JOSCHKA FISCHER 15 AGO 2014
Joschka Fischer fue ministro de Asuntos Exteriores y
vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005 y dirigente del Partido Verde alemán
durante casi 20 años.
© Project Syndicate / Instituto de Ciencias Humanas,
2014.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Ucrania y Oriente
Próximo amenazan la estabilidad del continente entero
Si hay un episodio histórico que aún
hace estremecerse a la mayoría de los europeos, incluso un siglo después, es el
estallido de la I Guerra Mundial, la catástrofe europea de consecuencias
trascendentales que comenzó en los últimos días de julio de 1914. En realidad,
exactamente 100 años después, tras dos guerras mundiales y una Guerra Fría, el
estremecimiento es más pronunciado que nunca.
En vista de la sangrienta historia de
Europa, los Estados que crearon la Unión Europea actual optaron por la no
violencia, la inviolabilidad de las fronteras, la democracia y el Estado de
derecho. Optaron por la cooperación, incluso la integración, en lugar de la
confrontación militar y el desarrollo económico en lugar de la política de
poder; pero esta “Europa de la UE” se está viendo lanzada atrás en el tiempo y
desafiada, una vez más, por el regreso de la política de poder en sus fronteras
y en su vecindad inmediata.
En el este, el Kremlin del presidente
Vladímir Putin quiere cambiar las fronteras nacionales por la fuerza y
conseguir así el resurgimiento de Rusia como potencia imperial mundial. Entretanto,
el caos y la violencia —más marcados en Siria, Irak y Gaza que en ninguna otra
parte— amenazan con invadir todo Oriente Próximo y ponen en entredicho la
integridad territorial de Estados que en gran medida son consecuencia del
acuerdo de paz tras la I Guerra Mundial.
A la Europa pacífica y posmoderna le
resultará difícil afrontar las amenazas que entraña el restablecimiento de la
política de poder. La UE se ha más que duplicado en tamaño desde 1989, cuando
el comunismo se desplomó en la Europa central y oriental; pero la Europa de la
UE no ha alcanzado su forma final, políticamente integrada. Más importante es
que no estaba concebida para afrontar las amenazas de la política de poder; los
viejos Estados-nación de Europa son demasiado pequeños y débiles, mientras que
la política exterior y de seguridad común sigue sin desarrollarse
suficientemente.
Y, sin embargo, muchos europeos creen
que la UE y Occidente no deben, sencillamente, dar carta blanca al
comportamiento canallesco de Putin. En la Ucrania oriental está en juego algo
demasiado importante: la paz y el orden de todo el continente. Los pasajeros,
la mayoría europeos, del vuelo 17 de Malaysia Airlines, derribado sobre el
territorio controlado por los rebeldes, pagaron con su vida la tardanza en
comprenderlo por parte de las autoridades.
El momento en que se producen los
acontecimientos históricos importantes no suele ser fruto de una elección. Así,
pues, la cuestión fundamental tras haberse producido siempre se refiere a la
rapidez con la que se determinen correctamente sus consecuencias. Los
dirigentes de Europa tardaron muchísimo en comprender que toda la confianza que
habían puesto en Putin y la tolerancia que habían mostrado para con su política
de violencia e intimidación sólo había servido para que se intensificara y
ampliase la crisis de Ucrania. De hecho, sólo después de que 300 civiles
murieran a bordo del MH-17 se decidió la UE a imponer unas sanciones económicas
que tendrán efectos apreciables en la economía rusa.
Desde el punto de vista de la política
exterior y de seguridad común europea, no se debe subestimar la importancia de
dichas sanciones comunes de la UE, aprobadas hace unas semanas. Al primer paso
dado por la UE (las sanciones efectivas) debe seguir lo antes posible el segundo:
una “unión energética” que permita a Europa acabar con su dependencia de los
suministros energéticos rusos.
Respecto de Oriente Próximo, los
problemas que se plantearán a la capacidad de Europa para actuar colectivamente
serán aún más difíciles de superar, lo que refleja la presencia dentro de la UE
de unos fuertes bandos proisraelí y propalestino, que suelen neutralizarse;
además, los conflictos que se están produciendo actualmente en Oriente Próximo
son mucho más complejos que el de la Ucrania oriental.
Es probable que a los países
actualmente más afectados por la agitación en esa región —Irak, Siria, Líbano,
Israel / Palestina, Egipto y Libia— se sumen pronto Jordania, Yemen y los
Estados del Golfo. Además, agravan aún más la crisis factores como el programa
nuclear de Irán y la competencia —intensificada por el conflicto sectario—
entre el Irán chií y la Arabia Saudí suní por la supremacía regional. No hay a
la vista una solución (o soluciones) para las tribulaciones de Oriente Próximo.
Actualmente, sólo se puede predecir
con gran confianza un resultado: una mayor intensificación del conflicto, que
amenazará con sumir toda la región en el caos, lo que propiciará una mayor
violencia y un mayor riesgo de contagio. Por ejemplo, existe un peligro real de
que se exporten algunos aspectos del conflicto de Oriente Próximo a la vecina
Europa. Le guste o no, la UE tendrá que afrontar esos conflictos, porque es
probable que las decisiones sobre su seguridad interior y exterior se tomen en
Oriente Próximo tanto como en Bruselas y en las capitales nacionales.
La vecindad de Europa se ha vuelto
cada vez más insegura y esa evolución requiere reacciones estratégicas que
ningún Estado europeo por sí solo puede adoptar. Así pues, la orden del día es
una mayor profundización de la integración de la UE y una revitalización del
diálogo sobre la política exterior y de seguridad común.
Lamentablemente, un siglo después de
que la política de poder moderna desencadenara una guerra que mató a más de 10
millones de sus antepasados, muchos europeos de la UE siguen reacios a
prepararse para la tormenta que se avecina. Hemos de abrigar la esperanza de
que esta situación cambie más pronto que tarde: prepararse es siempre mejor que
estremecerse.
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