Rosalía Moros de Borregales.
sábado, octubre 11, 2014
rosymoros@gmail.com
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@RosaliaMorosB
Por más que nos esforcemos, todos en
diferentes momentos de nuestras vidas nos encontramos luchando en medio de
diferentes tipos de tormenta. Tormentas familiares, sentimentales,
intelectuales, económicas, en fin, una amplia diversidad para la cual, en la
mayoría de los casos nuestras herramientas son insuficientes, o sencillamente
no las poseemos. A veces, hemos encontrado ayuda a lo largo del camino. Otras,
hemos caminado solos a través de ellas. En algunas, hemos sobrevivido,
levantándonos de nuevo para seguir adelante. En otras, hemos sobrevivido pero
quedando tan heridos que seguir adelante pareciera haberse convertido en una
tarea titánica.
Hay un pasaje en los evangelios que
narra un breve episodio en la vida de Jesucristo y sus discípulos. Cuenta Lucas
(8:22-25) que estaba Jesús predicando a la multitud, y una vez que la había
despedido, les dijo a sus discípulos que pasaran al otro lado del lago.
Mientras ellos se ocupaban de la barca, el maestro se quedó dormido. En medio
de la travesía se desató una tormenta con fuertes vientos que hacía que las
olas golpearan contra la barca, de tal manera que estaban a punto de anegarse.
Entonces, lo despertaron, diciéndole: _ ¡Maestro, maestro, perecemos! Ante lo
cual, Jesús levantándose reprendió al viento y al mar. Al instante, cesó el
viento y sobrevino una gran calma. Luego, Jesús se dirigió a ellos: _ ¿Por qué
estáis tan atemorizados? ¿Dónde está vuestra fe? Y ellos maravillados se decían
unos a otros: _ ¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le
obedecen?
Muchas veces nos encontramos en
nuestra barca lidiando con cientos de situaciones, personas, sentimientos y
emociones que pueden convertirse en verdaderas tormentas. Éstas amenazan con
sacudirnos de un lado a otro, para finalmente dejarnos completamente anegados.
Nuestra primera reacción es actuar, poner todo nuestro esfuerzo, hasta darnos
cuenta que la tormenta nos golpea furiosamente para debilitarnos. Los
discípulos eran hombres de mar, con seguridad habían vívido unas cuantas
tormentas. Sin embargo, estaban empezando a conocer a Jesús, y a pesar del poco
tiempo a su lado sus espíritus percibían el amor y el poder del Señor. Luego,
al encontrarse impotentes ante la tormenta reconocieron en el Señor su ayuda,
entonces le despertaron.
Al igual que los discípulos, en
algunas ocasiones nos hemos dado cuenta de nuestra impotencia para encontrar
una salida, para solventar una situación, para superar un dolor, una pérdida;
sin embargo, no hemos reconocido en Dios nuestra ayuda. Hemos caminado solos y
tristes, mientras el Señor ha estado todo el tiempo allí cerca. No le hemos
llamado con una oración desde lo más profundo de nuestro corazón, con un
pensamiento, con un deseo de su presencia a nuestro lado. Ese es el primer paso
para experimentar la calma, llamar a Dios reconociendo en El nuestra ayuda.
Quizá es ese instante de debilidad el que nos recuerda que hay un Dios. Por
eso, aunque la vida sea una tormenta tras otra, la vida con Dios puede ser una
vida de paz, no después de la tormenta sino en medio de ella.
Muchas tormentas vienen y van, dejando
a su paso grandes estragos. Despertar al maestro, acudir en su ayuda con la
certeza de que El es poderoso para hacer mucho más de lo que pedimos o
entendemos, es nuestro trabajo. Sin paz es imposible actuar con sabiduría.
Cuando acudimos a Dios, su primera bendición es darnos de Su paz, y es allí,
cuando la angustia y el temor se han desvanecido, el momento en que nuestras
fuerzas se ven renovadas, para a continuación, bajo la inspiración de sus
instrucciones ser capaces de superar los fuertes vientos y las olas que golpean
contra nosotros.
¡Atrévete a llamar a Dios! ¡Atrévete a
reconocerlo en todos los caminos por los que transites! ¡Atrévete a verlo en
muchas caras, a sentirlo en el ser humano que se presenta a tu lado en plena
tormenta! Te aseguro que al igual que aquellos hombres de mar quedarás
maravillado. Primero, por la paz dentro de ti y, en segundo lugar, porque
aun los vientos y las aguas le obedecen.
Verás que no hay imposibles para Dios. ¡El está contigo en medio de la
tormenta!
“No temas, porque Yo te he redimido,
te he llamado por tu nombre; mío eres tú. Cuando pases por las aguas, Yo estaré
contigo, Y si por los ríos, no te cubrirán. Cuando pases por el fuego, no te
quemarás, ni la llama te abrasará”. Isaías 43: 1b-2.
@RosaliaMorosB
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