RAFAEL LUCIANI sábado 16 de agosto de 2014
Doctor en Teología
@rafluciani
Es tal la indolencia frente a lo que
vivimos que hemos perdido la capacidad de asombro y escándalo? (Is 32,6). ¿Es
que ya no hay quien clame por la justicia ni hable con verdad? (Is 59,4).
Debemos preguntarnos dónde quedó la voluntad de estar a la altura de nuestro
tiempo y poner límites morales que no permitan más el mal que tanto nos afecta
como sociedad (Sal 36,3-4). Es hora de cambiar.
En la época de Jesús, como en la
nuestra, muchos apostaban por una cultura que favoreciera relaciones
deshumanizadoras, e incluso llegaban a matar a quienes denunciaban los
problemas sociales y apostaban por la paz (Mt 23,34). ¿Será que no queremos
construir la paz y nos hemos resignado a vivir en medio de la violencia y el
maltrato? (Lc 19,42). Debemos ser honestos con nosotros mismos y reconocer que
hemos perdido la capacidad de vincularnos con los sucesos irracionales que
acontecen en nuestro entorno. Qué triste es cuando, incluso, los consideramos
«normales».
El reto es volver a discernir nuestro
modo de relacionarnos, los unos con los otros, y preguntarnos por aquello que
queremos como sociedad. Necesitamos consolidar un «corazón nuevo» (Ez 11,19)
para poder construir «nuevos cielos y nueva tierra» (Is 65,17), donde nadie
muera de hambre, no haya corrupción ni violencia, los ancianos lleguen felices
a sus últimos días y no nos acostumbremos al maltrato. Una sociedad donde todos
tengamos casa, trabajo y alimento. Pero un mundo así será posible cuando nos
sentemos «todos», amigos y enemigos, en una misma mesa, para reconocernos
«sujetos», y dejemos de tratarnos como «objetos» y «desconocidos». Cuando
reconozcamos que el otro, con todas sus diferencias, es un «bien» para mi
propia vida.
La práctica de Jesús nos muestra que
sí es posible. Él vive un estilo de vida que es válido para cualquier persona
porque fraterniza, va más allá de las propias creencias religiosas (Lc
17,18-19) y las adhesiones políticas (Lc 7,9). En Él encontramos el paradigma
de un modo de ser donde no hay cabida para la indolencia sociopolítica. Él
trata al otro sin odio ni violencia, con generosidad y sirviendo la causa del
necesitado (Lc 6,27-36). ¿Es tan difícil vivir así?
Cuando una sociedad pierde la
esperanza y deja de soñar con un mundo más humano, entonces comienza a morir.
Construir un «corazón nuevo» con «nuevos cielos y nueva tierra» donde podamos
habitar como una «nueva familia», más allá de los lazos biológicos, ideológicos
y religiosos, tiene que ser creíble. No puede ser una mera utopía. Pero vivir
así pasa, necesariamente, por cambiar.
¿Estamos dispuestos a apostar por la
solidaridad fraterna y el bien común?, ¿a luchar por la promoción de la
reconciliación antes que la exclusión ideológica, incluso donde las condiciones
sean las más desesperanzadoras? Sólo luchando por la causa de una sociedad más
humana, sacaremos lo mejor que tenemos y demostraremos el talante de nuestra
humanidad. Entonces dejarán de reinar la desidia y la resignación, y
comenzaremos a caminar hacia una sociedad justa, hasta decir con esperanza que
«ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas» (Ap 21,4).
Recibido por correo.
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