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martes, 15 de marzo de 2011
Despachos desde Libia: ¿Dónde están los Estados Unidos?
Por Jon Lee Anderson, 14 de Marzo 2011
Las fuerzas de Qadaffi continúan recuperando terreno. Los rebeldes retroceden en medio del desorden y el pánico. Jon Lee Anderson nos cuenta los detalles desde Libia.
El sábado, en Brega, conocí a Osama BenSadik, un Libio-americano de cuarenta y siete años que regresó a su tierra natal desde Martinsville, Virginia, para ayudar a la revolución. Estaba ofreciendo sus servicios en el hospital. (Él sirve como bombero voluntario en el Condado de Henry.) Me dijo, lleno de pasión, orgullo y miedo, que Muhanad , su hijo de veintiún años, estudiante de medicina de segundo año, Boy Scout y quien había estudiado aquí en Libia, se fue a luchar en el frente. “Dígale a los Estados Unidos que vengan y ayuden, porque si no lo hacemos, si dejamos que la revolución Libia caiga, entonces nosotros-tú y yo y todos nosotros- veremos cosas que jamás pudiéramos imaginar”, dijo. Me pareció que BenSadik no tenía sus ideas completamente desarrolladas, pero entiendo que estaba reflejando las turbulentas y a veces contradictorias emociones de los jóvenes combatientes que se encuentran en el frente y que ven como masacran a sus amigos; BenSadik trata de entender todo esto. Me dijo que temía por la seguridad de su hijo, porque él era valiente, y le había dicho que sentía que la revolución era una causa por la cual vale la pena morir.
Al día siguiente me encontraba en lo que quedaba de los rebeldes en el frente del borde occidental de Ajdabiya, el pueblo oriental que es la puerta de entrada a Benghazi. Un reducido número de baterías anti-aérea y unos cien hombres tensos y desalentados, parados por allí con armas, mirando el horizonte, era todo lo que parecía quedar de la multitud eufórica de miles de civiles y niños-convertidos-en-revolucionarios que apenas hace doce días estuvieron cantando y bailando en ese mismo sitio mientras se preparaban para atacar y acorralar al odiado régimen de Qaddafi. Después de hacerse de armas capturadas en los depósitos de la policía y en instalaciones del ejército, marcharon hacia al oeste, con la esperanza de liberar al resto del país. Supuestamente, miembros del antiguo Ejército se les unieron, pero la evidencia de ese apoyo es escasa. Sin la ayuda o consejos de soldados y oficiales entrenados profesionalmente, los últimos diez días, más o menos, he visto a los rebeldes -los jóvenes “shabbab”, como todos los llaman aquí- ensangrentados en los pueblos petroleros de Ras Lanuf y Brega, retrocediendo en el medio de un creciente desorden y pánico.
Los rebeldes han perdido terreno porque no han sabido mantenerlo. En las líneas del frente de Ras Lanuf y de Brega no cavaron trincheras, por lo que cuando los aviones venían a bombardearlos, entraban en pánico y huían. El viernes pasado estaba con ellos mientras abandonaban lo que había sido su nueva línea de combate, frente a la refinería este de Ras Lanuf (habiendo perdido el pueblo el día anterior bajo intenso fuego). Esa noche dormí en Brega. Cuando me aventuré a regresar, al día siguiente, para ver si quedaba algo en la línea del frente, conseguí sólo quince o veinte camiones de batalla en una alcabala en el desierto a ochenta kilómetros al este, cerca de El Aquela. Unos pocos vehículos de combate improvisados, con armas, aparecieron desde Brega para reforzar la línea; algunos fueron más lejos, “probando” el desierto, según un oficial con el que hablé -uno de los pocos soldados que había visto en cualquier lugar cerca de las líneas del frente durante los últimos días.
De repente, el cielo se llenó con el estruendo de un avión de combate que se abalanzó hacia donde nos encontrábamos y, mientras nos lanzamos al lado de un carro, soltó una bomba a unos treinta metros de nuestra posición. Otra vez, como hemos visto ya tantas veces en los últimos días, todos huyeron- porque no había cómo cubrirse, ni donde esconderse. En Brega, había una especie de intento de reagrupar a los hombres, pero eran pocos, y allí estaban, de nuevo, sin fortificaciones, sin trincheras y con pocas armas de importancia. A la mañana siguiente, Brega también fue abandonada en medio de escenas similares, mientras las fuerzas de Qaddafi, avanzando, anunciaron su intención de lanzar cohetes de largo alcance y realizar más bombardeos aéreos en su marcha.
Desde hace días, todos los combatientes se acercan a Occidentales como yo preguntando, con diversos grados de pasión, “¿Dónde está Obama, dónde están los Estados Unidos?” Ellos querían saber por qué el Oeste, como ellos lo ven, han sido tan pocos diligente para la implementación de una zona de exclusión aérea. Ha quedado claro que sin algún tipo de fuerza internacional de disuasión, la rebelión fracasará. Desde aquí, los argumentos usados en contra de la zona de exclusión, que parece una inversión de bajo riesgo en la revolución anti-Qaddafi, han sido imposibles de comprender. Funcionó en Serbia, después de todo, y el Occidente logró definir y luego ejecutar una zona de exclusión aérea en Irak luego de la primera Guerra del Golfo y mantenerse en posición durante doce largos años. ¿Por qué de repente es tan difícil imponer una zona de exclusión aérea aquí en Libia?
En realidad, una zona de exclusión aérea impuesta ahora puede que sea insuficiente para detener el avance de Qaddafi. Su verdadero valor, hasta donde he podido determinar, sería simbólico, sería el impulso moral que daría a los combatientes, a quienes les haría sentir que no están completamente solos en el mundo. Incluso podría comprar suficiente tiempo para reunir más voluntarios para la resistencia y la lucha, en lugar de retirarse frente al avance de las fuerzas de Qaddafi -o por lo menos les daría tiempo para cavar algunas trincheras-. Si los revolucionarios de Libia están verdaderamente abandonados, cualquier cosa puede suceder. Una incoherencia ideológica se está sembrando entre los jóvenes- que tratan de ser valientes, en el medio de su terror y van hacia adelante, aún cuando los vuelan en pedazos- lo que podría ser manipulado si la euforia revolucionaria se convierte en un amargo resentimiento.
Ayer en el hospital de Ajdabiya fui a buscar a Osama BenSadik. Mientras caminaba hacia él, se desplomó en mis brazos, y todo su cuerpo temblaba mientras lloraba. Muhanad, su hijo, había muerto en combate el sábado en la mañana, no muy lejos de Brega. BenSadik lloraba con el dolor de un padre inconsolable. El estaba allí esperando por el cuerpo – no tenía certeza de recuperarlo, porque el cuerpo estaba en territorio de Qaddafi ahora. Si el cuerpo de Muhanad llega, me dijo, lo llevaré a la casa de mi hermano en Benghazi y estaré de luto durante tres días, de acuerdo con la tradición Libia. Luego regresaría al frente. “No permitiré que Muhanad haya muerto en vano”, dijo. “No voy a regresar a los Estados Unidos hasta que esto haya terminado. No me importa nada más.”
Publicado por:
http://prodavinci.com/2011/03/14/%c2%bfdonde-estan-los-estados-unidos/
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