Steven Levitsky 01
de marzo de 2015
El
autoritarismo de los años setenta transformó en demócratas a una generación de
izquierdistas latinoamericanos. Gran parte de la izquierda había descuidado a
la democracia en los sesenta y setenta. Restaba importancia a las elecciones,
los derechos liberales, y otras instituciones “burguesas,” justificaba el
autoritarismo del régimen cubano, y apoyaba actos violentos que pusieron en
riesgo la democracia en sus propios países.
Pero
en vez de la esperada revolución, el colapso de la democracia trajo la noche
más oscura: regímenes militares de derecha que mataron, desaparecieron, y
torturaron a miles de jóvenes progresistas.
Vivir
bajo la dictadura les ensenó a muchos izquierdistas el valor de la democracia.
La brutal represión que sufrió la izquierda en países como Argentina, Brasil,
Chile, México, y Uruguay convenció a muchos que los derechos humanos eran más
que “burgueses.” Como consecuencia, gran parte de la izquierda se comprometió
plenamente con la democracia liberal. Militantes de izquierda encabezaron la
lucha por la democracia en muchos países latinoamericanos en los años setenta y
ochenta. Y en los 90, se convirtieron en los principales defensores regionales
de los derechos humanos.
El
matrimonio entre la izquierda y la democracia fortaleció a los dos. Los últimos
25 años han sido el periodo más democrático de la historia latinoamericana. Y
la izquierda ha tenido un éxito inédito. Reprimido en los 70, la izquierda
llegó a gobernar en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador,
Paraguay, República Dominicana, y Uruguay.
Pero
hoy el matrimonio entre izquierda y democracia enfrenta un desafío: el
autoritarismo venezolano. Bajo el gobierno de Nicolás Maduro, Venezuela ha
caído en un nivel de represión política no vista en America del Sur desde
Pinochet y Stroessner. Hay presos políticos. Se mata con alarmante frecuencia a
chicos que salen a la calle a protestar (la última víctima fue Kluiver Roa, de
14 años). Y el gobierno se ha vuelto golpista. Maduro tilda de “golpista” a sus
opositores –algo que fue cierto en 2002, cuando muchos apoyaron al golpe contra
Hugo Chávez. Pero últimamente el único golpista ha sido el gobierno, que ha
removido (y en algunos casos, arrestado) a varios congresistas y alcaldes
electos. El caso más notorio ocurrió el 19 de febrero, cuando el alcalde de
Caracas, Antonio Ledezma, fue arrestado.
La
izquierda latinoamericana tiene que luchar contra el creciente autoritarismo y
represión estatal en Venezuela. Por obligación moral, pero también por su
propio bien.
La
derecha y la elite económica pueden vivir sin democracia. Los ricos no
necesitan elecciones para ejercer su influencia. Si uno posee dinero, las
puertas se abren en casi todos los regímenes.
Pero
la izquierda necesita la democracia. Como los pobres no tienen recursos
económicos, dependen de sus números para influir sobre la política. Los números
pueden convertirse en poder en las urnas (elecciones) o en la calle (la
protesta). Por eso, los sectores populares dependen de las instituciones
democráticas: más que nadie, necesitan elecciones y libertades básicas (como
las de asociación y protesta) para defenderse. Cuando desaparecen las garantías
democráticas, tarde o temprano, son los pobres los que sufren. Los sectores
populares siempre han sido las principales víctimas de la violación de los
derechos humanos en América Latina.
Pero
las instituciones democráticas son difíciles de construir. Por eso, la democracia
plena y estable ha sido la excepción, y no la regla, en la historia
latinoamericana. Si van a consolidarse, las instituciones democráticas se
tienen que cuidar. Se tienen que defender en toda circunstancia. Como señala
Eduardo Dargent en su libro Demócratas Precarios, es fácil defender los
derechos democráticos cuando nuestros rivales están en el poder.
Pero
la clave para la consolidación democrática es la situación contraria. Si
queremos instituciones democráticas fuertes, tenemos que respetarlas –y
defenderlas– aun cuando no nos conviene. Tenemos que defender los derechos de
nuestros peores enemigos políticos. Si no lo hacemos, estos derechos serán
siempre precarios. Si no lucho por los derechos básicos de mi rival, no puedo
esperar que estos derechos estén cuando los necesito.
Los
derechos democráticos son universales o no son nada. Solo echan raíces cuando
estamos dispuestos a defenderlos ante todos los gobiernos: amigos y enemigos;
izquierda y derecha.
Es
hora, entonces, de salir a defender los derechos democráticos de Leopoldo
López, María Corina Machado, Antonio Ledezma y otros líderes antichavistas que
están siendo perseguidos. Que quede claro: no me gustan López, Machado, y
Ledezma. Me caen mal. No comparto sus ideas. Cuando hay elecciones libres y
justas, espero que pierdan. Pero hay que defender sus derechos.
Es
cierto que en el 2002, estos mismos opositores fueron golpistas y que Hugo
Chávez fue la víctima. Felizmente, casi todos los gobiernos latinoamericanos
(incluyendo antichavistas como Cardoso, Fox, y Toledo) condenaron al golpe y se
negaron a reconocer al nuevo gobierno. (El gobierno norteamericano –bruto y
antidemocrático– apoyó al golpe).
Trece
años después, la situación se ha revertido. El gobierno de Maduro ha perdido la
legitimidad democrática. Ningún gobierno tiene el derecho de encarcelar y matar
a sus opositores. Electo o no, un gobierno que viola sistemáticamente a los
derechos democráticos pierde el derecho de llamarse democrático. Se convierte
en autoritario.
Si
el gobierno de Maduro ha perdido legitimidad democrática, hay que reconocer
como legítima la protesta que busca su caída. La movilización (pacífica) en
contra de un régimen caracterizado por presos políticos, violencia paramilitar,
y la criminalización de la protesta no es golpista. No es más golpista que las
movilizaciones contra Morales Bermúdez en 1977-1978. O la protesta contra
Fujimori el 2000. Fujimori tildó de golpista a Toledo y a los demás
organizadores de la Marcha de los Cuatro Suyos. No lo fueron. Y tampoco serán
los que salgan a la calle contra Maduro en los días que vienen.
La
izquierda latinoamericana –desde el PT brasileño hasta el Frente Amplio
peruano– debe apoyar a estas protestas. No solo porque callarse sería hipócrita
e inmoral, sino porque haría daño a la izquierda. El tremendo éxito de la
izquierda latinoamericana de los últimos años se debe a la democracia.
Abandonarla ahora sería suicidio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico