Carolina Gómez-Ávila 13 de octubre de 2019
Debe
ser porque “esta casa es grande y tiene cuatro esquinas”, que cuando veo mi
mapa sin la Guayana Esequiba siento como si me faltara una pierna y, por la
misma razón, vivo pendiente de lo que pasa en todos los rincones de mi
nacionalidad.
No
conozco el Zulia, pero sí a decenas de zulianos que vinieron a Caracas durante
décadas y he disfrutado el orgullo que sienten por su lago y sus relámpagos,
que es idéntico al que siento yo por mi cerro amado y con el mismo mérito:
ninguno.
No
me hace falta comer huevos chimbos para discutir, hasta la saciedad, que se
trata de un dulce típico zuliano; y he bailado y cantado todas las gaitas que
he podido, pero el Zulia se grabó en mi mente, y en mis emociones, por el
inimitable acento de su gente que, a volumen ensordecedor, refleja ímpetu y
franqueza; el estereotipo de la intrepidez.
No
parecían tener miedo pero siempre eran dignos de temer. A lo mejor influyeron
en mí, años de historias sobre los Semprún y los Meleán y por ello supuse que
todos resolvían sus diferencias por las malas, como en un pueblo sin ley.
Creo
que sin la “Venezuela saudita” Maracaibo nunca se habría convertido en “la
ciudad más fría de Venezuela”, pero antes no era así; en aquel calorón inhumano
crecieron y se multiplicaron generaciones de venezolanos. ¡¿Cómo no me va a
doler que el galleguiano amor del sol, ahora forme parte de las razones por las
cuales huyen de su terruño?!
No,
nunca me molestó su regionalismo (que no es lo mismo que un injustificado
resentimiento anticaraqueño, que me duele especialmente), y son tan efectivos
narrándonos su sufrimiento que todos nos preguntamos cómo ayudarlos, como si no
fuéramos víctimas del mismo mal: la dictadura.
Por
eso, siempre que no amenace la lucha política que nos ocupa, estaré de acuerdo
con cualquier iniciativa que pueda ofrecer alivio a su inenarrable problema
eléctrico. En junio dediqué unas líneas a la propuesta de Manuel Rosales y hoy
tengo presente la convocatoria que les hizo Juan Pablo Guanipa a asistir a una
manifestación en Caracas, el próximo 24 de octubre; una idea que encuentra
rechazo por la escasez de gasolina y el problema de transporte.
Así
que no apoyan la propuesta de Rosales, tampoco la de Guanipa y no salen a
protestar porque la represión es mortal. Esta combinación de inacción con
rechazo a todo lo que se les sugiere no sólo pasa en el Zulia, pero ha sido a
través de la queja amarga de su gente (su gente: ¡mi imagen de lo que era no
tener miedo!), que recordé aquello de la indefensión aprendida. ¡¿Cómo podía
pasarle eso a quienes eran mi ejemplo de bravura?!
Como
pasa con todos. Hicimos un intento tras otro, ninguno funcionó y ahora creemos
que ninguno funcionará. Pensamos que no hay nada que hacer o que lo que podemos
hacer no será suficiente y, por lo tanto, no vale la pena. Evitamos volver a
sufrir la dolorosa sensación de impotencia y aceptamos sobrevivir en la base de
la pirámide de Maslow, cambiando resistencia por resignación o huida.
Nos
negamos -unos más que otros- a admitir el miedo y culpamos a los políticos de
todo lo que tampoco pudimos hacer, abriéndole un mundo de posibilidades a la satrapía
y a sus satélites, alejándonos de la guía de nuestros líderes naturales que son
los únicos que pueden ofrecernos sentido de la oportunidad. Y lo que es peor,
no admitimos que preferimos ser sumisos al usurpador mientras nos depredarnos
entre iguales, como si fuéramos de distintas especies.
El
problema del estado de indefensión es que nos cuece a fuego lento para ser
servidos a los cómplices de la tiranía. Parece que ya no luchamos por el
retorno de la democracia, por la plena restitución de la Constitución, por
recobrar las libertades conculcadas; ahora, tramposamente, se nos convoca a
luchar para aliviar la emergencia humanitaria compleja para lograr la
condonación de algunas o todas las sanciones, sin decirnos que el precio a
pagar es seguir bajo la bota del opresor.
En
la medida en que las organizaciones de la sociedad civil sigan desviando a la
población del único objetivo que contempla la solución de todos nuestros
problemas -el fin de la dictadura- están ayudando a posicionar a figuras
políticas no representativas y contribuyendo a que la población acepte ser
dócil a cambio de luz, agua, gasolina y alguna ayuda humanitaria.
Al
Zulia, con amor, le escribo para advertirles de esto y recordarles que sufre
Venezuela, nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro.
Carolina
Gómez Ávila
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