Autor: F. Xavier
Ruiz Collantes
Revista
Gobernanza, 2011
En las últimas
tres décadas se han sucedido una serie de grandes cambios que están provocando
una gigantesca transformación de los órdenes políticos y socio-económicos que
se inauguraron a partir de la Segunda Guerra Mundial. Estos cambios han
afectado y afectan a las grandes potencias internacionales y por ello son de
ingente magnitud ya que implican repercusiones de gran calado en el escenario
mundial. Por una parte, entre los llamados países comunistas se ha producido la
enorme transformación de la República Popular China y la caída de la URSS y del
bloque comunista en Europa; por otra parte, en los países centrales del
capitalismo, tanto en Norteamérica como en Europa, en estos momentos se
desarrolla una crisis económica y política solo comparable a la gran depresión
de 1929, crisis en desarrollo y de la cual no se adivinan ni su salida ni sus
consecuencias.
Entre los
acontecimientos a los que nos hemos referido parece que no existe un nexo
común, un factor que actúe en todos ellos, pero este factor puede rastrearse e
identificarse: la tendencia de las élites dominantes, sea cual sea el sistema
político o económico en el que actúan, a acaparar cada vez más poder, a
monopolizar el poder.
Del poder
revolucionario a la acumulación de grandes fortunas.
La ideología
leninista que concebía a los partidos comunistas como una élite de
revolucionarios dio lugar a Estados socialistas en donde el monopolio del poder
político por parte de estos partidos, de sus aparatos y de sus dirigentes
resultó una consecuencia inevitable. De esta forma, lejos de acercarse
progresivamente al ideal igualitarista que oficialmente se proclamaba, en estos
Estados se generaron castas dominantes cuyos privilegios derivaron de su
control de los aparatos de los Estados. Ello ocurrió en las dos grandes
potencias comunistas, tanto en la URSS como en China.
Pero el sistema de
economía estatalizada, planificada y centralizada de los regímenes de partido
comunista en la China y la URSS, no sólo no generaba el crecimiento que se
suponía necesario para mantener el pulso geoestratégico entre las
superpotencias, sino que además, especialmente, impedía que las castas
dominantes tradujeran en acumulación de riqueza privada su posición de control
dentro de estos Estados imperiales e imperialistas.
Deng Xiaoping,
proclamó que “enriquecerse es glorioso” y dio paso en China al desarrollo
económico fundamentado en el capitalismo más descarnado y a la posibilidad de
que las castas dominantes generadas alrededor del Partido-Estado alcanzaran
realmente la gloria de la riqueza y se constituyeran como una nueva y muy
especial burguesía.
Las grandes
fortunas florecen hoy en la China urbana de la costa este, pero mientras tanto
los campesinos y, sobre todo, aquellos campesinos que han emigrado para
trabajar en la industria de las regiones en crecimiento, viven en condiciones
infrahumanas y sin el más mínimo rastro de derechos sociales. La transformación
de China en la fábrica del mundo se basa en una masiva mano de obra
hiperexplotada y en el dumping social sistemático. Según datos del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo de 2010, aunque China es la segunda potencia
económica mundial, su índice de desarrollo humano se encuentra al nivel de
Gabón, en el número 89 del conjunto de países del planeta.
Por otro lado, se
debe tener en cuenta que cuando la URSS se desmoronó, no fue a causa de un
movimiento revolucionario irrefrenable de los ciudadanos, fenómeno que sí se
dio en los países satélites de la Europa del este. En la URSS los movimientos
de desmantelamiento del régimen comunista se produjeron fundamentalmente desde
dentro del aparato del Estado y del propio partido Comunista. No puede olvidarse
que Boris Yeltsin era un miembro destacado del Partido Comunista en Rusia o que
gran parte de las élites de dirección del actual Estado ruso, como el propio
Vladimir Putin, provienen de la antigua KGB. Por todo ello, no debe desdeñarse
la idea de que existió en todo el proceso de implosión de la URSS un movimiento
de las castas dominantes generadas alrededor del Estado y del PCUS para
resituarse dentro de un modelo de economía capitalista que les permitiera una
acumulación de poder económico sin barreras. Hoy, la sociedad rusa es una
sociedad profundamente desigualitaria en la que han crecido algunas de las
mayores fortunas que en el mundo existen y en donde perviven altos índices de
pobreza entre grandes sectores de la población.
Del control de los
mercados al control de las democracias liberales.
Respecto a las
democracias liberales de Norteamérica y Europa, siempre se sospechó que la
mayoría de los gobiernos defendían prioritariamente los intereses de las
grandes corporaciones empresariales. La famosa frase “Lo que es bueno para la
General Motors es bueno para los Estados Unidos” de Charles Erwin Wilson,
expresidente de GM y Secretario de la Defensa, bajo el mandato del presidente
Dwight Eisenhower, ha resumido durante décadas una filosofía en torno a la
defensa de los “intereses nacionales”. Sin embargo, en general, las élites
dirigentes de las grandes empresas transnacionales no aparecían directamente
decidiendo sobre las políticas generales de los Estados de democracia liberal,
por el contrario, los políticos acababan ejerciendo una labor de mediación
importante entre los intereses de los diversos sectores sociales. Ello ha
contribuido a la pervivencia de estos sistemas económicos y políticos. Sin
embargo, la desregulación progresiva de los mercados impulsada por las élites
empresariales y los políticos neoliberales durante las últimas décadas, la
abdicación de los gobiernos respecto al control de las políticas económicas más
importantes a través de la creación de Bancos Centrales independientes del poder
democráticamente constituido y la globalización en la circulación de los
capitales, han acabado vaciando a los gobiernos de los estado-nación de todo
poder efectivo en los sistemas de democracia liberal.
En la actualidad
son directamente aquellos que manejan los capitales financieros a nivel global
los que dictan de manera explícita y sin ninguna vergüenza las decisiones
políticas que los gobiernos deben tomar sobre cuestiones económicas y sociales
fundamentales. De tal manera que la legitimidad democrática de lo que los
gobiernos deciden está ampliamente desacreditada entre los ciudadanos.
Viendo las
políticas que se imponen en Europa hoy, parafraseando a Erwin Wilson, Angela
Merkel podría decir: “todo lo que es bueno para el Deutsche Bank es bueno para
Europa” y David Cameron: “todo lo que es bueno para la City financiera
londinense es bueno para el Reino Unido”. Simplemente de ello se deriva el
enfrentamiento de sus concepciones sobre el futuro de la Unión Europea. En
2008, cuando estalló la actual crisis económica del capitalismo central,
Nicolas Sarkozy manifestó, arrogante e ingenuo, que había que refundar el
capitalismo, pero como el capitalismo no se ha dejado refundar, ahora el
presidente francés proclama, con la misma solemnidad, que hay que refundar
Europa. Todo ello no es más que un síntoma de la claudicación de los poderes
políticos frente a los poderes financieros.
Sin embargo, las
grandes fortunas financieras no sólo imponen a los gobiernos europeos medidas
de desmantelamiento de los servicios sociales públicos y de abaratamiento
generalizado de la mano de obra a través de la presión de los créditos, de las
primas de riesgo sobre las deudas soberanas, de las calificaciones y
descalificaciones de las tres grandes agencias de rating ubicadas en Nueva
York, etc., por el contrario, los poderes financieros, cada vez más, controlan
directamente la acción de los gobiernos colocando a sus peones en los más altos
cargos de los Estados.
Así, por ejemplo,
en Europa, los gobiernos de los llamados tecnócratas, son fundamentalmente
gobiernos de personajes ligados a los poderes financieros. Por ejemplo, Mario
Monti, actual ministro italiano, asumió el cargo después de seis años
asesorando a la empresa financiera norteamericana Goldman Sachs y ha colocado
al frente de su equipo económico a Conrado Passera, máximo ejecutivo del banco
Intesa Sanpaolo, y a Vittorio Grilli, ex directivo de Credit Suisse First
Boston Group. Y esto es sólo el principio de una larga lista tanto en Europa
como en Estados Unidos. Como mínimo en 14 de los 27 países de la Unión Europea
ya se han situado al frente de los ministerios de economía, finanzas o del
Banco Central a exbanqueros o gestores de fondos de inversión.
Hoy el poder
financiero es hegemónico y las grandes corporaciones que lo encarnan han pasado
decididamente a controlar de manera directa el poder político en las
democracias liberales, porque en una época de agotamiento del modelo de
crecimiento capitalista que conocemos ya el poder económico por sí sólo no es
suficiente y únicamente se mantiene y acrecienta con el poder directo sobre los
órganos de gobierno de los Estados.
Solo hay una
respuesta: Democracia radical
Frente a procesos
de concentración de poder sin límites que se están produciendo en diferentes
sistemas y de diversas formas, la única respuesta es la democracia, la
democracia de los ciudadanos. Una democracia radical, que defina un poder
político y económico horizontal y equitativamente distribuido. Toda élite acaba
siendo, inexorablemente el germen de una futura casta o clase dominante que
tenderá a acumular todo el poder que le sea posible. Por ello, los movimientos
de los indignados, sea en Madrid, en Barcelona, en Londres, en Nueva York o en
Los Ángeles, conscientes de los perversos procesos de acumulación de poder,
rechazan entre ellos mismos la aparición de líderes y de grupos dirigentes y
ensayan nuevas formas de democracia radical. Porque la democracia radical es la
única alternativa a la monopolización y privatización del poder sobre los
bienes públicos sean estos económicos, sociales, políticos o culturales.
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