Por Soledad Morillo
Belloso, 15/02/2015
Un delito gravísimo ha
sido cometido. No ocurrió en un solo día. Fue un proceso. Largo. Continuado.
Por cierto, sin descansos. No fue un juego que sumó cero. La contabilidad da
números en rojo. Si los de antes robaban, estos perfeccionaron todas las técnicas.
Que las encuestas den
cuenta que a la población no le sorprende, impresiona o importa la corrupción,
no quiere decir, en modo alguno, que esa enfermedad no haya penetrado el ADN
del cuerpo social. Por el contrario, quiere decir que la gente ve la corrupción
como un pecado ya institucionalizado, con el cual se puede vivir. La ausencia
de altos índices de rechazo a la corrupción desdice de las instituciones, de
las organizaciones sociales, de los gobiernos, del Estado y, también, de los
ciudadanos. El país entero sabe de la corrupción, la padece, la paga, y, ¿no le
importa? Insólito, por decir lo menos.
La corrupción es un
impuesto solapado pero castigador. Que pagamos todos, a partes iguales, pero
que afecta de manera atroz a quienes menos tienen. Es un tributo cuya
cancelación no genera un comprobante de pago. No pasa por el Seniat pero es el
peor impuesto, de pesado monto y efecto sólo comparable con otro gigantesco
pechaje como lo es la inflación. Es tal el peso que francamente debería ser
declarable en el ejercicio fiscal. En la planilla del organismo tributario
debería haber un renglón para descontar lo erogado por cada contribuyente como
cuota parte de corrupción. Legalizar la corrupción para así incluirla en los
cálculos presupuestarios de operación de la nación. Sincerar la situación y
evitar así la doble o triple contabilidad en la nadamos hoy.
Montañas de dólares
entraron. Más de lo que dicen las cifras oficiales. Es una cantidad tan grande,
tiene tantos ceros, que ella no cabe en la lógica de los ciudadanos del común.
Lo que no se sabe, ni se ve por parte alguna, es a dónde diantres fueron a
parar esos gigantescos montos de ingresos. No hay grandes obras públicas, ni
tampoco fastuosas mansiones o palacios. Ello hace pensar que lo robado fue "exportado".
A saber, está depositado en frondosas cuentas en países con esa coartada
conocida como el secreto bancario. O está invertido en bienes en el extranjero.
Aquí, en suelo venezolano no está.
El tema está en que
corren por las vías de información listas de presuntos implicados. Pero, con un
sistema de justicia más sumiso que carnerito recién nacido, las posibilidades
de aclarar quiénes se llevaron hasta los huesos de los pollos son, por decir
poco, muy lejanas. Así, los presuntos implicados en la más pantagruélica
corrupción de toda nuestra historia, pasan agachados en este juego mafioso y se
sientan a comer y beber, sin angustia alguna de ser obligados a comparecer por
ante la justicia. Saquearon las arcas y no dejaron obra. Nunca como ahora
aplica aquella famosa frase de "¿dónde están los reales?". La
pregunta no es ociosa. O inútil. Ese dinero está aumentando valor en donde
está. Sea en valor monetario en cuentas en paraísos fiscales, o en obras
construidas fuera de Venezuela, o en bienes adquiridos fuera del país en
transacciones oscuras.
Hay compras que dejan
rastro muy claro. Por ejemplo, las grandes joyerías de Europa son fiscalizadas
muy de cerca por los gobiernos. Eso hace que las operaciones de compras de
diamantes sean asentadas hasta el céntimo. Eso no ocurre con los llamados
"diamantes de sangre", que se compran a las mafias que los transan en
operaciones escondidas. Y es bien sabida la amistad forjada por este gobierno
con gentes poderosas en esos países donde el negocio de diamantes sangrientos
es hábito.
Siempre me llama la
atención lo que veo en las transmisiones de las negociaciones de paz que se
llevan a cabo en Cuba. Observo construcciones de primer nivel, con elementos
muy costosos, impecables, de diseño "High Class". ¿Cómo se sufragaron
esas obras? Porque es bien conocida la pobreza de Cuba. ¿Será que ese lujo
castrista se pagó con dinero de los venezolanos?
En el tema de la
corrupción, como en tantas otras cosas, nos estamos fijando en lo pequeño y no
estamos viendo lo grande. Los escándalos se arman porque se descubre que un
alto funcionario tiene un carro de lujo, una moto de alta cilindrada y vive en
un penthouse en una sifrina urbanización del este de Caracas. Los corruptos
quieren que nos fijemos en eso, para que no veamos lo grueso. Quieren que
circule la foto del alto funcionario con una corbata de firma y un reloj de 30
mil dólares, para que no veamos que lo grueso no está a la luz.
Para que nos hagamos
una idea clara, usemos otro ejemplo. Supongamos que los corruptos compraron
1000 jets, de 30 millones de dólares cada uno. Eso da 30 mil millones de
dólares, que es menos del 5% de lo que le ingresó al país en estos años.
La pregunta exacta
sigue entonces vigente: ¿dónde están los reales? Porque aquí en Venezuela no
están.
@solmorillob
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico