María Denisse Fanianos de Capriles 05 de mayo de 2015
@VzlaEntrelineas
Algunas personas creen que los corruptos
no tienen conciencia y que por eso viven “felices” derrochando todo lo que se
han robado y haciendo lo que les venga en gana, sin que su conciencia les diga
nada.
Hace días leí en el libro: “Diálogo de
la fortaleza contra la tribulación”, de Santo Tomás Moro, lo que él dice sobre
la conciencia de esta gente, que sí la tienen y tratan de mantenerla callada y
alejada porque sí les atormenta, y bastante.
A continuación copio las palabras
textuales de Santo Tomás Moro para que nos demos cuenta que nadie que obra mal
en esta vida puede ser feliz y vivir tranquilo consigo mismo, porque sabe que
tarde o temprano va a morir y que Dios le pedirá cuentas de todo lo que hizo.
Dice Santo Tomás Moro: “Imagina a un
hombre que abunda en prosperidad material y que está hundido en muchos graves
pecados que tiene por placeres. Dios, queriendo en su bondad llamarle a la
gracia, pone de vez en cuando un remordimiento en su mente, por ejemplo, al
acostarse, y le hace quedarse un rato pensando. Empieza entonces a recordar su
vida, y de ahí pasa a considerar su muerte: de cómo tendrá que dejar pronto
toda su riqueza en este mundo y desde ese momento marchar en solitario, sin
saber cuándo ni adónde tendrá que hacer ese viaje, ni vislumbrar qué compañía
encontrará allí. Empieza a pensar que sería bueno asegurarse y quedarse
tranquilo, mostrando de este modo ser prudente no sea que existan de verdad
esos espantajos negruzcos que la gente llama diablos, y cuyas torturas solía
tomar por cuentos”.
Y sigue: “Estos pensamientos, si calan
dentro, son una seria tribulación, y si agarra la gracia que Dios le ofrece con
ellos, una tribulación saludable. Le confortará mucho recordar que, por medio
de ella, Dios le llama a casa, fuera del país del pecado en el que tanto tiempo
vivió, a la tierra prometida que mana leche y miel. Si sigue esta llamada, como
hacen muchos y muy bien, su pena se hará alegría. Se gozará en cambiar de vida,
abandonar sus disolutos deseos y hacer penitencia por sus pecados, empleando
ahora su tiempo en mejores ocupaciones. En algunos, esta llamada de Dios causa
tristeza; les repugna dejar los pecaminosos deseos que cuelgan en sus
corazones, sobre todo si viven de tal guisa que se hace necesario o dejarlo a caer
todavía más en pecado. Si han hecho tanto daño que tendrían mucho que restituir
para seguir a Dios, mermando así notablemente su fortuna, estas gentes, ay,
están terriblemente angustiadas porque Dios, en su gran bondad, sigue
aguijoneándoles a menudo, y el dolor del remordimiento les punza el corazón y
huyen; y van a la carne buscando ayuda y ocupación, para librarse de tal
pensamiento. Arreglan entonces la almohada, reclinan con mayor cuidado la
cabeza e intentan dormirse y, cuando no lo consiguen, encuentran tema del que
charlar con los que yacen al lado. Si esto tampoco da resultado, se quedan
acostados ansiando que venga el día, y en cuanto llega, se lanzan otra vez a su
mundana bajeza, al tajo de su bienestar, a los pecados que más disgustan a Dios.
Y a la larga, pertinaces en su mala conducta, Dios los arroja del todo.
Entonces ni Dios ni diablo les importa: cuando el pecador alcanza el abismo
viene la desvergüenza, y entonces nada les importa sino sólo el miedo mundano
que puede sobrevenir al azar o el que debe de llegar a la fuerza (bien lo sabe)
por la muerte.”
Y cuando a esta gente le llega la muerte
Santo Tomás Moro dice lo siguiente: “Mas, ay, cuando viene la muerte, viene
otra vez su dolor. La blandura del lecho no servirá entonces de nada. Ninguna
compañía le hará alegrarse. Tendrá que dejar a un lado el honor y el consuelo
de su gloria, y yacer palpitando en su cama como si estuviera en un potro de
tormentos. Viene entonces el miedo de su mala vida pasada y el de su espantosa
muerte. Viene entonces el tormento de su conciencia onerosa y el temor del
juicio severo. El diablo le conduce a la desesperación con la imaginación del
infierno, pero ahora no le permite que se lo tome a broma. Y si lo hace, ese
miserable descubre que no es un cuento. Maldito el tiempo que la gente
desaprovecha sin pensar en esto”…
Sólo me queda decir que ante esas
palabras de Santo Tomás Moro, que demuestran lo triste y atormentada que es la
vida de un corrupto, yo sigo el consejo del Papa Francisco quien nos dijo a los
cristianos: “Recemos por los corruptos para que se conviertan, pidan perdón y
devuelvan ¡todo! lo robado porque si no los perros del infierno se chuparán su
sangre”.
María Denisse Fanianos de Capriles
@VzlaEntrelineas
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