llevó a cabo una consulta ciudadana, para manifestarse en contra de la
propuesta oficial de implantar una Asamblea Nacional Constituyente, propuesta
lanzada por el presidente Nicolás Maduro el 1 de mayo de 2017. De acuerdo con
las reseñas periodísticas, en 101 países se instalaron mesas de votación y
acudieron venezolanos en edad de votar para expresar su punto de vista, que
mayoritariamente se manifestó en contra de la propuesta de Maduro.
Otro dato que puede ayudarnos
a ver la condición de diáspora que adquirió la emigración venezolana, proviene
de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), mi casa de estudios, y lugar en
el que laboro como investigador. La Dirección de Egresados de la UCAB
contabiliza profesionales graduados en esta universidad –que no es la más
grande del país– en 47 naciones, afincados principalmente en América y Europa,
pero también hay ucabistas en Asia, Oceanía y Medio Oriente.
Si bien como hemos señalado,
la salida masiva de venezolanos (al punto de convertir este hecho en noticia
destacada) tiene lugar de forma notable en 2017-2018, el término diáspora se le
asigna ya desde el año 2009, tanto en textos académicos como periodísticos.
En Panamá, en aquel año, ya registran un arribo
significativo de venezolanos y hablan de diáspora, pese a que retratan en
realidad el asentamiento de miles de venezolanos en la capital del istmo. En
sentido estricto no es una diáspora.
Una que sí lo fue, aunque
acotada a un campo profesional, fue la salida de expertos petroleros tras la
decisión de Hugo Chávez, siendo jefe de Estado, de expulsar de forma inmediata
a unos 20.000 trabajadores de Petróleos de Venezuela (PDVSA), en medio de la
conflictividad política de los años 2002-2003. De acuerdo con estimaciones
independientes, de esa cifra de cesantes, una quinta parte (4.000) emigraron para reubicarse profesionalmente en
las industrias petroleras de Brasil, Colombia, México, Canadá y Estados Unidos,
en América, así como en diversos países del Medio Oriente y Asia.
Esa oleada migratoria,
dispersa en varios continentes, puede ser la primera señal firme de que
Venezuela caminaba rumbo a una diáspora migratoria. La llegada de técnicos
calificados de Venezuela, terminó empujando, en el caso de Colombia, a este país hacia un boom en
la explotación y exportación de crudo.
Por ese mismo tiempo, desde el
campo académico, Iván de la Vega publica en 2009 el
primer libro de análisis del fenómeno migratorio usando la categoría diáspora.
El estudioso mapeó la fuga de cerebros en Venezuela desde antes de la llegada
del chavismo al poder (Hugo Chávez juró como presidente por primera vez el 2 de
febrero de 1999). Con más de dos décadas investigando el fenómeno, de la Vega
constató que 72% de los 2.000 profesionales que fueron becados por el gobierno
de Venezuela para estudios de cuarto nivel en el exterior, entre 1970 y 1998,
terminó residenciándose en Estados Unidos en busca de oportunidades laborales Y
recursos para investigar.
En tanto, cuando publicó su
libro a fines de la década pasada, el autor determinó que tras la llegada del
chavismo se había producido una diáspora con el talento venezolano más
capacitado ya que se habían dispersado por 65 países los académicos venezolanos
con doctorados y formación especializada.
En 2007 se produjo un punto de
inflexión en relación con el tema migratorio. Esto estuvo precedido de un clima
político en el que parecía consolidarse el modelo del chavismo: La reelección
de Chávez en diciembre de 2006, con una amplia mayoría de votos (62,8 por
ciento de los votos) fue seguida de una andanada de anuncios oficiales antes de
que concluyera aquel año 2006: declaración de que acogería como modelo al
socialismo del siglo XXI, el cese de la señal de la televisión del principal
canal de televisión RCTV, la pretensión de reformar la constitución para
establecer la reelección indefinida, y la decisión de crear un partido único de
la “Revolución Bolivariana”, entre otras medidas.
