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miércoles, 23 de marzo de 2011
Despachos desde Libia: ataques aéreos y camino a Ajdabiya
Por Jon Lee Anderson, 21 de Marzo 2011
Temprano en la mañana de ayer, misiles dirigidos y ataques aéreos de la coalición de occidente rompieron una línea de blindados del ejército Libio que había avanzado rápidamente durante la noche desde la cercana ciudad de Ajdabiya hacia Bengasi, dejando un campo con restos y pedazos de tanques, lanza misiles y otros vehículos militares, a lo largo de la carretera que lleva al oeste. En un punto, los residentes de Bengasi empezaron, a mediados de la tarde, a desplazarse en sus carros a curiosear la destrucción. Jóvenes se encaramaban dentro y fuera de media docena de tanques humeantes y examinaban los restos carbonizados y desmembrados de un grupo de soldados.
Un hombre joven caminaba a lo largo de una espantosa línea de cuerpos cubiertos improvisadamente con sábanas, e iba de uno en uno descubriéndolos y gritaba a cada uno de forma burlona: “Miren la gran obra que Gadafi ha hecho”. Otro, un hombre mayor, le dijo que parara y que era “haram”, impropio—prohibido. Se produjo una breve discusión cuando otros espectadores siguieron la iniciativa de insultar a los cadáveres de los enemigos. Un amigo libio, de veintiocho años, llamado Osama, señaló al joven provocador y dijo riendo: “Estoy de acuerdo con él, estos hombres vinieron a atacarnos, compatriotas libios”.
Algunos hombres me gritaron para que me uniera a ellos dentro de un tanque. “Observe, observe su comida” exclamaron. Me señalaron algunas manzanas y naranjas y un paquete aplastado de queso fundido y algunos cigarrillos. La gente estaba molesta por ver las comodidades que gozaban esos hombres de Gadafi.
Frente a otro tanque, un hombre jugaba con una cámara y me pidió que le tomara una foto con su anciano padre, que parecía abrumado por la emoción, y de repente ambos levantaron sus manos formando una “V de victoria”. Los hombres preguntaban mi nacionalidad: “¿Francés?, ¿Americano?” y estrechaban mi mano rápidamente y con timidez. Expresaban su gratitud a occidente, su enfado con Gadafi y la humillación que sentían: “¿Sabes?, Gadafi no es normal”, los libios a menudo dicen esto con vergüenza, como si trataran de comprender al hombre que dominó sus vidas por más de cuarenta años y que ahora lanza bombas, aviones y tanques contra ellos. “¿En qué está pensando?, ¿En qué de alguna manera podremos perdonarlo y aceptar vivir con él de nuevo, después de esto?”
Bajo algunos árboles, en una zona cubierta de césped que en otros tiempos hubiese sido un lugar encantador para hacer un picnic, había algunos hombres merodeando un área donde las fuerzas de Gadafi acamparon antes de moverse hacia Bengasi. Encontraron una enorme pila de cajas militares que contenían misiles tierra-aire, y restos de una oveja. Apareció un hombre que gritaba indignado que los atacantes robaron las ovejas de los granjeros locales y que ni siquiera las mataron de la forma tradicional musulmana: cortándoles la garganta y esperando a que desangraran. En su lugar, les dispararon en la cabeza. Para Osama, esto probaba que eran mercenarios: “No son libios”, dijo, negando con su cabeza.
Hasta ahora, los libios en Bengasi han insistido en que no hay una Guerra civil, sino una lucha de una mayoría de libios contra un despiadado, déspota, loco ejército mercenario—de libios, sí, a los que a menudo describen como matones y soldados pobres del sur, y también como mercenarios de otros países.
En el nuevo frente de batalla, que para la puesta de sol de la noche del domingo se encontraba a unos ocho kilómetros al norte de la entrada de Ajdabiya, un grupo de hombres y jóvenes esperan inquietos, en vagones de batalla y carros, armados y gritando, observando el espacio vacío entre ellos y la ciudad ocupada, esperando al siguiente ataque aéreo aliado sobre los tanques de Gadafi. Una vez que lo hagan, explicó el combatiente más viejo llamado Ibrahim, él y sus compañeros de batalla avanzarían—como han hecho todo el día—para perseguir sobrevivientes, y como él dice, limpiar.
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