Ezequiel Vázquez-Ger 07 de octubre de 2014
Corría Febrero del año 2011. Un grupo
de estudiantes en Venezuela había decidido iniciar una huelga de hambre en
protesta contra el gobierno de Hugo Chávez. En Washington, junto con un grupo
de estudiantes venezolanos, decidimos apoyar la protesta pidiendo un
pronunciamiento de la Organización de Estados Americanos (OEA). Lo hicimos a
través de decenas de cartas dirigidas a cada uno de los embajadores, notas de
prensa, y una protesta frente al Edificio principal del organismo, previo a una
sesión de su consejo Perrmanente.
Terminada esta sesión, el secretario
general José Miguel Insulza nos otorgó una audiencia privada, en la que nos
dijo: “Me compadezco con ustedes, yo también sufrí una dictadura en carne
propia y tuve que refugiarme en el exterior. Pero tienen que entender, a Chávez
no lo van a vencer con cartas, Chávez es un dictador, y en Venezuela hay una
dictadura militar”.
Esta anécdota sirve para describir el
actuar político del secretario. Mientras que en privado aseguraba su oposición
a la dictadura en Venezuela y recibía a víctimas de familiares de presos
políticos, en público nunca ejerció sus funciones para avanzar efectivamente la
democracia en la región y condenar a aquellos países que abiertamente violan
los principios democráticos cada día.
Pero la gestión de Insulza se vio no
solo rodeada de conflictos políticos. Desde el punto de vista laboral
administrativo, la OEA enfrenta una gran serie de problemas. El quiebre moral
de la organización se ve no sólo en sus actuaciones políticas externas si no
también en el actuar interno con su propio personal. Por ejemplo, el ex
embajador de Panamá ante la organización, Guillermo Cochez, denunció en
reiteradas ocasiones la diferenciación que la oficina del secretario general
suele hacer entre empleados allegados a él, y el resto de los funcionarios. Ha
dicho también que muchas de estas personas, en su gran mayoría de origen
chileno, se encuentran trabajando en la organización no por sus competencias
personales, si no por la amistad personal con Insulza.
Por otra parte, existen en este
momento al menos cinco casos por acoso laboral de diferente índole, los cuales
están siendo investigados internamente por diferentes comisiones. Personal de
la organización ha manifestado la preocupación que existe debido a la falta de
transparencia interna en torno al manejo de estas investigaciones y la falta de
conocimiento sobre canales institucionales para presentar denuncias. Todo esto,
se traduce en un descontento y malestar generalizado, dentro de una
organización carente de liderazgo.
A comienzos del próximo año la
institución deberá elegir un nuevo secretario general. La OEA es una
organización clave para América Latina. El sistema interamericano cuya
protección y promoción tiene a su cargo ha sido pionero en la promoción de la
democracia, los derechos humanos, la libertad de expresión y el desarrollo de
la región. Pero la gestión de Insulza y su falta de liderazgo externo e
interno, no solo ha dejado de lado estas iniciativas, si no que ha dejado a la
organización en la peor situación financiera de su historia. Todo esto, en el
medio de ataques tanto de los países del ALBA, como del propio congreso de Estados
Unidos que en reiteradas ocasiones ha amenazado con cortar su financiamiento.
El resultado, una perdida generalizada de confianza en la institución.
Si pensamos en los principales
problemas que América Latina como región deberá confrontar en los próximos
años, estos son la seguridad, el narcotráfico y la inmigración; y el principal
desafío, el fortalecimiento de la democracia y sobre todo las instituciones que
la acompañan, tal como la independencia judicial. Todos estos temas deberían
ser centrales en la agenda de la OEA de cara al futuro.
Analizando la rotación normal de la
organización, vemos que los últimos secretarios provinieron de Sudamérica, de
los Andes, de Centroamérica y de Sudamérica nuevamente. Del mismo modo, en la
organización existe una regla no escrita que establece que la Secretaría
General Adjunta siempre corresponde a un país caribeño. Siguiendo esta lógica,
el próximo secretario debería venir de México, país en el que además, los temas
de seguridad, narcotráfico e inmigración son fundamentales.
Es por ello que entre los posibles
candidatos no oficiales se mencionan nombres como el de el ex Presidente Felipe
Calderón, el actual Representante de México ante la Organización Emilio Rabasa,
y la titular de la CEPAL Alicia Bárcena.
Entre los personas que ya han
oficializado su candidatura, se encuentran el canciller Uruguayo Luis Almagro
-favorito de los países del ALBA- y el ex Vicepresidente y ex Canciller de
Guatemala Eduardo Stein. Otros nombres no oficiales que también se mencionan son
los el boliviano y Presidente de la CAF Enrique García, y el ex Embajador de
Panamá ante la organización, Guillermo Cochez.
El continente necesita una OEA más
fuerte, liderada por una persona con el coraje suficiente para defender la
democracia, entendida como la define la propia Carta Democrática
Interamericana. Una persona sin ambiciones políticas personales –algo que
siempre constituyó un conflicto para el actual secretario, quien nunca ocultó
sus ambiciones presidenciales en su país-, con amplia experiencia en gestión y
modernización y sobre todo en materia de recaudación y administración de
fondos. Como escribió recientemente el ex funcionario de la Organización Rubén
Perina, se necesita una persona a la cual la promoción de la democracia y la protección
de los derechos humanos no le sea ni ambigua ni indiferente, y que pueda
contrarrestar los esfuerzos de países como Venezuela y Ecuador que día a día
atentan contra estos principios.
El problema es que hoy por hoy, parece
difícil que candidatos con este perfil puedan ser elegidos por un Consejo
Permanente controlado mayoritariamente por los países del ALBA. Sin embargo, la
decadencia económica de Venezuela podría abrir las puertas para que un país
como México comience a ejercer un mayor liderazgo en la región y por ende,
dentro de la organización.
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