Por Fernando Mires | 12 de Julio, 2014
Muy estimado Leopoldo López
Que usted, eludiendo la censura de la
cárcel de Ramo Verde me escriba una carta, es para mí un honor. ¿Quién soy yo
al fin? Un profesor jubilado de una universidad del norte de Alemania. Otro
chileno, uno de los tantos que una vez buscaron refugio en las lejanías para
rehacer vidas alteradas por una vil dictadura y que desde entonces, como otros,
decidió pronunciarse en contra de toda dictadura, venga de donde venga. Por
eso, recibir esa carta escrita con la mano de un luchador por la democracia,
padeciendo injustamente en las cárceles de un régimen arbitrario, me ha hecho
pensar en que tal vez yo no he escrito en vano. Permítame entonces, Leopoldo,
darle, antes que nada, las gracias.
He seguido y sigo con mucha atención
lo que sucede en Venezuela. Como usted dice, un rompecabezas muy difícil de
armar. Ya era difícil de armar durante Chávez cuyo gobierno poseía una
naturaleza doble. Por un lado era popular -popularidad legitimada en continuas
elecciones- y por otro, autocrático y militar. Hoy, bajo el gobierno Maduro, ha
cambiado el carácter político del chavismo. Maduro es mucho menos popular y su
gobierno es mucho más militar y militarista que el de Chávez.
Esa fue la razón -pese a que no
compartía los argumentos que cristalizaron en la, para mí, poco feliz fórmula
de “La Salida” (Maduro vete ya)- por la cual saludé su llamado a protestar en
las calles del Febrero venezolano. Ese llamado apareció en el momento justo,
cuando en el amplio campo de la oposición parecía reinar cierta resignación o
apatía.
Como es sabido, en las elecciones
municipales de 2013, pese a que la oposición había obtenido una extraordinaria
votación, ganando además en los centros más poblados del país, no alcanzó el
objetivo que ella misma se había propuesto, a saber, la de convertir las
elecciones en un plebiscito que crearía condiciones para una salida política
constitucional.
No habiendo sido alcanzado ese
objetivo, la tarea del momento debía ser, a mi juicio, otra. La podemos resumir
así: sobre la base de la crisis económica provocada por el gobierno, se hacía
necesario pasar a la fase de acumulación de fuerzas, lo que no excluye, pero sí
incluye, la movilización en las calles. Y bien, esa tarea era y es, si tomamos
en cuenta la profundidad de la crisis, perfectamente posible.
En efecto, yo mantengo la opinión de
que un salto cualitativo en las luchas democráticas solo es realizable sobre la
base de un crecimiento cuantitativo. Eso pasa en Venezuela por atraer a amplios
sectores que una vez fueron seguidores del chavismo, como también a quienes no
se sienten identificados ni con el gobierno ni con la oposición. Como apuntaba
Hannah Arendt, mientras la violencia solo requiere de instrumentos, el poder
será siempre el poder de las mayorías. Y ella, que conste, no se refería solo a
los países democráticos.
Cuando yo escribí entonces que la
lucha encabezada por los estudiantes venezolanos era en contra de un sistema de
dominación, jamás sostuve que ese sistema podía ser cambiado en su totalidad.
El artículo que usted menciona fue publicado originariamente en Chile (El
Mostrador) y estaba destinado a contrarrestar una opinión de la señora Bachelet
quien había afirmado, en relación a los acontecimientos venezolanos, que “no se
trata de derribar gobiernos legítimamente elegidos”. Yo sostuve que los
manifestantes, en su mayoría, no salían a derribar al gobierno, sino a luchar
en contra de un sistema de dominación. Debo en ese punto quizás ser un poco más
explícito. Cuando los comunistas, es un ejemplo, dicen, nuestra lucha es para
deribar el capitalismo, no piensan que el capitalismo va a terminar en un plazo
corto. O a la inversa: cuando los demócratas cubanos dicen: nuestro objetivo es
liquidar al sistema castrista, saben que ese derribamiento ha estado y estará
precedido por un larguísimo proceso. Derribar un sistema, a diferencias de
derribar un gobierno, no es cosa de días sino de años. Usted lo puede ver en el
mundo árabe. Caen y caen gobiernos, pero los sistemas de dominación se
mantienen incólumes.
