RAFAEL
LUCIANI sábado 25 de octubre de 2014
Doctor en
Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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@rafluciani
El tema del poder es fundamental en el
discernimiento cristiano. Fueron políticos y religiosos los que mataron a Jesús
y socavaron las esperanzas del pueblo. Practicaban el autoritarismo y
sólo buscaban el beneficio de unos pocos. Habían olvidado su sentido: el servicio.
El contexto en el que vivió Jesús era algo parecido al nuestro. Estaba en medio de personas e instituciones que buscaban el control total del poder político para permanecer en él. Era extraño encontrar a alguien que creyera que el poder podía usarse para servir, y no como un medio para el enriquecimiento propio y la sumisión del otro. Por ello denunció a los que «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mt 23,4).
Su propuesta no versa sobre un poder político alternativo; él no pretende sustituir a las legiones romanas, ni convertir a las autoridades religiosas. Él está empeñado en desmontar la lógica deshumanizadora que se esconde detrás de las palabras de quienes ejercen autoritariamente el poder político y el religioso. ¿De qué modo? Primero, asumiendo una actitud profética: así se presentó como «testigo de la verdad» (Jn 18,36-37) y no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt 11,12) e hizo ver cómo quien se aferra al poder luego teme perderlo. Segundo, mostrando con «palabras y acciones» que sí es posible vivir de un modo humano: él vive «atrayendo a todos» (Jn 12,32) sin alejar o exclusión alguna; «cargando con el otro» (Mt 8,17; 11,28-30) sin descargarse en nadie; «sanando los corazones» (Is 61,1) para que no triunfen el resentimiento y la avaricia.
El verdadero poder es el que humaniza. Las comunidades cristianas lo recogen en la oración del Magnificat (Lc 1,46-55). Es un poder que refuta a quienes ven en el otro a un enemigo para humillarlo y convertirlo en víctima; es uno que se solidariza con el que sufre (Mc 8,31). No quiere ser un rey alternativo (Mt 4,8-10; Lc 4,5-8), rechaza su exaltación pública (Jn 6,15); no acepta los puestos privilegiados (Mc 10,37-38), ni el honor de los vínculos familiares (Mc 12,35-37); repudia el colaboracionismo existente entre algunos religiosos y políticos de su época. Dios o el César, pero no los dos a la vez (Mc 12,17).
Jesús no anuncia una utopía que no pueda hallar un lugar sociopolítico, pero tampoco hizo una oferta ideológica para reemplazar las formas de gobierno, sustituyendo a los centros de poder: romanos, herodianos y autoridades del templo. Su vida fue un acontecimiento que sorprendió a los desesperanzados y cansados de la realidad, porque hacía ver que sí era posible una «forma de hablar y de actuar» que podía anticipar una nueva historia y recrear nuestros modos de ser, una que devolviera la dignidad negada y la confianza perdida. Es lo que Jesús trata de hacer (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a «todas» las ovejas, sin exclusión, y «denunciar» a los que actuaban con impiedad y velaban por sí mismos (Lc 4,8; Mt 4,10). Pero ¿seremos capaces de vivir ofreciendo palabras y acciones que humanicen, y así apartar el autoritarismo indolente que reina?
El contexto en el que vivió Jesús era algo parecido al nuestro. Estaba en medio de personas e instituciones que buscaban el control total del poder político para permanecer en él. Era extraño encontrar a alguien que creyera que el poder podía usarse para servir, y no como un medio para el enriquecimiento propio y la sumisión del otro. Por ello denunció a los que «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mt 23,4).
Su propuesta no versa sobre un poder político alternativo; él no pretende sustituir a las legiones romanas, ni convertir a las autoridades religiosas. Él está empeñado en desmontar la lógica deshumanizadora que se esconde detrás de las palabras de quienes ejercen autoritariamente el poder político y el religioso. ¿De qué modo? Primero, asumiendo una actitud profética: así se presentó como «testigo de la verdad» (Jn 18,36-37) y no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt 11,12) e hizo ver cómo quien se aferra al poder luego teme perderlo. Segundo, mostrando con «palabras y acciones» que sí es posible vivir de un modo humano: él vive «atrayendo a todos» (Jn 12,32) sin alejar o exclusión alguna; «cargando con el otro» (Mt 8,17; 11,28-30) sin descargarse en nadie; «sanando los corazones» (Is 61,1) para que no triunfen el resentimiento y la avaricia.
El verdadero poder es el que humaniza. Las comunidades cristianas lo recogen en la oración del Magnificat (Lc 1,46-55). Es un poder que refuta a quienes ven en el otro a un enemigo para humillarlo y convertirlo en víctima; es uno que se solidariza con el que sufre (Mc 8,31). No quiere ser un rey alternativo (Mt 4,8-10; Lc 4,5-8), rechaza su exaltación pública (Jn 6,15); no acepta los puestos privilegiados (Mc 10,37-38), ni el honor de los vínculos familiares (Mc 12,35-37); repudia el colaboracionismo existente entre algunos religiosos y políticos de su época. Dios o el César, pero no los dos a la vez (Mc 12,17).
Jesús no anuncia una utopía que no pueda hallar un lugar sociopolítico, pero tampoco hizo una oferta ideológica para reemplazar las formas de gobierno, sustituyendo a los centros de poder: romanos, herodianos y autoridades del templo. Su vida fue un acontecimiento que sorprendió a los desesperanzados y cansados de la realidad, porque hacía ver que sí era posible una «forma de hablar y de actuar» que podía anticipar una nueva historia y recrear nuestros modos de ser, una que devolviera la dignidad negada y la confianza perdida. Es lo que Jesús trata de hacer (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a «todas» las ovejas, sin exclusión, y «denunciar» a los que actuaban con impiedad y velaban por sí mismos (Lc 4,8; Mt 4,10). Pero ¿seremos capaces de vivir ofreciendo palabras y acciones que humanicen, y así apartar el autoritarismo indolente que reina?
RAFAEL LUCIANI
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
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