Por Mercedes Pulido de Briceño, 12/02/2015
La Cultura es lo que queda después que ha desaparecido todo, decía
André Malraux ante la Europa devastada del final de la segunda guerra y con
ella se hará la reconstrucción. No podemos desconocer la situación anárquica de
nuestro entorno, especialmente al vivir la caída de la renta petrolera eje de
nuestros ingresos, de la merma de la productividad para la subsistencia, el deterioro
progresivo de los servicios e instituciones que protegen la vida ciudadana, de
la represión y el miedo como control social que lleva a una profunda
desconfianza en el presente y el futuro colectivo, para preguntarnos ¿en dónde
estamos y como refundar lo que somos y queremos ser?
Hoy 12 de febrero estamos aun en plena impunidad de la muerte de Bassil
Da Costa y de allí un rosario de violaciones, torturas, detenciones que abren
un nuevo capítulo con la detallada realidad “cinco sótanos contra el sol” reseñada
por Leonardo Padrón, la cual debería sacudirnos como sociedad. Y sin embargo,
la respuesta a ello ha sido una resolución autorizando el uso de armas incluso
letales para enfrentar el supuesto “desorden público” de la anarquía normativa
que nos circunda. Ya la violencia delincuencial ha alcanzado tales niveles
rutinarios que llevamos estadísticas semanales de las pérdidas humanas, pero
nos olvidamos de los rostros y tragedias familiares y colectivas que ello
significa.
Tal vez algo más profundo que la agresividad ante las carencias y las
necesidades, es como se ha llegado y que nos dice: que una discusión por un
simple choque termine en un doble homicidio como sucedió recientemente en Las
Mayas. Un auto Toyota choca contra una moto. Se llega a un arreglo de Bs. 1000
por el rayón ocasionado y el motorizado se retira. Pero en pocos minutos
regresa acompañado de cuatro hombres, quienes se bajan y disparan matando a los
ocupantes del Toyota, porque consideraron que había que imponerse como los
agredidos. Lo que se resolvió conversando, acaba en tragedia.
Es la pérdida progresiva de civilidad, la ruptura del tejido social. El
desdibujamiento de las normas de convivencia nos lleva a la jungla. Por ello no
es de extrañar que tanto la inseguridad como la anarquía de las autoridades nos
encierra en toque de queda. Y es aquí que lo que está desapareciendo es nuestra
capacidad de convivir los problemas y la vida diaria. Incluso aquella realidad
de “evitar conflictos” o de la “sociabilidad” para ayudarnos o disfrutar unos
con otros, que llevó a construir comunidades e identidades de redes familiares
se debilita.
La destrucción económica no es nada ante la pérdida de la convivencia.
Refundar es valorar la construcción de alternativas. En Europa pasó por la
solidaridad, en nosotros en fortalecer la vida civil para generar los
liderazgos éticos del futuro. Es lo ciudadano y sus exigencias de denunciar y
movilizar hacia el respeto mutuo. Nada fácil cuando hay que sobrevivir… es el
espacio de la juventud.
Mercedes Pulido
mercedes.pulido@gmail.com
@mercedespulido
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