Editorial El País, España, 03/04/2015
El
principio de acuerdo que limita la capacidad nuclear de Irán tendrá
repercusiones globales
Es tanto lo que está en juego en la negociación entre las potencias
mundiales e Irán sobre su programa nuclear, y son tan extraordinarias las
repercusiones globales que esa negociación puede tener, que tuvo razón anoche
el presidente Obama al calificar de “histórico” el marco de acuerdo logrado
tras la maratónica negociación de Lausana entre el Grupo 5+1 e Irán. El pacto
definitivo debería alcanzarse en los tres próximos meses.
El presidente iraní, Hasan Rohaní, señaló que en
Lausana “se han alcanzado soluciones en los parámetros clave”. De forma mucho
más explícita, Obama señaló que el acuerdo es “la mejor forma de impedir que
Irán construya una bomba nuclear”. Y, consciente de lo que queda por delante,
añadió: “Si Irán miente, el mundo lo sabrá”.
En el laborioso tramo final, Obama había dicho desde Washington que las
negociaciones se prolongaran cuanto fuera necesario para materializar el
compromiso de Teherán de limitar su programa nuclear a usos exclusivamente
civiles. Irán, que necesita vitalmente la desaparición de las sanciones
internacionales, intentó obtener el cese inmediato de las mismas a cambio de
renunciar a la bomba.
El diablo está en los detalles; eso es lo que prolongó las reuniones de
Lausana y lo que seguirá sobre la mesa hasta el cierre de la negociación, a
finales de junio. El acuerdo general señala que Irán reducirá en un 75% su
infraestructura de enriquecimiento de material nuclear: sus arsenales de uranio
enriquecido pasarán de 8.000 kilos a 300. Y habrá un alto grado de verificación
de sus actividades. Si Teherán aplica este compromiso en seis meses, se
anularía el grueso de las sanciones y el país dejaría de ser un paria
internacional.
El afán de EE UU y sus aliados por conseguir acuerdos concretos está
íntimamente relacionado con las inmensas resistencias que la negociación ha
levantado en los republicanos, que controlan el Congreso y que han anunciado
que harán lo posible por obstaculizar cualquier avance, y con los temores de
dos de los aliados tradicionales de Washington en la zona, Israel y Arabia
Saudí. Jerusalén teme que la República Islámica construya finalmente la bomba;
Riad ve con preocupación que el régimen chií de los ayatolás adquiera mayor
protagonismo. A su vez, estos necesitan aplacar a los radicales alineados con
el líder supremo, Alí Jamenei, con la promesa de un calendario cercano de
levantamiento de las sanciones, en vigor desde 2006, tras descubrirse que
Teherán tenía un programa nuclear secreto desde 2002.
Además de neutralizar ese programa, la eventual reconciliación de
Washington y Teherán —su feroz enemistad empezó con el asalto de la Embajada de
EE UU, poco después del triunfo de la revolución islámica en 1979— alterará
los equilibrios regionales y servirá para reorganizar Oriente Próximo: afectará
a situaciones tan explosivas como las de Siria, Irak, Yemen y el conflicto
entre Israel y Palestina. Por eso no es exagerado entender el acuerdo como un
paso adelante crucial.
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