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lunes, 14 de octubre de 2019

Al Zulia, con amor, por @cgomezavila




Carolina Gómez-Ávila 13 de octubre de 2019

Debe ser porque “esta casa es grande y tiene cuatro esquinas”, que cuando veo mi mapa sin la Guayana Esequiba siento como si me faltara una pierna y, por la misma razón, vivo pendiente de lo que pasa en todos los rincones de mi nacionalidad.

No conozco el Zulia, pero sí a decenas de zulianos que vinieron a Caracas durante décadas y he disfrutado el orgullo que sienten por su lago y sus relámpagos, que es idéntico al que siento yo por mi cerro amado y con el mismo mérito: ninguno.

No me hace falta comer huevos chimbos para discutir, hasta la saciedad, que se trata de un dulce típico zuliano; y he bailado y cantado todas las gaitas que he podido, pero el Zulia se grabó en mi mente, y en mis emociones, por el inimitable acento de su gente que, a volumen ensordecedor, refleja ímpetu y franqueza; el estereotipo de la intrepidez.

No parecían tener miedo pero siempre eran dignos de temer. A lo mejor influyeron en mí, años de historias sobre los Semprún y los Meleán y por ello supuse que todos resolvían sus diferencias por las malas, como en un pueblo sin ley.

Creo que sin la “Venezuela saudita” Maracaibo nunca se habría convertido en “la ciudad más fría de Venezuela”, pero antes no era así; en aquel calorón inhumano crecieron y se multiplicaron generaciones de venezolanos. ¡¿Cómo no me va a doler que el galleguiano amor del sol, ahora forme parte de las razones por las cuales huyen de su terruño?!

No, nunca me molestó su regionalismo (que no es lo mismo que un injustificado resentimiento anticaraqueño, que me duele especialmente), y son tan efectivos narrándonos su sufrimiento que todos nos preguntamos cómo ayudarlos, como si no fuéramos víctimas del mismo mal: la dictadura.

Por eso, siempre que no amenace la lucha política que nos ocupa, estaré de acuerdo con cualquier iniciativa que pueda ofrecer alivio a su inenarrable problema eléctrico. En junio dediqué unas líneas a la propuesta de Manuel Rosales y hoy tengo presente la convocatoria que les hizo Juan Pablo Guanipa a asistir a una manifestación en Caracas, el próximo 24 de octubre; una idea que encuentra rechazo por la escasez de gasolina y el problema de transporte.

Así que no apoyan la propuesta de Rosales, tampoco la de Guanipa y no salen a protestar porque la represión es mortal. Esta combinación de inacción con rechazo a todo lo que se les sugiere no sólo pasa en el Zulia, pero ha sido a través de la queja amarga de su gente (su gente: ¡mi imagen de lo que era no tener miedo!), que recordé aquello de la indefensión aprendida. ¡¿Cómo podía pasarle eso a quienes eran mi ejemplo de bravura?!

Como pasa con todos. Hicimos un intento tras otro, ninguno funcionó y ahora creemos que ninguno funcionará. Pensamos que no hay nada que hacer o que lo que podemos hacer no será suficiente y, por lo tanto, no vale la pena. Evitamos volver a sufrir la dolorosa sensación de impotencia y aceptamos sobrevivir en la base de la pirámide de Maslow, cambiando resistencia por resignación o huida.

Nos negamos -unos más que otros- a admitir el miedo y culpamos a los políticos de todo lo que tampoco pudimos hacer, abriéndole un mundo de posibilidades a la satrapía y a sus satélites, alejándonos de la guía de nuestros líderes naturales que son los únicos que pueden ofrecernos sentido de la oportunidad. Y lo que es peor, no admitimos que preferimos ser sumisos al usurpador mientras nos depredarnos entre iguales, como si fuéramos de distintas especies.

El problema del estado de indefensión es que nos cuece a fuego lento para ser servidos a los cómplices de la tiranía. Parece que ya no luchamos por el retorno de la democracia, por la plena restitución de la Constitución, por recobrar las libertades conculcadas; ahora, tramposamente, se nos convoca a luchar para aliviar la emergencia humanitaria compleja para lograr la condonación de algunas o todas las sanciones, sin decirnos que el precio a pagar es seguir bajo la bota del opresor.

En la medida en que las organizaciones de la sociedad civil sigan desviando a la población del único objetivo que contempla la solución de todos nuestros problemas -el fin de la dictadura- están ayudando a posicionar a figuras políticas no representativas y contribuyendo a que la población acepte ser dócil a cambio de luz, agua, gasolina y alguna ayuda humanitaria.

Al Zulia, con amor, le escribo para advertirles de esto y recordarles que sufre Venezuela, nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro.

Carolina Gómez Ávila


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