Más, el árbol tuvo su cénit de popularidad con el paso del fotógrafo Pal Rosty, quien lo eternizó en una nítida placa en 1857. Tras su viaje por América y ya en Berlín, le regaló una copia de esa placa al sabio Humboldt, quien lo encontró tal como lo había visto 58 años antes.
Si bien las dimensiones del árbol de Güere exhibieron los colosales 180 metros de diámetro de corona calculados por Humboldt, las de ejemplares relevantes rondan los 50 metros de diámetro formado por un denso dosel de hojas. Las hojas tienen a su vez un curioso comportamiento:
se repliegan con el golpeteo de gotas de lluvia dejándola pasar. Es el motivo para llamarlo "árbol de la lluvia". Hay otra razón asombrosa: su dosel es hábitat de colonias de chicharras; por miríadas, expulsan el exceso de azúcar succionado al árbol haciendo "llover" bajo este.
Este árbol es por sí mismo una biomasa; la sombra en su base propicia el desarrollo del -pasto de Guinea-, forraje local por excelencia así como brotes foliares del mismo samán. En sus ramas, chicharras y otros insectos conviven con aves y reptiles y epífitas como las orquídeas.
Sus sombras que llegan a cubrir hasta 2500 m², facilitaron el acampado de batallones de ambos bandos durante la Guerra de Independencia: de algún modo, un muy longevo samán siempre reporta cierto episodio histórico cargado de emotividad local. Son valiosos hitos para la nación.
Según el -Libro Rojo de la Flora Venezolana- (2003) la especie se encuentra vulnerable por el mercado maderero al ser materia prima para rolas de construcción. Se suma la destrucción del hábitat del samán por el desarrollo descontrolado de urbanismos y actividades agropecuarias.
Como primer ícono natural del país, al samán se le debe proteger por ser un legado cultural ancestral y atado para siempre a la psique nacional:
-Extiende, samán, tus ramas
sin temor al hado fiero,
y que tu sombra amigable
al caminante proteja...