Fernando Mires 17 de agosto de 2012
En política -salvo para quienes están
ideológicamente intoxicados- la decisión de votar conoce múltiples motivos.
“Díme por quien votas y te diré quien
eres” es quizás una frase vulgar, pero contiene un átomo de verdad. Pues la
decisión de votar dice más sobre la personalidad del elector que sobre la del
candidato. En ese simple acto está contenido un mundo de experiencias. Uno
vota, efectivamente, de acuerdo a lo que uno es, o quisiera ser.
1. Si yo por ejemplo fuese ciudadano
norteamericano votaría por Barack Obama. Pienso que es el presidente adecuado
para revertir la profunda crisis económica que heredó de Bush. La primera parte
de su tarea, ya está cumplida. La segunda, la de la cosecha, cuando los
programas “keynesianos” comiencen a reactivar el consumo, no debería ser
heredada por los republicanos, como ya es común en esa inmensa nación.
Mas, como no soy norteamericano, mi
favoritismo por Obama tiene que ver con asuntos de política exterior.
Efectivamente, bajo su conducción ha tenido lugar un cambio radical en la
política internacional de los EE UU, a saber: la sustitución del principio
de dominación militar por el de liderazgo político. El primer principio
correspondió al periodo de la Guerra Fría. El segundo, a las condiciones
multipolares que priman en el siglo XXl. Ahí los EE UU deben buscar “un nuevo
lugar”
Durante esa búsqueda, los EE UU
enfrentarán a lo largo del siglo XXl a dos imperios: el ruso y el chino.
El primero es un imperio clásico. Su
expansión se basa todavía en la ocupación militar. En cierto modo puede ser que
Putin pase a la historia como el continuador post-moderno de Stalin (sin utopía
revolucionaria, sin Komintern y sin el apoyo mundial que gozó la URSS).
El segundo, el imperio chino, se basa
en la ocupación económica, y si la tendencia se mantiene, podrá controlar el
sistema financiero de diversas naciones hasta el punto de inhabilitarlas
políticamente. Es una buena carta y la está jugando.
De acuerdo al principio del liderazgo
político, Obama intenta apoyar, cuando es posible, a diversos movimientos
antidictatoriales de la tierra. Por cierto, no se trata de una ayuda
filantrópica: la ausencia de democracia es y será el talón de Aquiles de los
otros dos imperios. El apoyo a las revueltas árabes corresponde pues con ese principio.
Es por eso que ninguna rebelión árabe ha sido realizada con la quema de
banderas norteamericanas, como era “normal” en el pasado reciente. Además, la
deteriorada Alianza Atlántica ya está prácticamente restituida. No es muy poco
para tan reducido tiempo.
2. Quizás por razones similares, en las elecciones más
decisivas que ha habido en América Latina durante este siglo, las de Venezuela
en Octubre del 2012, mi candidato no podría ser otro sino Henrique Capriles
Radonski, el contendor más serio que ha tenido Chávez en su vida política.
Chávez representa el proyecto de usar
el gobierno como medio de toma del poder, pero no del poder de una clase, sino
de un grupo de amigos personales cohesionado en torno a su liderazgo.
Representa, además, la anulación de una de las conquistas más caras de
Occidente: la separación de los tres poderes. Y por si fuera poco, representa
el retorno del caudillismo militar decimonónico, aunque esta vez venga vestido
con el rojo color del socialismo.
Desde el punto de vista internacional,
Chávez ha bloqueado la ola democrática iniciada en la región después del
declive de las dictaduras militares “clásicas”. De acuerdo a ese objetivo, ha
contraído relaciones con las más espeluznantes dictaduras. Gracias a la intermediación
de Chávez, los gobernantes más asesinos de la tierra se han paseado por América
Latina como perro por su casa.
Pero no sólo por ser “el anti-Chávez”
yo votaría por HCR.
Capriles levanta un proyecto cuyo
objetivo es unificar reivindicaciones libertarias con reformas sociales nunca
realizadas por el chavismo. Es por eso que en Venezuela, gracias a Capriles, se
ha desatado un movimiento social y político que trasciende a los partidos que
apoyan al candidato de la democracia.
3. Mucho más difícil sería para mí elegir algún candidato
en Chile, mi país de origen. En cualquier caso, si yo estuviera ahí, me
alejaría como de la peste de los partidos políticos, agotados en canibalescas
luchas internas. Simplemente actuaría en ámbitos ciudadanos asequibles. Esas
son las razones por las cuales, desde tan lejos, apoyo la candidatura a
concejal por la comuna de ñuñoa de Jorge Gómez Arismendi, a quien casi nadie
conoce en Chile (creo que en ñuñoa tampoco)
Si no fuese candidato por ñuñoa,
también yo apoyaría a JGA. Porque mi apoyo a JGA no tiene nada que ver con que
casi toda mi niñez y juventud la haya vivido en ñuñoa, donde tuve mis primeros
amigos, mis primeras “pololas”, mis primeros partidos de fútbol, mis segundos y
terceros estudios, mis primeras curdas. No, mi apoyo virtual a JGA no tiene que
ver (sólo) con ñuñoa.
Tiene que ver con una posición ética
de JGA, una que dice más o menos así: “cuando los partidos políticos ya no te
representan, en lugar de quejarte debes representarte a ti mismo”. Ahora, para
pensar de tal modo, y luego actuar, hay que tener cojones. Es por eso que si
tuviera diez años menos viajaría a Chile a sumarme a la campaña de JGA:
candidato quijote en un país donde hay tantos sanchos.
4. Pero como no vivo en Chile, he decidido votar en las próximas
elecciones comunales por Herr S., eterno candidato a concejal por la
circunscripción Eversten, en la ciudad de Oldenburg.
Nunca he votado por Herr S.,
conservador y cristiano. En las elecciones nacionales voto por los socialistas
y en las comunales por “los verdes”. Sin embargo, en las próximas elecciones
voy a votar por Herr S. Y no lo haré sólo porque los demás candidatos son unas
plastas, sino porque Herr S. no lo es.
Herr S. vive frente a mi casa. Sale de
la suya a la misma hora; hace sus paseos a la misma hora; asiste a los
servicios religiosos a la misma hora; trabaja en su jardín a la misma hora.
Apenas me divisa Herr S. atraviesa la
calle para saludarme. Hablamos cordialmente del tiempo, del exceso de tráfico
y, más recientemente, de la vida lenta de los jubilados. En fin, creo que Herr
S., hombre recto y cordial, es el ciudadano que habría deseado Kant para su
“república civil”.
Hace tiempo que no veo a Herr S. Una
semana atrás divisé a Frau S. Caminaba lento, mirando al suelo. En las noches
la casa de Herr S. ya no está iluminada, como solía estar. Y me extraña mucho
que la maleza ya está cubriendo gran parte de su cerco. Quizás en las próximas
elecciones tampoco podré votar por Herr S.
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