Fernando Mires 3 de noviembre de 2012
Elegir es diferenciar. Abstenernos de
votar no sólo supone entonces una abstención con respecto a un conflicto, sino
una abstención de diferenciar, una a través de la cual nos negamos como
electores.
Ha habido autores que han escrito
voluminosos libros y de pronto escriben un artículo o ensayo muy breve donde se
encuentra casi todo el sentido del mensaje que querían comunicar. Pienso por
ejemplo en la alegoría de la caverna platónica (sólo dos páginas del libro Vll
de la República) o en “Paz Perpetua” de Kant, o en “Política como Profesión” de
Max Weber e incluso en el “Manifiesto Comunista” de Karl Marx. Pues los libros
voluminosos suelen serlo cuando el autor busca un objetivo que siendo
pre-sentido no es todavía encontrado. Hasta que llega el momento feliz del
encuentro. Entonces la idea surge simple y breve. ¿Ha pensado alguien cuántas
noches de insomnio hay detrás de la tan sencilla fórmula de Einstein,E=mc2?
Cuando leí por primera vez el artículo
de Sigmund Freud “La denegación” (Die Verneinung, 1934) me di cuenta de
que estaba frente a uno de esos breve textos reveladores. Es por eso que cada
cierto tiempo vuelvo a leerlo para encontrar una sugerencia, algo que obliga a
seguir reflexionando más allá del texto, algo que de pronto desemboca en ámbitos
lejanos al propio Freud. Como el de la política, por ejemplo.
Freud parte de una observación
detectivesca. Si un paciente decía que el personaje femenino de un sueño no es su madre, Freud deducía: “es
la madre”. De este modo logró percibir que al ser reconocido el objeto, éste no
era reprimido sino negado. Negado significa, en la formulación de Freud, “algo
que me gustaría reprimir”. Y bien, la diferencia entre lo que se reprime y lo
que se niega es central en el pensamiento de Freud.
Recordemos que convertir lo
inconsciente en consciente era para Freud un propósito del psicoanálisis. No
obstante, la concientización de lo inconsciente no significaba para él la
eliminación del conflicto. Todo lo contrario, lo que se busca hacer consciente
en la escena analítica es el conflicto mismo, esto es, el reconocimiento real
de lo que uno niega. Así Freud logró trazar la fina línea que separa a lo
reprimido de lo negado.
Podríamos decir sin miedo que el arte
del psicoanálisis consiste en transformar “lo reprimido” en “lo negado” pues la
negación es siempre una acto de la conciencia, una decisión del yo, o como dice
Freud, una atributo del intelecto. Eso significa que sólo a partir del
reconocimiento del conflicto negado puedo dar el segundo paso: el de la
afirmación. O en una fórmula: no la afirmación posibilita la negación sino la
negación a la afirmación.
Para explicarme mejor: Si alguien dice
“hoy yo no quisiera hablar de “eso” ”, “eso” implica el reconocimiento de
“algo” que produce displacer, mas no su represión. La decisión de no hablar hoy
de “eso” no niega entonces al conflicto, simplemente lo silencia. En cierto
modo implica la decisión de no-desear-enfrentar-el-conflicto lo que en ciertos
casos es aconsejable, sobre todo en la vida privada. De ahí que en lugar de
enfrentar, posponemos al conflicto. ¿Cuántas veces dejamos para el Lunes lo que
no queremos hacer el Domingo?
No obstante, lo que puede ser cuerdo
en la vida privada no lo es siempre en la política. La razón es simple: sin
conflicto no hay política pues la política es conflicto (agonía, según Hannah
Arendt) Y el momento más conflictivo (o agónico) de la política es sin duda el
de la elección dado que en una elección se trata de elegir, y elegir significa
afirmar algo que pensamos es mejor a lo no elegido (negado).
Elegir es diferenciar. Abstenernos de
votar no sólo supone entonces una abstención con respecto a un conflicto, sino
una abstención de diferenciar, una a través de la cual nos negamos como
electores.
La abstención al ser dirigida en
contra de uno mismo no puede ser considerada como un acto de protesta pues
nadie protesta en contra de uno. Si queremos protestar podemos votar en blanco
o simplemente, como hizo Yoani Sánchez en Cuba, anular el voto y rayarlo. Yoani
mostró incluso su voto -donde ella había escrito la palabra “libertad”- a las
cámaras. Yoani, luego, no se abstuvo de votar. Tampoco de elegir. Ella eligió
en contra de las opciones propuestas, otra elección, una que en las condiciones
imperantes en su isla, no era todavía posible. Así es como se protesta.
Por supuesto, en una elección se puede
votar sin elegir, aunque –obvio- no se puede elegir sin votar. Dicha distinción
entre votante y elector podría haberla hecho Max Weber, pero
como no la hizo, la hago yo. A primera vista parece un exceso de sutileza, pero
no es así. En efecto hay quienes votan pero no eligen.
Hay quienes han votado y votarán por
el mismo partido hasta el fin de sus días. Esos según la expresión de Weber son
los militantes (Mitgliedschaft) a quienes diferenciaba de los simples
partidarios (Anhängerschaft) y de los electores (Wählerschaft)
Los militantes, algunos de los cuales
han establecido con la política una relación casi sacramental, al votar siempre
por el mismo partido no son electores pues nunca eligen. Son solo votantes. Los
electores en cambio son aquellos que realizan un ejercicio intelectual en cada
elección y, por lo mismo, eligen.
Según los militantes los electores
poseen una baja conciencia política. Pero quienes verdaderamente dan sentido a
la vida política son los electores quienes al elegir, deciden. Mas, para
elegir, los electores necesitan por lo menos de una diferencia. Si no
hay diferencia no puede haber diferenciación. Solo puede haber in-diferencia, la
que en las elecciones se traduce en abstención. La indiferencia aparece
entonces en el momento en el que nos negamos a negar.
La abstención, luego, comienza desde
el momento en que los electores –no así los votantes- no pueden encontrar las
diferencias. Quizás eso fue lo que sucedió en Chile en las elecciones
municipales del mes de Octubre del 2012 cuando -en el que se supone uno de los
países más politizados del continente- la abstención alcanzó un catastrófico
60%. No ocurría lo mismo en el pasado reciente. Durante los tiempos de “la
posdictadura” (Adolfo Castillo) unos votaban para evitar el regreso de los
pinochetistas. Los otros, para evitar el regreso de la Unidad Popular. Las
diferencias estaban muy claras. Hoy, evidentemente, no es así.
La ausencia de las diferencias lleva a
la indiferencia y con ello al fin de la política ya que sin diferencias no hay
antagonismos y sin antagonismos no hay política. Cuando eso ocurre no nos
encontramos entonces sólo frente a una crisis política sino frente a la crisis
de la política. Y eso, desde una perspectiva política, es lo peor que puede
ocurrir en un país.
Ahora ¿qué sucede cuando hay electores
–estoy pensando en Venezuela- quienes a pesar de que existen diferencias
dramáticas entre los candidatos de su país deciden de todas maneras no votar?
En este caso –es mi respuesta- estamos definitivamente frente a una muy grave
patología política.
Lamentablemente Freud no escribió nada
sobre ese tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico