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domingo, 25 de octubre de 2009
Se busca taxista graduado
Por: Verónica Rodríguez
Las interminables colas se han convertido en un hito para los caraqueños. Ya a nadie le extraña pasarse horas en el pandemonio en el que se convierten las calles y autopistas de esta capital tan desordenada. Muchos han aprendido a no maldecir a los demás conductores, olvidándose de todo con una buena música; y hay quienes incluso han erigido improvisadas oficinas en sus carros para aprovechar el tiempo mientras la cola no avanza.
Braulio, taxista por obligación, resuelve el problema echando cuentos con los clientes. Aquello de que nadie sabe más de la vida que los taxistas y los cantineros no podría ser más cierto: es una mera cuestión de supervivencia.
Si consigues ganarte su confianza −cosa que es bastante fácil un viernes por la tarde en hora pico y con una lluvia que ahoga las vías en un tráfico infernal−, podrías correr con la misma suerte que yo y enterarte de la historia de este auriga del siglo XXI.
En medio de la conversación, que inminentemente se torna hacia lo político −situación inevitable en estos tiempos de polarización−, me sorprende la inusitada lucidez y claridad con las que se defiende este todavía joven chofer en temas tan engorrosos. Después de un rato descubro que, a pesar de lo que los prejuicios obligarían a pensar, Braulio es politólogo egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Con nostalgia me cuenta que el día de su graduación en el Aula Magna de la UCV no se imaginó que colgaría el título en la sala de sus padres y acabaría «ruleteando un patas blancas».
¿Será que ser taxista dejó de ser un oficio y se convirtió en una profesión? Cada vez son más los profesionales que se ven obligados a cambiar el traje y el maletín por unos jeans y el volante de un carro. Que los emprendedores tomen nota… No sería despreciable encontrarse un taxi que por el precio de «una carrera» incluya asesoría especializada en politología, arquitectura o historia.
En sus años de estudiante, Braulio soñaba con ser el líder que cambiaría el destino de Venezuela y se imaginaba fotografiado junto a los grandes políticos de América Latina. «Tronaban vientos de cambio», me dice. Y pensaba que se convertiría en uno de los artífices de ese cambio que desde hace tanto tiempo se espera en el país.
La realidad fue muy distinta: se casó a los 24, recién graduado y todavía sin conseguir trabajo fijo. Después de un tiempo, se dio cuenta de que cada día la vida estaba más cara y no bastaba con «matar uno que otro tigrito» mientras esperaba conseguir «algo» en un ministerio. Así fue como decidió −por obligación− comenzar a hacer «carreritas» en el Maverick azul del 77 que le regaló su papá. Con el tiempo se acostumbró y dejó de soñar con el traje y el maletín.
Hoy, a sus 34 años y con dos hijos que mantener, la melancolía se aloja en su voz al recordar los sueños rotos que le dejó la vida. «¿De qué sirve quemarse las pestañas durante cinco años en la universidad para terminar así? », me pregunta. Sin embargo, todavía guarda la esperanza de que «el país termine de acomodarse», aunque no sea él quien lo consiga.
Publicado por:
Planta Baja Ucab
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