Alberto Barrera Tyszka 10 de octubre de 2014
¿Es usted terrorista?
A medida que pase el tiempo, cada vez
va a ser más difícil responder a esta pregunta. En este país, todos podemos ser
terroristas sin saberlo, sin darnos cuenta.
El gobierno ha convertido el
terrorismo en una excusa tan recurrente que ya puede producir su propio exceso
de chistes e ironías. Muy pronto Pastor Maldonado podría decir que las curvas
de la pista son terroristas, por ejemplo. O, tal vez, mañana cualquiera de las
señoras del poder podría denunciar que su celulitis fue inoculada, que solo es
una prueba más de la guerra capilar desatada por el imperio en contra de las
grandes comandantas de la revolución. ¿Y el priapismo imbatible del dólar
paralelo? Eso es conspiración. Pura conspiración biológico-monetaria. El
terrorismo da para todo. Ya es la respuesta instantánea del gobierno. Es el
homenaje a Pavlov que, diariamente, cultiva el socialismo del siglo XXI.
Todo hay que decirlo: obviamente está
el caso de Lorent Saleh. El liderazgo político de la oposición tiene que hablar
de eso, debe pronunciarse ante lo ocurrido en Colombia y ante los videos que
han presentado las autoridades. Es una manera de diferenciarse no solo de las
propuestas anticonstitucionales, sino también de un gobierno que ha impuesto el
silencio y ha impedido que se debatan con transparencia casos como el de
Antonini Wilson, las toneladas de comida podrida, las confesiones de Aponte
Aponte. El patético amateurismo de Saleh y de sus compañeros no los salva. Su
proyecto es inaceptable. Por ese camino nadie construye un futuro para todos.
Pero se trata de una absoluta
excepción que tampoco puede servir para reforzar y legitimar el autoritarismo
que se está desarrollando desde el poder. La militarización del país no es un
accidente sino un proyecto. Probablemente todavía no seamos una dictadura,
probablemente todavía no alcanzamos llegar al concepto tradicional, no logramos
encajar con exactitud en la definición más conocida de esa palabra, pero es
evidente que cada día más somos un país menos democrático, con un Estado que
impone su opacidad y restringe o somete todas las libertades.
Basta llevar un diario de la
intolerancia oficial de los últimos días: exigen acciones legales contra
Ricardo Hausmann, acusan y persiguen al doctor Sarmiento, detienen e interrogan
a Eduardo Garmendia, presidente de Conindustria, anuncian demandas internacionales
contra CNN y NTN24… por no hablar de los sindicalistas y de los estudiantes que
todavía están presos, o de la ridícula perversión de pretender quitarle la
nacionalidad a María Conchita Alonso. El Estado venezolano es un Estado
paranoico. No sabe entender la realidad sin la violencia.
El gobierno vive en situación de
excepción. Quiere hacernos creer que todo lo que ocurre es una estrategia de
algún enemigo. Es incapaz de tener un proyecto. Solo funciona con planes de
contingencia. Solo sabe vivir en emergencia. Por eso cada dos por tres inventan
un nuevo “Estado Mayor”, un nuevo “Organismo Superior”, un nuevo campamento
para enfrentar la batalla. Por eso, también, va perfeccionando sus métodos de
control y de represión. Nuestra democracia ya no es ciudadana sino militar.
Esta semana, el general Padrino ha
anunciado la creación de otra fuerza de choque para enfrentar a los
desestabilizadores. Más de lo mismo: socializar el miedo, democratizar la
autocensura. Misión parálisis: cuidado con lo que se hace. Cuidado con lo que
se dice. Hay que tener un temblor en la lengua. Una opinión puede ser un camino
al calabozo.
¿Qué opina usted sobre la economía
nacional? ¿Tiene algo que decir sobre la salud pública? ¿Ha hablado en voz alta
sobre la escasez de medicamentos? ¿Tiene alguna opinión sobre el ausentismo
laboral? Piense bien antes de responder. En este país las palabras están
dejando de ser una experiencia espontánea. La democracia protagónica y
participativa termina en el silencio. El plan de la patria supone que todos
seamos mudos
¿Es usted terrorista?
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