Por Enrique Krauze, 29/09/2012
Le parecerá extraño que me dirija
a usted. Se preguntará ¿qué tiene que decirnos un escritor mexicano a nosotros
los venezolanos, y en particular a los chavistas?
Verá usted. Me importa y preocupa el destino de Venezuela porque
creo que los países de la América Hispana formamos parte de una patria mayor
que nuestras patrias y que por ello nuestros destinos están unidos. Por eso
dediqué un año al estudio de la historia y la vida de Venezuela, y publiqué el
libro El poder y el delirio.
Yo no soy un enemigo de Hugo Chávez. Soy un crítico de Hugo
Chávez, que es muy distinto. Yo le reconozco su vocación social. Para eso
estableció las misiones: para proveer de educación, salud, alimentos y otros
bienes y servicios a los más necesitados. Pero así como no le escatimo esa
vocación, creo ver con claridad las limitaciones y vicios de su estilo personal
de gobernar y los enormes problemas que ha propiciado su larga permanencia en
el poder.
Esa permanencia es ya un obstáculo para el desarrollo sano de su
país. Una frase sabia, acuñada por el historiador inglés Lord Acton, resume
siglos de experiencia: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe
absolutamente”. La historia del siglo XX demuestra con creces hasta qué punto
tenía razón: los autócratas que prometieron el cielo en la tierra terminaron
por traer a sus pueblos hambre, desolación, pobreza, guerra y muerte. En
consecuencia, la mayor prioridad de una auténtica democracia es poner límites
al poder absoluto. Y Venezuela está ahora mismo frente a esa necesidad histórica:
debe poner límites al poder absoluto.
No es necesario eternizarse en el poder para desplegar una obra
social perdurable. En México, el presidente Lázaro Cárdenas es recordado aún
por el pueblo con agradecimiento, pero Cárdenas gobernó seis años (1934-1940) y
ni un minuto más. Una nación no puede confiar indefinidamente su destino en
manos de un hombre. Y una nación no debe confiar en la palabra de un gobernante
como si fuera la palabra de Dios.
Porque el hecho es que detrás de los interminables discursos del
Presidente, detrás de las infinitas apariciones en la televisión, se oculta una
verdad que los chavistas descubrirán alguna vez, con inmenso pesar. Me refiero,
por ejemplo, al increíble dispendio de los casi 700.000 millones de dólares que
han entrado a las arcas de la empresa estatal de petróleo Pdvsa (que llegó a
ser un ejemplo de modernización). Aunque el presidente Chávez ha enmascarado
con el velo de su discurso la corrupción de la élite política y militar que les
es adepta, el país atraviesa por una grave crisis: los niveles de inflación son
los más altos del continente; hay –usted lo sabe– una aguda carestía de
alimentos básicos, electricidad, cemento y otros insumos primarios (como
resultado de las masivas expropiaciones de las empresas privadas, y la
ineficacia y corrupción de los nuevos administradores públicos). Y, para colmo,
la criminalidad es la más alta del continente.
Venezuela tiene hoy la alternativa de votar por un proyecto
distinto, el de Henrique Capriles, joven valeroso, sensible, responsable,
conciliador y visionario. Sus propuestas buscan recobrar la sensatez económica
y ha prometido que respetará y mejorará las conquistas sociales, y no afectará
los sueldos y prestaciones de los empleados gubernamentales. Le sugiero a usted,
respetuosamente, considerarlo.
Las llagas de Venezuela son inmensas, pero acaso la llaga mayor no
sea ni social o económica sino moral. Me refiero a la discordia dentro de las
familias venezolanas y a la discordia dentro de esa gran familia que es
Venezuela. Es natural que las personas sostengan opiniones distintas, pero esas
opiniones –por más diversas y aún opuestas que sean– son sólo eso, y no tienen
por qué convertir a las personas en enemigos. El presidente Chávez y sus
voceros ven el mundo dividido entre “enemigos y amigos”, lo cual es sumamente
injusto, degradante y peligroso, porque en la historia los enemigos no dialogan
entre sí: los enemigos, finalmente, se matan.
En este sentido, los insultos racistas que Chávez ha vertido sobre
Capriles han sido infames. Llamarle “nazi” a un hombre cuyos bisabuelos fueron
exterminados por los nazis es una barbarie que va más allá de los adjetivos.
Los venezolanos son muy sensibles, felizmente, a la memoria de los mayores. Por
eso usted no puede apoyar semejante vileza. Nada tiene Capriles Radonski que
avergonzarse de sus ancestros.
Por lo demás, ya que Chávez se percibe a sí mismo como un redentor
y ha llegado a invocar al propio Cristo en sus campañas, estoy seguro de que a
usted no se le escapa la devoción de Capriles por la Virgen del Valle, patrona
de la isla de Margarita, devoción compartida por millones de sus compatriotas.
El fervor de Capriles no es calculado ni político. Es un fervor íntimo y
sincero. Por eso conmueve a quienes lo abrazan en los pueblos.
Los hombres tenemos grabada en el alma la libertad. Ni aún
queriéndolo podemos renunciar a ella. Y entre todas las libertades, la
fundamental es la libertad de conciencia. Una persona no puede acallar su
propia conciencia y no puede permitir que el poder intente gobernarla. Yo
espero que usted ejerza su libertad el próximo 7 de octubre y vote por una
Venezuela libre de odios ideológicos, una Venezuela que recobre la concordia,
la tolerancia y la paz.
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