JEAN MANINAT 08 de agosto de 2014
@jeanmaninat
Uno quisiera mojarse el dedo índice
distraídamente, aplicar con delicadeza la saliva a una esquina de la hoja
y pasar la página con gesto elegante dejando atrás para siempre el desaguisado
monumental que fue La Salida como propuesta política para superar la calamitosa
situación que vive el país. Es lo que recomienda el psicoanálisis homeopático,
los manuales de autoayuda que venden lo buhoneros, el espíritu de contrición
que nos embarga después de haber puesto soberana torta la noche anterior.
“Al fin y al cabo, mañana será
otro día” se consuela Scarlet O’Hara en Lo que el viento se llevó ante
la desolación que dejó en su vida la decisión de unos sureños arrogantes de
provocar una guerra de secesión en los EE.UU. “Como vaya viniendo le vamos
dando” sería la versión criollade la superstición que supone que mañana siempre
será un buen día para esconderse de ayer.
Cerramos los ojos y repetimos “ya
pasó, ya pasó” pero las ascuas de La Salida siguen ardiendo simplemente porque
sus cultores no las dejan extinguirse en paz. A cada rato se nos indica que
entre sus logros estaría “haber mostrado ante el mundo la cara represiva del
régimen” y que gracias a sus denuedos ahora es “inminente el colapso del
gobierno”. O nos aseguran que el “pueblo está arrecho y no se la cala más” como
si tuvieran un cordón umbilical que los conecta con lo más recóndito de las
aspiraciones populares. Mientras… el gobierno sigue allí, reconocido
internacionalmente, y las colas en los mercados populares se apiñan diariamente
con paciencia franciscana.
Cuando ya estábamos seguros de
que el voluntarismo habría quedado atrás nos alertan que hay quienes “no
quieren hacer nada hasta al 2019” y que van a proponer una Constituyente para
continuar la pelea, todo sin tener un lápiz al cual sacarle punta. Pero en
realidad poco importa: la política es arrojo, testosterona, gestos heroicos,
banderas tricolores como fulares, banderas tricolores como chales, banderas
tricolores como antorchas que indican el camino que sólo las miradas arrobadas
de unas cuantas personas pueden vislumbrar. Ah… las fastidiosas labores
cotidianas de los alcaldes, de los gobernadores, de los concejales y los
legisladores regionales. El enojoso trabajo cotidiano de convencer, de
construir con hechos una mayoría, de contrastar una gestión local al desastre
impuesto por el gobierno central. Recorrer pueblos y ciudades cumpliendo lo que
se prometió en la campaña electoral. ¿Cuál es el sentido glorioso de ese hormigueo
político? La Historia, marcada a fuego con mayúscula, no se construye con tan
insignificante materia.
Ya a punto de entregarnos al espíritu
ecuménico que nos asegura que habríamos renacido renovados y con más fuerza de
las cenizas guarimberas, que todos provenimos de una misma fe opositora, que
todos somos uno y uno somos todos, convocan a las catacumbas de una “encerrona”
expiatoria, hacen dibujos unitarios con sus dagas en el aire, le echan la culpa
de sus propios desvaríos a quien liderizó el mayor avance concreto de la
oposición en 15 años, y se retiran de nuevo a sus predios para seguir en sus
empeños particulares y de paso celebrar al rato la renuncia del Secretario
Ejecutivo de la MUD que tanto habían codiciado.
Si queremos hablar de una “nueva etapa
en la lucha” si deseamos “aprender de la experiencia acumulada” no queda más
remedio que ver de nuevo a la cara lo que La Salida nos dejó: muertos,
estudiantes presos y vejados, el desafuero de una valiente diputada, la entrega
e injusta prisión de un joven dirigente y la defenestración de varios alcaldes.
Se nos dirá que toda lucha implica riesgos, que esos son los sacrificios
necesarios para posteriormente triunfar, que al fin y al cabo marchamos por el
lado correcto de la vereda. Pero el inhóspito oficio de la política exige
logros concretos, avances en la correlación de fuerzas, ocupar y mantener los
espacios conquistados en el ánimo popular, convencer, convencer y convencer a
quienes todavía no confían en la opción opositora. Y ahora habrá que añadir la
tarea de batallar contra el abatimiento que siguió a la euforia inducida por
quienes terminaron por confundir la escenografía épica que construyeron
con la realidad política del país.
A la vuelta de la esquina esperan las
elecciones parlamentarias, desprovistas de pompa y circunstancia, pero vitales
para seguir avanzando en la acumulación de una fuerza democrática para el
cambio. La historia, con hache cotidiana, es muy fastidiosa y recela de los
pedestales.
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