Más aún, hay elementos del sistema
anterior que pueden y deben ser continuados por otros gobiernos. Por ejemplo,
durante su campaña presidencial, Capriles planteó, y con razón, que las
“misiones” –uno de los pilares del sistema chavista– no serían suprimidas en
caso de ser él elegido presidente. En Chile, es otro ejemplo, el gobierno de
Bachelet todavía gobierna con la Constitución de Pinochet.
En cualquier caso, un cambio de
sistema presupone generalmente un cambio de gobierno o, por lo menos, un cambio
en el gobierno. Y para eso, en Febrero de 2014 no había ninguna condición
objetiva. Mucho menos si tomamos en cuenta que la oposición es política y
socialmente hablando, muy heterogénea. Por eso escribí durante Febrero: “Si los
estudiantes se adecuaran al ritmo de la MUD, sería un error. Pero si la MUD se
adecuara al ritmo de los estudiantes, sería una locura”. También podríamos
decir: “Sin voluntad de cambio nunca va a suceder nada, pero reducir la acción
política a los actos de la pura voluntad, se paga muy caro”. Créame, lo último
se lo digo por experiencia propia.
Mi escepticismo con respecto a “la
salida” es el mismo que hoy mantengo frente a la alternativa que usted en estos
momentos defiende, la de una Asamblea Constituyente.
¿Qué es una Asamblea Constituyente?
Las palabras lo dicen. Es un acto convocatorio destinado a constituir
políticamente a una nación, es decir, se trata de ratificar electoralmente una
nueva Constitución. Por eso mismo una Asamblea Constituyente es un acto
fundacional, o por lo menos re-fundacional. Eso es y ha sido así desde la
Asamblea Constituyente de 1789 en Francia, la que certificó el fin del régimen
monárquico.
La Asamblea Constituyente no certifica
un cambio de gobierno sino un cambio de régimen. Eso presupone que, previamente
a la Asamblea, el régimen anterior ha sido derrotado o derrocado. Quizás me
equivoco, pero creo que en la historia moderna no hay ningún caso en el que un
régimen haya sido cambiado por una Asamblea Constituyente, pero sí, algunos en
los cuales la Asamblea ha surgido para dotar constitucionalmente a un régimen
que de hecho había sido cambiado de modo previo a la votación constitucional.
De más está decir que en Venezuela el régimen (o sistema) no ha cambiado, nadie
ha sido derrocado y nadie desde la oposición ha tomado el poder.
Distinto fue el caso de la Asamblea
Constituyente de 1999. El propósito de Chávez en ese momento era trazar una
marca histórica que señalara claramente un “antes” y un “después” de Chávez, es
decir, el fin de la “cuarta república”. Y evidentemente, ese propósito, por lo
menos a nivel simbólico, fue logrado. La Constitución de Venezuela fue una
Constitución, en sus orígenes, chavista.
Pero, atención, escribí “en sus
orígenes”. Tantas veces ha sido violada esa Constitución por Maduro y su
antecesor, que a la oposición en su conjunto no le quedó más alternativa que
acogerse bajo su protección. Una de las últimas violaciones constitucionales
fue la que llevó a Leopoldo López a la prisión por el delito de haber hecho uso
legítimo del derecho a protesta, consagrado por esa misma Constitución.
Todos sabemos, por lo demás, que a
Chávez, “su” Constitución (“La Bicha”) le molestaba, hasta el punto que intentó
cambiarla por otra más “socialista”. El 2.12-2007 sin embargo, el pueblo
venezolano, en magnífico acto de soberanía, negó a Chávez esa posibilidad,
infligiendo la primera derrota electoral al chavismo. A partir de ese día la
Constitución de origen chavista dejó de ser chavista y pasó a ser de todo el
pueblo. Esa fue la razón por la cual la oposición la convirtió en símbolo y
escudo. En otras palabras, la oposición adoptó e hizo suya a la Constitución.
Más todavía, en nombre de la defensa
de la Constitución han sido obtenidas muchas victorias municipales y
parlamentarias. ¿Cuántos candidatos opositores han levantado en alto el pequeño
libro azul? No, Leopoldo. El problema principal de Venezuela no es constitucional
ni constituyente; es mucho más profundo; es social y es político a la vez.
