Por Hugo Prieto
Los
bulos, los rumores, las teorías conspirativas, en fin, la desinformación, son
los mecanismos que se emplean para que la cortina de humo encubra la corrupción
y las conductas opacas. La vieja estrategia que podemos resumir en que un
escándalo tapa a otro. De alguna manera el show debe continuar.
Quien
desglosa el tema es Diego Salazar*, un experimentado periodista que ha escrito
un libro, cuyo título despierta el interés y la curiosidad de las
audiencias. No hemos entendido nada. Empecemos, pues,
formulando esta frase en forma de interrogante. ¿Qué es lo que no hemos
entendido? “Lo principal que no hemos entendido y que, por suerte, ciertos
periodistas y ciertos responsables de medios han empezado a entender, es este
cambio de paradigma, en el que la producción, distribución y consumo de
información ha cambiado radicalmente en los últimos 15 años. Este hecho,
incontrastable, ha despojado a los medios del monopolio de la información. Es
un cambio sísmico a todo nivel”. Valga decir, desde la manera en que producimos
y consumimos los contenidos informativos hasta la transición del modelo de
negocios, pasando por las diferentes estructuras comunicacionales.
Precisamente, son estos cambios los que no terminamos de entender.
Diría
que las fake news son tan viejas como el periodismo. ¿Cuál
sería la diferencia con las que se difunden actualmente?
La
diferencia, realmente, estriba en lo fácil que es producirlas hoy día y el
alcance que pueden tener con pocos recursos. Además, es posible -a través de
redes sociales y de una manera artificial- acrecentar ese alcance de forma
exponencial. Esas son las principales diferencias con los bulos, las informaciones
falsas que han pululado siempre en todas partes.
Añadiría
algo. Las fake news del pasado se vinculaban a sucesos
políticos y militares de gran importancia. Estoy pensando en el episodio del
Maine en la bahía de La Habana y en el episodio del golfo de Tonkín. Dos fake
news que, en distintas épocas, le sirvieron a Estados Unidos para
despojar a España de sus últimas colonias e intervenir de forma abierta en la
Guerra de Vietnam, respectivamente. Lo que vemos actualmente es mucha
frivolidad.
Si
miramos con atención la forma en que se produce y distribuye la información en
las redes sociales, todo se ha convertido en un arma en esta guerra política y
cultural en la que nos encontramos día a día. Las mentiras, las fake
news, la desinformación, relacionada, por ejemplo, con la vacuna contra la
covid, con los derechos de las minorías, con el aborto, con cualquier tema,
puede convertirse en un arma entre aquellos que tienen una visión conservadora
y los que tienen una visión más liberal del mundo, entre aquellos que defienden
un populismo autoritario de izquierda o los que defienden uno de derecha, etc.,
etc. Ya no son esos grandes acontecimientos que mencionabas hace un momento los
que forman parte de esta guerra cultural en la que, en buena medida, se han convertido
las redes sociales y las distintas formas de comunicación que tenemos
hoy.
Aparecieron
las redes sociales y los medios quedaron sorprendidos, atónitos. De alguna
manera, van detrás de las redes. En Twitter, en Instagram, en Facebook se
publica cualquier cosa que, a veces, tiene eco en los medios. Parte de su
trabajo ha sido exponer esas noticias falsas que han seguido esa secuencia. ¿A
qué atribuye estas dos cosas?
Durante
muchísimo tiempo, los medios de comunicación (radioeléctricos y de prensa) contaban
con una suerte de monopolio en la producción y distribución de contenidos
informativos. Esa posición los predispuso a no entender o a quedar descolocados
cuando entramos en lo que se conoce como la web 2.0, la red de redes ya
convertida, precisamente, en una herramienta de producción y distribución de
información disponible para cualquier usuario. Los periodistas, los editores,
las empresas tardaron mucho tiempo en entender ese cambio de paradigma. Para
cuando quisieron darse cuenta, tenías a medio mundo utilizando las redes
sociales de esa manera. Las redes les arrebataron ese monopolio y también las
audiencias. Entre el miedo, la sorpresa y la falta de comprensión, (los medios)
reaccionaron -y este es quizás uno de los errores claves en esta historia-,
yendo a la zaga, como bien decías. Se resintieron los estándares de calidad de
la información. ¿Por qué? Porque había que competir tanto en volumen como en
velocidad con las redes sociales. Informaciones (o más bien bulos o rumores)
que difunde cualquier persona. Se cae en el error al no verificar los hechos.
Eso ha sido parte de mi trabajo en los últimos años: deconstruir la manera en
que los medios han cometido estos errores.
