Por Rosalia Moros de Borregales, 14/09/2014
A lo
largo de nuestras vidas nos encontramos en la posición de resolver situaciones,
de elegir el camino más conveniente en algo específico, de discernir entre lo
correcto y lo equivocado, y aun más difícil, entre lo correcto y lo excelente. Constantemente
se nos presentan encrucijadas, nos vislumbran caminos maquillados que ejercen
sobre nosotros una gran atracción, pero que no siempre nos conducen al lugar y
la posición que bendice nuestra existencia. Enfrentamos situaciones que
demandan de nosotros firmeza de carácter y fuerza moral para no dejarnos
abatir. Somos sometidos a toda clase de pruebas que revelan, hasta para nuestro
propio asombro, lo que realmente yace en nuestros corazones. Y ante todo esto
no podemos quedarnos de brazos cruzados, y si así lo hiciéramos, esa sería una
decisión.
Cada
día y casi a cada instante nos encontramos tomando decisiones. Son las
decisiones que tomamos las que van moldeando nuestro carácter y allanando
nuestro camino. Y aunque a veces vivamos circunstancias o situaciones que
nosotros no hayamos decidido, aun en esos casos, las decisiones asumidas ante
esas circunstancias determinarán consecuencias a las que tendremos que hacer
frente. Sí, porque eso es precisamente lo que hacen las decisiones, determinan consecuencias.
Las decisiones son semillas que siembras y luego en su tiempo disfrutas del
fruto; cada decisión se manifiesta más tarde de una forma diferente. Y todas
estas manifestaciones o consecuencias van produciendo un entramado de
conocimientos, de sentimientos, de virtudes y desaciertos que se convierten en
el escenario en el cual nos desempeñamos día a día.
Si
decidimos escuchar probablemente se nos revele un corazón, o podamos recibir un
consejo oportuno; si decidimos perdonar nos libraremos de la amargura; si
decidimos guardar nuestro dolor probablemente ocupe tanto lugar en nuestro
corazón que nos deje sin capacidad para volver a atesorar el amor; si decidimos
ser amables siempre conquistaremos un alma agradecida que nos regalará una
sonrisa; si decidimos gritar despertaremos al ogro que duerme en el otro; si
decidimos amar al dinero nos convertiremos en sus esclavos; si decidimos
disfrutarlo con inteligencia probablemente seamos gente muy próspera; si
decidimos aprender encontraremos a cada paso al conocimiento y la vida será una
lección permanente; si decidimos quejarnos probablemente nos convirtamos en las
personas más tristes; si decidimos ser agradecidos encontraremos cada día
múltiples razones para sentirnos felices.
Cada
decisión depende del valor que le asignamos a las cosas en la vida. Depende de
nuestras prioridades, de la manera como anticipamos lo más valioso e importante
a lo menos trascendente. No se trata de una jerarquía inflexible en la cual una
cosa o persona sea más importante permanentemente que otra, se trata de
discernir el tiempo y la individualidad de cada momento, de la voz callada de
la inspiración que nos ilumina y nos conduce a darle prioridad a algo o
alguien. Se trata en definitiva de la apreciación del significado y trascendencia
de cada cosa y cada persona en lo que somos y queremos ser.
Sobre
esta apreciación me encanta pensar en lo que mi esposo le ha dicho siempre a
nuestros hijos: Quizá puedan equivocarse en el color adecuado para combinar la
ropa que llevan, o en la vía que tomen para llegar a algún lugar, o en la
película que escojan en el cine. Pero hay tres cosas en las que su decisión
determinará sus vidas: la escogencia de la compañera del camino, de la que será
la madre de sus hijos; la profesión, el trabajo con el que se ganen el pan de
cada día y, sobre todo, en tener a Dios como el guía de sus vidas.
Tres
decisiones fundamentales, pero sin lugar a dudas, que la última es la primera,
la más importante y a veces la más pospuesta de todas las decisiones. Todos los
seres humanos tenemos un llamado de parte de Dios. En el evangelio de Juan en
el capítulo 1 en el verso 12 se nos dice que todos aquellos que deciden recibir
y aceptar a Dios en sus vidas, El les da el derecho de ser sus hijos. ¡Y
sabemos los privilegios de ser hijos! Esta es la decisión más trascendente e
importante de nuestra existencia. Sobre ella todas las demás decisiones estarán
inspiradas en la luz y el amor de Dios. ¡No la pospongas! ¡Este es el tiempo!
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