Una Asamblea Constituyente es, además,
un acto electoral. Y ahí ocurre otro problema. El llamado a la Asamblea aparece
en un horizonte en el cual ya se dibujan las elecciones parlamentarias que
tendrán lugar en el 2015. ¿Está el pueblo venezolano en condiciones de soportar
dos elecciones tan existenciales en un breve lapso? ¿O el llamado a las
elecciones constituyentes excluye a las parlamentarias? La respuesta está en el
aire, y al no aparecer, hay desconcierto, confusión, y sobre todo, división.
De hecho la oposición venezolana está
dividida frente al llamado a la Constituyente. Según me informan, no hay más de
tres partidos, de los muchos que la conforman, que están de acuerdo con ese
llamado. Pero aunque fueran muchos más, el hecho es que ese llamado no suma,
solo resta; no multiplica, solo divide. Y con una oposición dividida, la
Constituyente, si es que llegara a tener lugar, solo significará una derrota
inapelable para toda la oposición. No ocurrirá así con las elecciones
parlamentarias.
La unidad que ha alcanzado la
oposición es antes que nada una unidad electoral, y elecciones tras elecciones
la votación opositora ha ido ascendiendo. Ese es un hecho objetivo. Las
elecciones periódicas, han sido, además, la oportunidad que ha tenido el
conjunto de la oposición para desplegar su política en calles, barrios y
cerros.
A diferencia de una elección
constituyente, donde los electores votan por una fría palabra, “si” o “no”, en
las parlamentarias votan por personas de carne y hueso. Más allá de los
resultados, la oportunidad que tienen los candidatos de entrar en contacto
directo con los problemas de la gente, es única. En las campañas electorales,
la política entra a la calle. Usando una imagen, podríamos decir que en esas
campañas tiene lugar una lucha “cuerpo a cuerpo”.
¿Para qué desperdiciar una
oportunidad, quizás la única que se tiene para integrar las luchas sociales con
las luchas políticas? Comparando la efervescencia social que produce una
elección parlamentaria con un llamado a cambiar la Constitución, yo diría que
la primera es más radical y la segunda más conservadora, aunque sea defendida
por sectores considerados radicales.
Hace un tiempo escribí un artículo
cuyo título es una tesis: “Cómo transformar las elecciones en protesta social
sin que dejen de ser elecciones” Justamente de eso se trata. Así lo demostraron
las elecciones en San Diego y San Cristóbal.
Como ya he manifestado en otras
ocasiones, elecciones sin protesta social están destinadas a perderse;
protestas sociales sin elecciones en cambio, están destinadas a estrellarse en
contra del aparato militar y para-militar del régimen.
Leopoldo, yo estoy seguro de que si la
oposición se une, y las cosas se hacen bien, Venezuela se puede llenar de
muchos sandiegos y de muchos sancristóbales. Eso es, para mi al menos, más
importante y decisivo que una Asamblea Constituyente, que un Congreso
Ciudadano, o que cualquiera otra propuesta u ocurrencia unilateral, por más
brillante que esta sea.
La unidad, la unidad es el primer
requisito. En aras de la unidad, en momentos como los que vive Venezuela, hay
que sacrificarlo todo, incluyendo proyectos personales. Naturalmente la unidad
solo puede surgir frente a objetivos comunes. Pero en ese mismo sentido estoy
seguro de que lo que une a la oposición es mucho más de lo que la desune.
Hay muchas razones para protestar
unidos en Venezuela. La situación económica, sobre todo la de los más pobres,
es desesperante. Inflación, escasez, trabajo precario, delincuencia, y sobre
todo, violaciones a los derechos humanos, son lacras que nadie puede
desconocer. Ese es el saldo del llamado socialismo del Siglo XXl.
Un régimen que ha unido el destino del
país con el de la dictadura militar cubana, un régimen militarizado que miente
día a día, un régimen que dispara a mansalva a estudiantes desarmados, un
régimen que persigue y encarcela a políticos para usarlos como rehenes,
mientras un ex ministro declara que el dinero de todos los venezolanos es usado
para financiar campañas oficialistas, eso y mucho más, define de por sí a un
régimen perverso. Solo la más absoluta unidad podrá derrotarlo.
Leopoldo, no quisiera terminar estas
líneas, más allá de cualquiera divergencia, sin manifestar toda mi solidaridad
frente a los duros momentos que usted está viviendo. Solidaridad que hago
extensiva a su valiente esposa y a toda su familia. Vendrán días mejores; de
eso estoy seguro. Que Dios los proteja.
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