María Denisse Fanianos de Capriles 10 de agosto de 2014
@VzlaEntrelineas
Cuando el rey Felipe III de España
estaba en su lecho de muerte exclamó poco antes de morir: “les ruego mis buenos
amigos que en el sermón de mi funeral solo se predique acerca de cómo mueren
quienes tienen poder. Que se diga que la muerte no les sirve a los
poderosos sino para tener una mayor responsabilidad por lo que han sido y han
hecho. Ojalá que yo, en vez de ser rey, hubiera vivido en un desierto
rezando y sirviendo a Dios. Iría con mucha mayor confianza a presentarme
ante el juicio de Dios y no tendría tantas responsabilidades de las cuales ser
juzgado”.
Años antes el padre de este hombre (el
rey Felipe II de España) había llamado a su hijo momentos antes de morir y,
mostrándole su cuerpo muy llagado, le dijo: “mire hijo cómo se muere y acaban
las grandezas del mundo”. Y añadió: “ojalá en vez de ser rey, yo hubiera
sido un simple hermano lego de una comunidad. Hijo, he querido que estuvieras
presente en este momento para que veas cómo trata el mundo aún a sus más
poderosos gobernantes. La muerte es para los poderosos como para los más
pobres de la tierra. Aquí el que haya hecho más obras buenas durante su
vida y haya tratado de vivir con más santidad, ese será el que conseguirá más
grandes favores de Dios”.
San Alfonso María de Ligorio, dice en
su libro Preparación para la Muerte y la Eternidad que: “al
día de la muerte lo llamaban los antiguos: día de las grandes pérdidas porque
en ese día se pierden las riquezas materiales que tenemos, los placeres que nos
gustaba gozar, los honores que conquistábamos con nuestras obras, y los demás
bienes terrenales”. Por eso San Ambrosio decía que “a todos estos bienes
no los podemos llamar nuestros porque no nos los podemos llevar con
nosotros al morir. Y que lo único que en verdad nos pertenece como propio
son nuestras buenas obras, porque ellas sí nos acompañarán hasta más allá del sepulcro”.
Cuenta San Antonio que cuando murió el
emperador Alejandro Magno, dijo un filósofo: “el que ayer pisaba orgullosamente
la tierra, está ahora cubierto por ella. Ayer no le bastaba la tierra
entera para sus deseos de dominio; hoy le bastan dos metros de tierra para
cubrirlo. Ayer guiaba por el mundo ejércitos innumerables; hoy lo llevan
a la tumba unos pocos sepultureros”. Pues así terminan las glorias de
este mundo.
En agosto de 2012 Benedicto XVI se
reunió en Castelgandolfo con un grupo de políticos cristianos que participaban
en el Encuentro Internacional Demócrata-Cristiano, organización que dirige el
líder del partido italiano Unión del Centro, Pier Ferdinando Casini, y que
representa a más de cien partidos políticos. Allí el Papa citó un pasaje
bíblico del libro de la Sabiduría: “un juicio inexorable espera a los que están
arriba” (Sab 6,5) y les señaló que ese pasaje deben interpretarlo no como una
amenaza sino como un impulso que anime a los gobiernos a realizar, en todos los
niveles, “todas las posibilidades de bien de las que son capaces, según la
medida y misión que el Señor encomienda a cada uno”.
Pues así es la muerte. El día que nos
llegue (que no sabemos ni cuándo, ni cómo, ni dónde será) y nos entierren (a
todos por igual, solo que en distintas urnas, unas más caras que otras) lo
único que nos llevaremos será lo que tengamos puesto y nuestras buenas
obras. Estas últimas son las únicas que contarán a la hora de responderle
a Cristo: ¿qué hicimos con el poder y con los talentos que nos dio? Y
como dicen las Sagradas Escrituras: “a todo el que se le ha dado mucho, mucho
se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán” (Lucas 12,
39-48).
San Agustín le decía a la gente del
pueblo: “no piensen solamente en el montón de riquezas que tiene ese
individuo. Piensen más bien en lo que se llevará consigo el día de su
muerte”. Y es que cuando la muerte nos llega, lo único que nos llevamos es el
amor. El amor que dimos, el amor que sembramos, el amor que nos ayudó a vaciarnos
de tantas cosas superfluas y pasajeras para poder entregarnos a vivir para
servir a los demás, como lo enseñó nuestro Señor Jesucristo. Para vivir
sabiendo que mientras más talentos y más poder Dios nos ha concedido en esta
vida, más tendremos que rendir cuentas a la hora de encontrarnos cara a cara
con Él a las puertas del Cielo.
Si todos los “poderosos” en esta
tierra, vivieran pensando en esto quizás el mundo sería un poco mejor ¿no lo
creen?.
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