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viernes, 5 de febrero de 2010
Mérida: de cómo viví la justicia revolucionaria
En Mérida tenemos cortes de luz desde hace unos 6 u 8 meses. De forma desordenada, ocurren a cualquiera hora del día. Duran dos horas o más y se producen entre dos y tres veces diarias. Todos los días. Es un verdadero desastre.
El agua fluye con problemas en la Av. Las Américas, desde octubre de 2008. En Las Marías, conjunto de edificios donde vivo, debemos racionarla de acuerdo con un horario establecido. Así nos rinde y podemos contar con ella a determinadas horas del día. Afortunadamente este racionamiento está en manos de nuestras juntas de condominio, porque si lo organizara nuestro eficientísimo gobierno, no tendríamos agua jamás.
En muy pocos barrios pobres se atreven a protestar. Allí ha prevalecido el miedo o la esperanza con más intensidad que en las zonas medias, donde la gente ya evidencia su cansancio. De modo que han empezado las manifestaciones en protesta. Se organizan marchas o hay espontáneas caceroladas en las puertas de los edificios y en las ventanas. Los más “osados”, algunos jóvenes “escuálidos”, queman cauchos en diversas avenidas, frente a las urbanizaciones y en las adyacencias de la ULA. La suspensión de la señal de cable de RCTV ha reforzado estas protestas.
Vivo a la salida del Núcleo Liria donde se encuentran las Facultades de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), Humanidades y Derecho. Cuando los estudiantes del núcleo protestan, lo hacen en la avenida, cerca de mi casa. Cortan el paso, queman cauchos, tiran piedras a los policías y repelen las bombas lacrimógenas o los perdigones que les disparan. Mi familia y yo casi que somos adictos al gas policial. A Cada rato nos bombean. A veces, los estudiantes arrojan a los polis bombas molotov. Casi siempre terminan refugiándose en los estacionamientos de Las Marías.
Ocasionalmente hay algún herido o muerto que suele ser un estudiante pero puede ser un policía. La mayoría de las veces es un asunto menos serio. He visto a la policía recoger las piedras y regresarlas a los estudiantes. Pasan varias horas en eso, hasta que el comedor universitario abre sus puertas o hasta que se cansan. Al rato vuelven a la carga. Cuando las piedras se quedan en el suelo por un rato, los caminantes siguen su camino por la refriega en suspenso. Pese a los enfrentamientos, nunca dejé de caminar cuando era necesario hacerlo. Son muchos años de protesta, casi crónica, que suele parecer un juego. Decía yo.
Ayer fue diferente. Ayer a las 6 pm, les explicaba a Natalia y a Damián que ya podían caminar hasta mi casa. No había un alma frente a la avenida. Aparentemente todo había pasado. Pero ellos se negaban. Estaban atrapados en un caos que yo no alcanzaban a ver y necesitaban cobijarse en algún lado, a pocos metros de Las Marías. “La cosa es en serio”, decía Natalia. Cientos de patriotas, defensores de la revolución, rondaban las entradas de los edificios a la altura del viaducto, a unos 300 metros. No había forma de caminar. Los vecinos y peatones estaban aterrados ante la rabia y las amenazas de los defensores, hartos a su vez de tanta protesta “oligárquica” en contra de la revolución bonita.
No podía creer lo que oía. Salí al pasillo con el celular en la mano y vi en la entrada principal de nuestro conjunto de edificios una situación parecida a la que Natalia vivía unos metros más abajo. Eran menos los defensores pero todos igualmente aguerridos.. Motorizados circulando frente al portón principal, disparaban a los edificios. Una camioneta quiso entrar y la detuvieron. El conductor apenas tuvo tiempo de correr antes de que la hicieran estallar con una molotov. No llegó ni un policía.
Los vecinos me explicaron lo acontecido en la plaza de nuestras residencias, hacía una o dos horas antes, mientras yo caceroleaba frente a la avenida. Los estudiantes se habían colado entre nuestros estacionamientos y plaza, corriendo perseguidos no esta vez por la policía sino por patriotas defensores motorizados. Los revolucionarios disparaban hacia adentro, hacia los estudiantes, pero en la refriega no fue herido, en el momento, ninguno de estos últimos. Quien cayó fue uno de ellos. Un patriota. Un niño de 15 años. ¿Quién disparo? ¿Uno de ellos mismos? ¿Acaso fue una de sus balas perdidas? ¿Algún estudiante armado? ¿Algún vecino irresponsable? No se hizo investigación alguna, por lo menos, no en el día de ayer, cuando ocurrieron los hechos. Pero el gobernador, gran vidente, declaró en la radio al poco rato, a tono con la versión patriota, que el tiro había salido desde Las Marías.
Esta declaración no fue producto de alguna experticia o planimetría realizada por peritos calificados. No llegó ningún fiscal del Ministerio Público, ni expertos que midieran la calle y las distancias o entrevistaran a testigos imparciales. Sólo quienes recogieron al chico. Y el control de la situación quedó en manos de los airados defensores de la patria. Eso explicaba el origen de los disparos hacia las residencias. Debíamos pagar la muerte del joven comunista. Llamamos a la guardia, a la policía. Decían que ya iban, pero no llegaron.
Hoy en la mañana tampoco los vi. Ahora sabemos que el gobernador, quien tiene compromisos y quizás miedo de enfrentar a los audaces defensores, ordenó que ni un policía, ni un guardia se asomara a nuestras residencias. Me encerré en mi cuarto que da a la avenida Las Américas. A las 9 pm, aproximadamente, empezaron los disparos hacia mi ventana y demás ventanas del edificio. No tuve miedo. La curiosidad pudo más y me asomé por segundos. Vi a una decena o más de encapuchados intentando violentar el portón de acero, el que cierra el muro lateral de las residencias. Era espantoso, el tumulto, la saña, los gritos desolladores, los disparos, los golpes metálicos contra el candado. Fue interminable. No pudieron con el portón. Volvimos a llamar a la policía, a la guardia, a emergencias. Nada. Enfilaron los dos autobuses en que andaban y los lanzaron contra el muro de protección hasta derrumbarlo…
El sonar del concreto cayendo de furia. Las pisadas potentes y dolorosas. Los ecos sosteniendo el triunfo de la fuerza y de la rabia. Vidrios rotos… tubos golpeando, ladrillos rompiendo coches, gasolina rociada en carrocerías. La ira martillando, hierro hendiendo sobre hierro. Y las llamas al rato, salpicando su reflejo en mi ventana. No estaba asustada. Transitaba en un mundo paralelo, esperado y temido. Un mundo recorrido ya por venezolanos en otros lugares del país. Me alcanzaba el futuro promisorio, el del pueblo venciendo a la oligarquía, sentando en la partera de la historia. ¿Quién mantiene un miedo que ha imperado por años? Ahora tocaba enfrentar la realidad. El triunfo de una sociedad sin leviatán y sin clases sociales, bajo el dominio del “pueblo” y la justicia revolucionaria…
Sin lágrimas… Los primeros pisos chamuscados. En el estacionamiento, el concreto sobre los carros destruidos y las tuberías de agua y gas arrancadas. Mi carro y varios más completamente quemados. En planta baja, la conserjería ardiendo. La bombona gigante de gas violada. Supimos que no la volaron porque los vecinos del barrio colindante con las residencias gritaban e hicieron ver que no sólo explotarían Las Marías, sino los mismos defensores y el barrio entero, donde viven muchos compatriotas.
Al salir de Las Marías se ubicaron frente a Faces, contemplando su obra por un rato. Pero sólo calmaron su furia luego de quemar y destruir varios edificios universitarios en el Núcleo La Liria. El archivo histórico de Economía desapareció, junto con los decanatos de Derecho y Faces. Fueron quemados también el centro de estudiantes, cafetines, salones de clase, etc. Si había policías. Muchos vecinos, incluida yo, los vimos al final, entre las llamas, escoltando a los buses en su ira.
No estoy en casa. Un rumor extendido en el día, con una hora de plazo, nos ha invitado a abandonar nuestros hogares. He sabido que han visitado las residencias San Eduardo y que El Campito y otros sectores más de clase media baja, donde viven estudiantes, profesores y otros profesionales, están ardiendo ahora mismo. Ya han caído varios universitarios. Harto de tanta protesta opositora, el “pueblo” vence al fin a la “rancia oligarquía”.
Profesora de la ULA
En algún lugar de Mérida, escondida.
26 de enero de 2010.
NOTA: Mantenemos en anonimato a la Profesora por cuanto no pudimos comunicarnos con ella y para proteger su integridad física.
El relato parece como si estuviese ocurriendo al momento de la lectura, es posible que la gente de Merida, el comun de la gente agarre al gobernador o cuanto elemento que se declare defensor de la revolución y lo apedree
ResponderEliminarImpresionante relato. Que dantesca escena. Gracias por inmortalizarla aqui. Saludos al equipo.
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