De
un tiempo para acá, lo que hemos visto es que los medios tradicionales, con
profundidad financiera, corporativa y una estructura periodística sólida, están
regresando con contenidos más elaborados, contrastados, verificados. Es decir,
con un ejercicio del periodismo puro y duro. De alguna manera, esa ha sido la
respuesta a la confusión inicial. Están luchando por las audiencias y, más aún,
por una audiencia privilegiada. ¿Qué piensa alrededor de este planteamiento?
Sí.
Realmente han pasado unos cuantos años, a Facebook y Twitter lo conocemos desde
el 2006. Llevamos ya 15 años de este nuevo escenario. Lo que ha dado tiempo
para los cuestionamientos, principalmente a Facebook, como lo hemos visto en
las últimas semanas. Cuestionamientos que se hacen, principalmente, desde la
prensa -y cierto sector político- de Estados Unidos. Yo creo que algunos
medios, algunos responsables y periodistas, lamentablemente no todos, creo, han
empezado a entender los errores cometidos y cuál es el lugar y la posición
desde donde debe informar un medio de comunicación, como indicas. Se trata,
entonces, de un periodismo serio, honesto, con unos objetivos que no son los
mismos que en las redes sociales, ni de otras estructuras informativas. El
problema principal, en estos largos 15 años, es que el modelo de negocio de
pagos por anuncios se ha debilitado de una manera tremenda. Hoy en día, nos
guste o no -a mí me gusta-, todo el periodismo que se hace está concebido para
ser distribuido por Internet. Pese a la calidad, a los contenidos más cuidados,
la supervivencia de medios, tradicionales o no, está en entredicho. Pese a que
cuentan con audiencias masivas, el modelo de monetización de esas audiencias no
está claro. Y no son muchos los medios que están superando la prueba y
consiguiendo una salud financiera que les permita seguir avanzando, en ese
esfuerzo por hacer un buen producto.
La
crisis la vemos con más virulencia en el vecindario de América Latina. El
hecho, como dice, que la rentabilidad de los medios está en entredicho, agrega
incertidumbre. ¿Cómo avizora el panorama en la región?
En
Estados Unidos y Europa hay medios que están logrando una transición de un
modelo de negocios de pago de anuncios a un modelo de suscripción digital o
mixto, en el que la suscripción gana un lugar importante y eso, combinado con
cierto tipo de anuncios, aumenta la salud financiera. En Latinoamérica, como
has dicho, todavía no vemos medios que logren hacer esa transición o que la
tengan encaminada. No voy a mencionar nombres. Pero todavía no podemos decir
«este diario se ha convertido en una plataforma informativa digital, que
muestra cierta salud financiera a la par que ofrece un gran contenido de
calidad para una audiencia masiva». Todavía, lastimosamente, no tenemos ese
tipo de medios en nuestra región. A mí me gustaría ser optimista al respecto,
pero visto el momento y poniendo el termómetro en la situación actual, no puedo
serlo mucho. Creo que el título de mi libro lo resume: «No hemos entendido
nada». Me da la impresión que en la esfera mediática regional no terminan de
entender el cambio de paradigma y la profunda renovación que se requiere,
acorde al momento en que vivimos.
Resulta
paradójico, porque un principio del periodismo es anticipar o ir a la par de
los hechos. Resulta que el periodismo es básicamente curiosidad. El hecho de
que los medios de la región no sean más proactivos en explorar esa transición,
¿qué sugiere?
En
mi experiencia como periodista y como trabajador en algunos medios, pues nunca
me ha parecido que las personas al mando, digamos de la parte empresarial, ni
sean las más curiosas, ni las más brillantes, ni las más probas,
lastimosamente.
En
su trabajo hay dos áreas que sobresalen, creo, una es la corrupción y otra son
las teorías conspirativas. ¿Quisiera referirse a esos dos temas?
Probablemente,
en los últimos dos años, debido fundamentalmente a la pandemia de la covid,
hemos visto la forma en que las teorías de la conspiración han proliferado de
una manera tan intensa y a lo largo de todo el mundo y, particularmente, en
nuestra región. Hay un filósofo inglés, Quassim Cassam, que dice que las
teorías de la conspiración, en el fondo, «son desinformación políticamente
interesada». Volvemos al inicio de esta conversación, en el sentido de que
quizás una de las grandes diferencias entre la desinformación y las fake
news actuales, en esta larga historia de bulos, mentiras,
supercherías, que han circulado en la prensa a lo largo de los últimos 200
años, tiene que ver hoy en día en cómo todo -valga decir, cualquier tema- es
susceptible de convertirse en pólvora o en un arma dentro de esta batalla cultural,
dentro de esta guerra política en la que estamos inmersos, todos los días y en
todos los frentes. Esto puede estar relacionado con la corrupción, porque
también se utiliza la desinformación como cortina de humo para tapar negocios y
dineros mal habidos. O para generar conflictos políticos y sociales.