Américo Martin 07 de agosto de 2014
I
La alternativa democrática y más allá,
la ciudadanía normal, (la gente de la calle que va al mercado o deja correr los
días) esa, que es inmensa mayoría en cualquier país, necesita biológicamente
saber dos simples cosas:
La primera, que le expliquen cómo se puede
superar la agobiante situación actual. Puede ser convencida que semejante
posibilidad pasa por el cambio del actual gobierno, el fallido modelo que
tantas promesas inútiles ha hecho. Puede sospechar incluso que se necesita una
amplia unidad para lograr “la solución de fondo”, aunque subsistan las
diferencias que separan a sus integrantes. Se entiende que en las presentes
circunstancias lo que separa nunca será más importante que lo que une.
La mentada “solución de fondo” se
reduce a alcanzar unidos un sistema de libertades con respeto a los derechos
humanos, un sistema capaz de impulsar el desarrollo de Venezuela y de levantar
drásticamente el nivel de vida de todos, comenzando por los más pobres.
La segunda es de cajón. Sí, pero… ¿qué
hacer para obtener de veras ese esplendente desiderátum? ¿Cómo, mediante cuáles
políticas lograrlo?
El qué hacer no es igual al cómo
hacerlo. Yo observo que en el amasijo de ideas encontradas, fórmulas a ratos
excluyentes, la oposición ha ido despejando la primera de esas cuestiones, vale
decir: las medidas para democratizar la nación mediante la condición unitaria
sin exclusiones.
El asunto sigue estando en el cómo. No
hay acuerdo sobre el significado de la MUD. Es verdad que pierden terreno
algunos intransigentes que piden expulsiones por doquier y juran que los
líderes opositores, al “confabularse con el gobierno”, deberán seguir su
suerte. Siguen con expresiones violentas pero la cuerda parece que se les
acaba. La verdad es que los partidos y líderes reales, de carne y hueso, viejos
y nuevos no comparten ese lenguaje. AD, Copei y Primero Justicia no observo yo
que sigan agitando la idea de “deslindarse” de los llamados radicales,
sacrificando la unidad de todos. María Corina(VV), Leopoldo López(VP), Carlos
Berrizbeitia (PV) y otros sectores están más bien en modificar la estructura de
la MUD en función de una mayor representatividad, pero sin romper con quienes
no piensen en todo como ellos.
En suma, si el problema es ampliar la
MUD (o como se decida llamarla) queda resolver la segunda parte del enigma,
eso, el cómo hacerlo.
II
Alfredo Weil lleva la reforma
democratizadora hasta sus últimas posibilidades. Si la MUD ha de ser un nivel
direccional debe integrar a todas aquellas fuerzas que han mostrado suficiente
músculo y son decisivas para organizar un país: sindicalistas, estudiantes,
profesionales. La idea de Weil, como otras parecidas, resuelve la cuestión de
la representatividad. Si todos están integrados orgánicamente a la estructura,
ésta será incluyente, qué duda cabe. Es ideal que todos se sientan
representados por haberse integrado al corazón del mecanismo. En ese sentido
tienen razón Weil y los muchos que se han pronunciado en términos semejantes.
Pero hay dos principios en la testa de
cualquier movimiento. El de representación y el de eficacia. Una organización
que funcione con integración operativa de centenas de fuerzas será sin duda
sumamente representativa pero convengamos que su eficacia estará en veremos.
Baste imaginar una asamblea de cien o mil socios tomando decisiones ejecutivas,
de exigencia diaria. Lo más probable es que las remitan a comisiones o que
desde su instalación los retardos conspiren contra sus posibilidades, dados los
exigentes escenarios que no esperan mucho.
No quiero ni pensar que cuando se
elijan los delegados del movimiento estudiantil, o del sindical, o de los
gremios, educadores, todos sus grupos internos, que existen y compiten
legítimamente, deseen asumir ellos la representación o no ser excluidos.
Probablemente presionarían para que se amplíe más la MUD a fin de dar entrada a
los certificados aspirantes.
III
No estoy en contra de integrar fuerzas
en función de una mayor representatividad. Pero debería debatirse con urgencia
la funcionalidad o eficacia del órgano que quiere reformarse. Así como está –es
obvio- no puede asumir funciones rectoras en el terremoto social que está
haciendo detonar el modelo impuesto por el comandante-presidente Chávez. Puesto
que los sucesores del líder fenecido se empeñan en “profundizar” el complicado
desastre que aquel sembrara, su margen para la rectificación es muy reducido,
sus aperturas resultan tan limitadas que agudizan las contradicciones en el
chavo-madurismo. Y lo peor: no compensarían el enorme sacrificio impuesto a los
venezolanos con la esperanza de un severo viraje que podría colocarnos por lo
menos en el nivel aceptable en que se encuentra la gran mayoría de los Estados
latinoamericanos. Obsérvese: sin los inmensos recursos que ha malbaratado el
sedicente gobierno bolivariano, pero sin sus pueriles ensayos revolucionarios
inspirados en manuales socialistas de tercera mano.
Lo que ayuda al gobierno es que la
alternativa democrática no aprecia con total convicción la fuerza de la unidad
y cuando lo hace olvida que, dividida, pierden todos sus socios; o se
extravía en fórmulas perfectas que no parecen de fácil y pronta aplicación. No
obstante éstas o cualesquiera otras deben ser resueltas cuanto antes. Hacer
gargarismos interminables sobre la “verdadera” naturaleza de la unidad o
sospechar noche y día acerca de las reales intenciones de los otros, puede
dejar fuera de todo protagonismo a la alternativa democrática, que en este
momento es más grande que la opción oficialista.
Y como en la política, al igual que en
la atmósfera, no se mantienen los vacíos, lo que asoma el rostro es huracanado.
Si de lo que hablamos es de política, piénsese en huracanes uniformados
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