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viernes, 18 de septiembre de 2015

Justicia de noche y niebla, por @davinci1412



GIOCONDA SAN BLAS 17 de septiembre de 2015

23 de julio de 1941. El Mariscal de Campo Wilhelm Keitel, personaje incondicional a Hitler, dicta una orden según la cual, en vista de la extensión de los territorios ocupados por los nazis, las fuerzas de seguridad disponibles sólo serían suficientes si cada acto de resistencia era castigado severamente por el ejército a través de una campaña de terror, con la intención de aplastar en la población toda inclinación a resistir.


En tal sentido, el 7 de diciembre de ese año Keitel firmó el Decreto de Noche y Niebla, que en su aplicación extrema conducía a la pena de muerte (Ingo Müller, Los juristas del horror; traducción C. A. Figueredo, 2006), condena que luego fue aplicada a él en 1946 cuando en los juicios de Nurenberg fue declarado culpable de crímenes de guerra, contra la paz y la humanidad.

Traigo esta historia a colación porque, salvando las distancias, en los últimos años los venezolanos no hemos hecho otra cosa que sobrevivir a una campaña soterrada de terror también dirigida a aplastar en nosotros toda inclinación a resistir. Así las cosas, el empeño del régimen se materializa en variados episodios de violencia: “razzias contra los pobres”, etiqueta que Provea coloca a las operaciones de “liberación del pueblo” (OLP) con que unas tropas de asalto usan la discrecionalidad del poder para arremeter contra todos; arrase fronterizo a una población desarmada; destrucción rabiosa y extrajudicial de humildes casas; detención ilegal de ciudadanos que expresan su disconformidad; amagos de “procesos judiciales” que ni siquiera guardan las formas mientras se atropellan los derechos humanos, se sentencia sin pruebas que sustenten los supuestos delitos y se condena a largos años de prisión, a sabiendas de que el sentenciado es inocente; todas demostraciones de la arrogancia de quienes se creen poderosos hasta la eternidad.

Nada más peligroso que una fiera herida. El régimen lo está y así actúa. A lo largo de 16 años, ha basado su aparente legitimidad en el terreno electoral, siempre en su beneficio. Pero ahora, hasta las encuestadoras más cercanas a su entorno le informan que su tiempo comienza a conjugarse en pasado, que el tramo a remontar es demasiado y que ya no hay con qué engolosinar a los antiguos seguidores porque los reales se acabaron, se los robaron o los dilapidaron. Ahora  decepcionados, los expartidarios miran hacia otros horizontes en busca de renovadas esperanzas.

El régimen se cree eterno. También Hitler y sus acólitos hablaban de los mil años del Tercer Reich; sólo les duró 12, que terminaron en los juicios en Nurenberg. Haría bien el régimen en recordarlo. Más temprano que tarde el régimen del terror será desplazado por ese tiempo de convivencia en el que los venezolanos podremos compartir civilizadamente nuestras diferencias y construir de cara al futuro.

Es entonces el momento de encauzar nuestra rabia y descontento por sobre los abusos, la miseria y la ilegalidad a que nos han llevado estos artífices del engaño. No es la hora de la mezquindad, es el momento de ver las virtudes de la unidad, hora de entender que sin unidad nunca podremos salir del atolladero, que las aventuras personalistas o de grupúsculos solo benefician a quien queremos vencer, que ya habrá tiempo en el futuro, una vez derrotado el adversario, para hacer tienda aparte, si así lo consideramos.

Para llegar a eso, un paso pero no el único, será votar el 6D. Por mucho que hablen las encuestas, el triunfo no está cantado, hay que trabajarlo. Prepararse para defender el voto, contrarrestar la labor disuasiva de los capos del poder y de algunos dizque opositores, es nuestro deber. Una tarea que no solo es de los líderes y candidatos, sino de cada uno de nosotros. Un compromiso militante.

En democracia, el voto es un derecho ciudadano; en dictadura, un acto de rebelión.

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