Por Vladimiro Mujica, 12/02/2015
Dedico mi última contribución a la edición impresa de TalCual a su
Director y fundador, Teodoro Petkoff, uno de los venezolanos más lúcidos e
íntegros de nuestra vida republicana y cuya amistad me honra profundamente.
TalCual es la última víctima de la conducta transgresora y
anticonstitucional del régimen que tristemente dirige los destinos de
Venezuela, pero la batalla que ha dado este medio por preservar los valores de
la democracia y la libertad quedará inscrita en las mejores páginas de nuestra
historia.
El 10 de noviembre de 1942, en Mansion House, Londres, el primer
ministro británico Winston Churchill, en un discurso fundamental de su carrera
política, analizó el cambio que se comenzaba a ver en la guerra contra el
nazismo. Refiriéndose en tono casi poético a esta transformación en los vientos
de la fortuna del esfuerzo bélico contra la Alemania de Hitler, Churchill
apuntó: “Ahora bien, esto no es el final. No es ni siquiera el comienzo del
final. Pero sí es, quizás, el fin del comienzo”.
Parafraseando a Churchill, después de quince años de avance de la
hegemonía chavista sobre los destinos de Venezuela se comienza a ver el final
del comienzo.
Contrariamente a lo que pretenden hacernos creer los defenestrados
próceres del gobierno del comandante, como su sempiterno ministro Jorge
Giordani, no se trata de que Maduro es malo e inepto mientras que Chávez era
bueno, brillante y cargado de buenas intenciones.
En verdad, cada mala decisión del gobierno de Maduro tiene su
antecedente en el gobierno de Chávez. Comenzando por el hecho obvio de que
quien escogió a Maduro como su sucesor no fue otro que Chávez mismo.
Por supuesto que los dos hombres son distintos, pero si algo ha habido
en estos últimos años es continuidad en la política del desastre y el intento
de castrar y dominar a la sociedad venezolana. Esto por supuesto no quiere
decir que el gobierno de Maduro no represente una nueva realidad, sino que
existe una línea de continuidad en el diseño y ejecución de la catástrofe
histórica de transformar a Venezuela de uno de los países con más posibilidades
en el mundo para generar felicidad para sus habitantes en un país sin ley donde
todos los días hay algo que lamentar bajo el asedio permanente de la inseguridad,
la carestía y las colas que han convertido en un calvario la existencia de
nuestra gente.
Las diferencias entre Chávez y Maduro tienen mucho más que ver, por un
lado con las carencias personales del segundo y, por el otro, con el avance del
militarismo y la represión como respuesta a un país donde ya no es posible
mantener la fantasía populista creada por el comandante, según la cual el
Estado todopoderoso e inmensamente corrupto fabricado bajo la égida de Chávez y
Giordani podía substituir el trabajo y el esfuerzo creativo por dádivas.
Junto con la pérdida aparatosa de popularidad en el terreno interno, se
percibe un hastío, una creciente incredulidad de incluso sus más fervientes
defensores en el terreno internacional frente a los dislates del régimen venezolano
y su ascendente vocación represiva y de violación de los derechos humanos. Ya
no son solamente los casos emblemáticos de López, o el general Baduel. Son los
muertos en las manifestaciones estudiantiles del año pasado, son las torturas a
los detenidos, es la manipulación grosera y descarada de los tribunales para
justificar actos inconstitucionales del gobierno. En fin, una conducta que va
dejando muy poco que envidiarle a la de los gobiernos gorilas del sur del
continente que se hicieron tristemente famosos en países como Argentina,
Uruguay y Chile. Para añadir el insulto al agravio, los proxenetas de la
dispendiosa Venezuela, dispuesta a comprar apoyo político a cambio de petróleo
barato, mantienen un discreto silencio y en casos especialmente oprobiosos como
el de Cuba se acercan a la potencia imperialista del norte cuando ven cercano
el fin del botín petrolero.
Pero como en el caso del combate contra el nazismo descrito en el
discurso de Churchill de 1942, el mandato no está hecho. La caída del chavismo
no ocurrirá mecánicamente sino que requiere de un esfuerzo supremo y concertado
de la resistencia ciudadana, que ya no puede seguirse llamando simplemente
oposición, para producir una salida constitucional. Son los tiempos de
replantearse la nueva alianza que puede producir el cambio, como lo señaló en
un profundo artículo reciente ese gran estudioso de Venezuela, y a quien tanto
le debemos, el profesor Fernando Mires.
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