Por Simón García
Las consecuencias del amago
de abril nos exige verificar no sólo cómo vamos, sino hacia dónde. Algunos
opositores piden a sus dirigentes respuestas sobre estas y otras preguntas.
Muchos, exigen fe y aseguran que mantener con determinación la ruta,
conducirá pronto al éxito. Unos pocos, intentan acallar dudas, criminalizar las
diferencias y liquidar la pluralidad que debe ser propia de una alternativa
democrática.
Es evidente que a los
primeros no les contenta el acto de fe y estiman como riesgo repetir la
promesa, fallida en anteriores oportunidades, de una ida instantánea de Maduro,
porque podría conducir a la población descontenta a pérdidas de confianza y
credibilidad. Fin de expectativas si llegamos a la esquina y el cambio no está
allí. Educados en el inmediatismo, no todos tendremos ánimo para dar otras
vueltas.
Hay que interrumpir esa
montaña de vuelta y revuelta al ciclo de esperanza, derrota,
desesperanza. El 30 de abril fue, para la ruta opositora, un segundo y
grave traspiés, término que significa resbalón y en su acepción figurada,
error. Entre mis amigos hubo una reacción encontrada, los radicales
consideraron esa tipificación como un juicio piadoso; los extremistas (que los
tengo, pese a sus esfuerzos de escurrirse del debate con etiquetas y
lacrimógenas) denunciaron colaboracionismo. Pasadas estas trompadas
estatutarias, la pregunta sobre cómo y hacia dónde vamos, sigue actual.
No todos tenemos información
confiable sobre lo que se movió entre quienes manejan los hilos de los
entrompes y entendimientos de un problema interno ya elevado a episodio del
juego de tronos entre EEUU y Rusia. Pero desde las cercanías, el 30 de abril
aparece como una cesión del líder radical Guaidó, al pensamiento extremista de
Leopoldo López, dirigente fundamental de Voluntad Popular. Tal concesión puede
no implicar conflicto sino convenido reparto de roles: uno conductor de la
transición; el otro, candidato presidencial.
El 30 de abril aparece como
jugada bajo engaño de la oposición, porque sus protagonistas no quisieron
esperar a Godot. La parada fracasó y mostró imágenes de soledad que aún no significan
aislamiento. Seguir en espera no es igual a dejarse acorralar y permitir la
separación entre las vanguardias y la contundente mayoría de la población que
aporta a la lucha su rechazo al régimen. Lo primero es error, lo segundo es el
soplo de la derrota en la nuca.
Sin embargo, el 30 mostró
cuatro virajes en la ruta del cese a la usurpación que no se admiten. Primero,
convencimiento de que la oposición no puede ganar sola. Segundo, realización de
una negociación previa con fracciones del poder militar y judicial. Tercero,
prioridad de la solución civil sobre la militar. Y cuarto, alinearse con la
certidumbre que avanza en la comunidad internacional de apartar la invasión del
“todas las opciones están sobre la mesa”. Alguna emoción o interés se atraviesa
para no concluir que hay que recuperar la vía democrática, constitucional y
electoral del cese a la usurpación.
Retornar al vamos bien
reclama una política transicional de consenso, que incluya reforzar el
liderazgo de Guaidó; ampliar la Unidad; reducir el blanco de ataque; precisar
una negociación concreta y en tiempo definido; formar una alianza nacional
plural para la transición; asumir como inmediato objetivo común frenar la
hiperinflación y devolver poder adquisitivo a los salarios; cambio de gobierno
con redistribución del poder entre los polos en pugna; asegurar garantías y
reglas de convivencia para iniciar los cambios institucionales en el CNE y TSJ
y realizar elecciones que permitan al pueblo resolver cual modelo de país y a
cuales dirigentes respalda.
12-05-19
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