El periodista Carlos Subero
recoge bien el clima psicosocial de aquel año 2007 con testimonios que recopiló
para su libro La triste alegría de migrar. Venezolanos que se fueron a
Norteamérica. Un caso destacado es el de María G., de 54 años, maestra y
habitante de una zona popular en Caracas llamada “El Cementerio”. Esta mujer
tomó sus prestaciones (liquidación laboral) como educadora en una institución
pública y “obstinada por la inseguridad y la situación política, vendió su
apartamento, cambió sus bolívares por unos cuantos miles de dólares, tomó a sus
dos muchachos adolescentes y se fue a Atlanta, Georgia”.
Este caso, entre otros tantos,
comienza a simbolizar el cambio que va a ocurrir en relación al tema de dejar
el país. Ya no es típicamente la clase media-alta o los venezolanos más
calificados los que deciden irse. Percibo, como muchos otros académicos, una
especie de quiebre, ya Venezuela no es un país de esperanza para un sector
importante de la población. En ese 2007, según la encuestadora Datanálisis, el
35 por ciento de los encuestados pensaba que lo mejor para su vida personal era
irse del país.
Por su parte, Tomás Páez en
2015 con su libro La voz de la diáspora venezolana, se apropió
cabalmente del término diáspora. Usando medios electrónicos, Páez entrevistó a
850 venezolanos en 33 países, y más que mostrar un dato estadístico, trató de
construir “la voz” social, comunitaria, aunque dispersa, de las razones que
llevaron a la salida masiva de venezolanos de su país.
Según Páez, le resultó
llamativo que ante la pregunta ¿cuándo regresas a Venezuela? un joven, que
había sido su alumno cuando dictaba cursos de sociología en la Universidad
Central de Venezuela, le haya respondido “con asco” para referirse a su país.
Eso desencadenó el interés investigativo del académico, llegando a la
conclusión de que el grueso de las personas entrevistadas (antes de 2015,
cuando aún no adquiría graves dimensiones la crisis económica) se había ido del
país en búsqueda de seguridad personal, dado el clima de violencia e
inseguridad con el que se vive no sólo en Caracas.
No se trata sólo de percepción
de inseguridad. Tras recopilar y contrastar datos a nivel global, siete
ciudades de Venezuela: Caracas, Maturín, Ciudad Guayana, Valencia,
Barquisimeto, Cumaná y Barcelona figuraban entre las 50 más peligrosas del mundo,
según el informe del 2017 del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y
Justicia Penal (CCSPJP) de México.
A las razones de ausencia de
seguridad que ya salían a relucir en el estudio de Páez y a la crispación política
que le precedió en el tiempo, desde 2017 en Venezuela se vive una verdadera
debacle económica, que genera una crisis humanitaria y esta termina teniendo en
la emigración masiva una válvula de escape. No hay señales en 2018 de que la
crisis vaya a contenerse y, muy por el contrario, ha aumentado la percepción
negativa del venezolano sobre el futuro de su país, con lo cual se incrementa
la opción migratoria como salida personal a la crisis.
En febrero de 2018, según un
estudio de opinión pública de la empresa Datincorp, al preguntársele a los
encuestados dentro de Venezuela cuáles eran las razones que habían esgrimido
los familiares que emigraron para hacerlo, las respuestas fueron: crisis
económica (45 por ciento), falta de esperanza de que haya un cambio en el país
(25 por ciento), inseguridad personal (15 por ciento).
El veloz y negativo efecto
social que va teniendo entre los venezolanos la crisis económica, una suerte de
vorágine que todo va envolviendo y destruyendo, permite predecir que la diáspora
seguirá, esa emigración masiva y desordenada de venezolanos proseguirá con toda
certeza en este 2018 y muy seguramente en 2019.
***
Este texto es un avance de un
artículo académico de largo aliento que el autor prepara sobre la temática.
06-07-18
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