Antonio A. Herrera-Vaillant 7 de Agosto de 2014
Algunos erróneamente creen que Omar
Torrijos y Manuel Antonio "Cara e' Piña" Noriega fueron presidentes
de Panamá. Nunca tuvieron necesidad de ello.
Durante los 20 años (1968-1989) que
duró la camarilla militar que dominó a la nación del istmo desfilaron por el
Palacio de las Garzas nada menos que nueve civiles inocuos, unos más peleles
que otros, cuyos nombres apenas ocupan apenas un pié de página en la historia
panameña.
Daban discursos, se montaban bandas
presidenciales, y salían en la prensa. Pero luego el mundo prácticamente ha
olvidado que existieron porque no eran otra cosa que títeres de los militares
panameños. Quién ocupara la presidencia era intrascendente, quienes realmente
mandaban lo hacían desde los cuarteles.
Luego de la muerte del carismático
Omar Torrijos, se mantuvieron en pugna varios cabecillas militares que se
repartían parcelas de poder, hasta que el brutal "Cara e' Piña"
emergió como el gallo dominante entre aquella fauna corrupta y contaminada de
drogas de pies a cabeza.
En la medida que aquel país caía en
una espiral degenerativa, de la cual la honda penetración del narcotráfico fue
apenas fase terminal, el Partido Revolucionario Democrático -mampara civil y
brazo político de aquella pandilla de militares sin batallas- se iba
desacreditando y embarrando cada vez más, hasta prácticamente perder todo
rastro de una credencial ideológica que calificaban de
"socialdemócrata".
Cuando llegó la debacle de Noriega
-con sus altisonantes discursos, amenazas y fanfarronerías, así como los
cobardes "batallones de dignidad" formados por hampa común para
amedrentar y reprimir adversarios políticos - el PRD compartió un profundo
descrédito del cual le costó tiempo y esfuerzo para recuperar su credibilidad
política.
Aquella trágica situación puede
repetirse en cualquier parte de nuestro atormentado continente, donde quiera
que civiles -más o menos de izquierda- se someten a una amoral oligarquía
militar dispuesta a lo que fuere con tan de enquistarse en el poder.
El narcoestado panameño terminó como
todos sabemos, pero ninguna banda de delincuentes, con y sin charreteras,
sobrevive por mucho tiempo sin caer en rencillas y enfrentamientos internos. No
hay honra entre ladrones. No hay barniz ideológico que tape un vulgar quítate
tú para ponerme yo.
Al final la inevitable debacle los
arrastra a todos por igual y del contagio se salvan pocos: Desde estrafalarios
disfraces y crueles esbirros, hasta jueces, legisladores, y aún miserables
censores. Todo parecido a otras situaciones es pura coincidencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico