Jesús Petit Da Costa miércoles, 4 de junio de 2014
Fue Dumas el que acuñó la frase:
“cherchez la femme” (busquen a la mujer), que partía de la hipótesis de que el
motivo del crimen siempre era una mujer. Luego se la ha usado para indicar por
donde debe comenzar la investigación policial: a quién beneficia?
En el magnicidio del Primer
Vice-Presidente de la República, Juancho Gómez, su hermano el Presidente Juan
Vicente Gómez, aplicó esta regla de investigación criminal. ¿A quién
beneficiaba el crimen? Desde luego, al Segundo Vice-Presidente, que era su hijo
José Vicente, que así ascendía a primero en la sucesión. Entonces el padre
malicioso, convencido de detrás del hijo estaba la madre intrigante, cortó por
lo sano: eliminó la Vicepresidencia y desterró al hijo a Francia, donde vivió
hasta su muerte.
Desde entonces no hubo Vice-Presidente
con derecho a la sucesión. Ocurrió, sin embargo, que en 1948 se instaló un
gobierno colegiado llamado Junta Militar de Gobierno. Lo presidía el coronel
Carlos Delgado Chalbaud, que estaba acompañado por los oficiales del mismo
grado: Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, en la práctica primero
y segundo vicepresidentes. Sucedió que a Delgado lo asesinaron, después de
haberlo secuestrado, cuando estaba próximo a cumplir dos años en la
presidencia. Todo el mundo le imputó el magnicidio a Pérez Jiménez, que era el
beneficiario. Los hechos posteriores confirmaron la regla.
Por estos antecedentes los redactores
de la Constitución de 1961 descartaron restablecer la Vice-presidencia de la
República. Optaron por crear la incertidumbre sobre la sucesión con este
mecanismo: se encargaba por treinta días el presidente del Congreso, que era
electo cada año, hasta que el mismo Congreso elegía al sucesor, por lo cual
ningún magnicida tenía asegurado el cargo de presidente.
Llegó al poder el difunto y, por su
incultura política (demostró ser ignorante en historia de Venezuela), cayó en
la trampa de restablecer la vice-presidencia. Creyó que, siendo de su libre
nombramiento y remoción, lo podía sacar del juego antes de que le hiciera daño.
Se ve que tampoco había leído las tragedias griegas ni a Shakespeare, en las
cuales el magnicida es siempre el príncipe heredero, su amado hijo, que se le
mete por los ojos al padre y lo ciega, mientras los complotados hacen el
trabajo.
¿A quién benefició la muerte del
difunto? Al príncipe heredero del padre amado. ¿Fue una muerte natural? Eso
dicen los complotados. ¿Alguien ha visto la historia médica y el informe del
facultativo junto con el acta de defunción? Nadie. ¿Quién puede tener interés
en ocultarlos? Sólo un magnicida. Nadie más. ¿Es que hubo magnicidio? No lo
sabemos, pero toda muerte sospechosa de un presidente huele a magnicidio.
Tiene año y medio el misterio de la
muerte del difunto, a quien vimos por última vez el 08-12-12. Nunca más habló
ni se apareció. Sin desvelarse este misterio, viene ahora el sucesor y denuncia
que lo quieren matar. Suponiendo que sea cierto, quién puede tener interés en
matar a Maduro? Si Maduro muere, Leopoldo López no asume la presidencia.
Tampoco María Corina Machado. Ni Diego Arria. Ninguno de ellos. La historia y
la literatura enseñan que, tratándose de magnicidio, el primer sospechoso es el
vice-presidente Arreaza, que además está en el secreto de la muerte de su
suegro. Y más sospechoso aún, se hizo de la vicepresidencia con el cuento de
que lo había dispuesto el suegro, cuando posiblemente estaba ya muerto. Este
cuento de Arreaza lo hace sospechoso a la enésima potencia, si agregamos que
vive como presidente en la residencia presidencial, formando parte de la
familia real cuyos miembros, sobre todo las mujeres, no esconden su ambición y
su decisión de ejercer el poder por derecho hereditario.
Si matan a Maduro, quién lo sucedería?
El vice Arreaza, que debe convocar a elecciones. Y quién sería, con su apoyo, el
candidato natural del gobierno? Su mujer o su cuñada, herederas legítimas de su
padre. Faltaría más que a Arreaza lo crecieran las agallas queriendo ser el
sucesor. Lo liquidaría su familia por afinidad.
Pero para matar a Maduro los
complotados necesitarían el consentimiento de los Castro, que son sus dueños.
Sus anillos de seguridad son todos cubanos. Por este motivo habría que ir a
Cuba a convencer a los Castro. Esto no lo pueden hacer Arria, María Corina y
López, porque no tienen acceso a los Castro que, por el contrario, los
aborrecen.
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