Miguel Méndez Rodulfo 01 de mayo de 2015
A mediados de 1999 se realizó una
encuesta en Ecuador para determinar si la gente estaba de acuerdo con la
dolarización; la respuesta fue mayoritariamente negativa. Un mes después se
hizo una encuesta similar, pero la pregunta esta vez se refería a si convendría
que los sueldos y salarios se pagaran en dólares. Esta vez la respuesta fue
casi absolutamente positiva. Para la época el país venía de 20 años de una
economía inestable, que se reflejó también en crisis políticas. Para finales de
diciembre de 1999 la tasa de cambio de Sucres por dólares había llegado a 25.000
unidades; la inflación rondaba el 200%, había una crisis sistémica en el sector
bancario que había arrasado con importantes bancos y mantenía en zozobra a
muchas instituciones financieras medianas y pequeñas. Las tasas de interés de
los bonos y títulos del Estado pagaban intereses estratosféricos de cerca del
350%; el nivel informal de dolarización de la economía se movía entre el 60% y el 75%; el Banco Central Ecuatoriano,
en pocos meses de 1999, había quemado 1.200 millones de dólares de las reservas
internacionales en un intento inútil por defender la paridad del Sucre (igual
se elevó desde US$/S 5.000 hasta 25.000). Se había eliminado al IVA y creado un
impuesto a las transacciones financieras, que propició la desintermediación
bancaria; el gobierno había decretado una moratoria en el pago de su deuda
externa. Las tasas de interés nominal de los bancos rondaban el 60%; La
economía era un caos, había un enorme rechazo al gobierno y sobre todo una gran
desconfianza en la capacidad gubernamental para manejar la crisis.
La gente, que no tiene un pelo de tonta,
porque sabe defender instintivamente su patrimonio familiar, sin distinción de
clase social, se refugió en el dólar estadounidense, debido a que no existía
control cambiario, medida que un país como Ecuador no podía permitirse, por eso
nunca les pasó por la cabeza a sus gobernantes, tomar tal resolución. De manera
que coexistían las dos monedas en la economía, pero en tanto que al Sucre lo
rechazaban, al dólar lo adoraban. Era la moneda refugio. Tampoco había, como en
la Venezuela de hoy un enorme desabastecimiento, porque aquella era una
economía abierta y no se había atacado frontalmente, y perseguido, al sector
privado productor. Pero igual había un modelo económico fracasado,
caracterizado por alta inflación, debilidad del sistema financiero,
expectativas devaluacionistas permanentes, elevado valor del dólar y altísima
desconfianza en la moneda nacional. A mediados de ese año 1999 el gobierno
sorpresivamente decretó un lunes laboral como feriado bancario, pero a
continuación también decretó no laborable al martes. Abrieron los bancos al
público el miércoles, sin que el gobierno tomara medida alguna, con lo cual las
colas para cambiar Sucres por dólares aumentaron y en consecuencia la
desconfianza. El lunes siguiente el gobierno decretó un congelamiento de los
fondos de los particulares en los bancos que duró meses. Al término de ese
largo período, la gente igual reventó las colas para cambiar la moneda nacional
por dólares.
Así se llegó a enero del año 2000,
oportunidad en la que el gobierno se encontró en un callejón sin salida: o
estatizaban la banca y ponían obstáculos al flujo de capitales (control
cambiario), con lo cual la vía hacia la hiperinflación estaba servida, como ha
ocurrido históricamente en todo el mundo, o escogían la vía de la dolarización.
Se fueron como sabemos por la última opción, hace ya 15 años de este hito. Hubo
problemas de inflación severa el primer año 91% y en menor grado el segundo
año, 21%, pero luego la economía se estabilizó y de un salario mínimo
establecido en 1999 montante a 40 dólares, hoy es de 400. Este hecho por sí
mismo refleja lo acertado de haber escogido la vía de la dolarización
1/05/2015
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