Por Marino J. González R.
Tal como era reconocido en
múltiples ámbitos, el país confronta la peor crisis de gobernabilidad que se
pueda imaginar. No solo es la dimensión política, evidente y de amplia
presencia en todos los escenarios internacionales. Es también la grave
dimensión económica y sus repercusiones sociales. Los eventos políticos no
hacen sino profundizar la dinámica de la hiperinflación, ya con una duración de
quince meses. No hace falta resaltar que hasta que no se controle la
hiperinflación, la debacle social seguirá aumentando de intensidad.
En estas circunstancias es
importante enfatizar que la solución política debe fundamentarse justamente
para resolver la crisis social y económica
De allí que un día más de
prolongación de la situación, influye en aumentar las restricciones y
dificultades. Ahora bien, la vía para resolver esta terrible situación no puede
implicar la vuelta a los trechos conocidos, con la idea de que es necesaria una
fase de “normalización” para luego considerar los problemas “estructurales”.
Abogar por la
“normalización” puede estar basado en la idea de que los desequilibrios
económicos del país requieren medidas macroeconómicas y que por “añadidura” se
retomará el bienestar que supuestamente teníamos. En esa visión, el programa de
estabilización de la economía lo resolverá todo, acabar con la hiperinflación y
producir más petróleo. Con esos elementos, en un tiempo prudencial volvería la “felicidad”.
Esa visión desconoce
totalmente que los problemas del país, agravados inmensamente en estos veinte
años, tienen su raíz en la consolidación de una economía absolutamente
dependiente del petróleo, y que, para remate, no generó las capacidades para
crear valor cuando teníamos las posibilidades. Es decir, cuando teníamos las
personas con las competencias para producir otros bienes. Ahora, cuando
millones han dejado el país y han trasladado sus competencias a otros lugares,
no se puede reiterar la causa central de todo lo que ha pasado.
Es clave examinar lo que ha ocurrido
en el mundo del desarrollo, para tener dimensiones del retroceso que se ha
experimentado en Venezuela. Hay que afrontar esa realidad. Hay que ponerle
tamaño. So pena de actuar ingenuamente. Justamente porque en la medida que
hemos retrocedido, otros han avanzado, y mientras Venezuela confronta la única
hiperinflación en la segunda década del siglo XXI y tiene la crisis de
gobernabilidad más grande en los últimos treinta años en América Latina (por
decir solo un detalle), esos países están ocupados en aumentar la capacidad de
innovación, en producir nuevas tecnologías, en ensanchar el mundo del
conocimiento, en enseñar a todos sus niños a pensar y ser creativos. Actualmente
en Venezuela para millones de niños no está garantizada ni la comida del día.