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jueves, 10 de octubre de 2019

Hombre con cabeza de toro, por @alvareznv




Noel Álvarez 09 de octubre de 2019
@alvareznv

En mis continuos contactos con diversos sectores sociales, me preguntan muchas veces,A qué deberían hacer o leer para construirse una visión del mundo, alternativa a la descomposición social, ética y política del presente. Confieso no tener respuesta para esas preguntas, pero sí puedo decir que uno de mis principales libros de consulta es la Biblia. Allí se consiguen muchas respuestas a las múltiples inquietudes que se plantea la sociedad. Por mi parte, trato de ajustar mi vida a los principios establecidos en las Sagradas Escrituras, a la vez que intento entender las inconformidades del mundo contemporáneo.

Desde el reducido espacio en que me desenvuelvo, siempre estoy intentando mejorar el mundo en que vivimos. Ese mundo, donde otros, con el látigo de la ley en la mano, adoran el poder para cercenar las libertades de sus conciudadanos. Quizás es poco lo que yo pueda hacer a ese respecto, pero si todos hiciéramos nuestro poco, la sumatoria de todos los pocos, desembocaría en un gran mucho que podría llegar a obtener resultados positivos. Alexis de Tocqueville acuñó una frase que comparto sin reservas y que encaja magistralmente en los tiempos que vivimos: “creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren, me inclino a adorarla».

Por supuesto, en un mundo de intolerancia permanente, donde el poder adquiere ribetes astronómicos, sigo buscando alternativas para vencer las tribulaciones del mundo terrenal, tal cual como me lo recomendaron mis ancestros. Hoy vivimos un tiempo en que la fuerza del poder pretende invadir todos los espacios, incluida la libertad moral de las personas. Un mundo donde la crítica constructiva es catalogada como herejía, pero la adulación y zalamería son las máximas credenciales para acceder a los centros de poder.

Bertrand de Jouvenel, escritor y politólogo francés, describió el poder utilizando una figura: el Minotauro, el hombre con cabeza de toro. Este animal es una fuerza que arrasa todo a su paso. El escritor galo no pretendió oponerse a las prerrogativas del Estado, ni recusar la idea del poder, sino que su objetivo era conocerlo y describirlo para exponer la forma más eficaz de darle un cauce y limitarlo. En su libro Sobre el poder, historia natural de su crecimiento, Jouvenel destaca la importancia del Estado de derecho para evitar la concentración de poder. Dice que “demagogos y dictadores utilizan la democracia como un fin para legitimar a través de la voluntad popular poderes ilimitados que les permiten retener indefinidamente el control del poder”.

Según el escritor francés, “Asistimos a una transformación radical de la sociedad, a una suprema expansión de la supremacía. Las revoluciones y los golpes de Estado no son sino insignificantes episodios que acompañan a la implantación del protectorado social. Un poder bienhechor velará sobre cada hombre desde la cuna hasta la tumba. Como consecuencia lógica, este poder dispondrá de todos los recursos de la sociedad”.

Para Jouvenel, La naturaleza del poder no ha cambiado nunca y él duda que lo haga en el futuro, porque al tener muchos pretendientes a obtenerlo, nadie tiene interés en disminuir una posición a la que espera acceder algún día, ni en paralizar una maquinaria que piensa usar cuando le toque el turno. Frente a ese poder omnímodo que lo avasalla, dice Jouvenel, “el individuo debe labrarse su propia libertad porque esta no es algo que un Estado conceda, sino un bien que las personas conquistan. Posiblemente esto disguste a quienes sueñan con un mundo pacífico, de libertades naturales, pero la realidad histórica es incuestionable: la libertad siempre ha sido conquistada a viva fuerza”.

A pesar de la astucia de los políticos que aman el poder absoluto y que cercenan las libertades individuales, existen tres preceptos legados por Dios, que anteceden a la legislación humana y son superiores a ella: La vida, la libertad y la propiedad. Estos mandatos divinos han motivado la aparición de legislaciones que los definen. Frédéric Bastiat, en su libro, La ley, afirma: «cada uno de nosotros tiene un derecho natural, de Dios, para defender su persona, su libertad y su propiedad, en donde el Estado es la sustitución de la fuerza individual para defender estos derechos, pero la ley se pervierte cuando se castiga el derecho a la legítima defensa de una persona en favor del derecho a saquear de otro”.


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