Por Arnaldo Esté
Con una torpe autosuficiencia
que tienen los que se sienten portadores de verdades trascendentes, se acudió a
un extremado abuso de bienes nacionales, bloqueos informativos y coacciones con
listas y amenazas. No obstante la derrota fue total. Solo hay que pensar cómo
hubiera sido si el gobierno no hubiera usado esos tapujos y artimañas.
Hay que sincerarse con el
país: dividido, improductivo, rentista, arrinconado por la violencia,
institucionalmente disfuncional, educativamente quedado y, sobre todo, con unos
valores y referentes débiles que poco ayudan a su cohesión.
Hay que reconstruir y esos
problemas son tan graves que no pueden ni siquiera abordarse y comprender
estando separados.
Esperaba, además del
reconocimiento ineludible de la derrota, un discurso sensato y verdaderamente
autocrítico del gobierno. Hasta ahora lo que recibimos es el chaparrón
continuado de amenazas e insultos, en el mismo estilo de la campaña finalizada,
que evade las verdaderas causas de la derrota y la crisis y olvida que la
mentira es una mala pedagogía social.
La autocrítica que he oído –y
visto– se resume a fallas funcionales, que las ha habido en abundancia, evitando
los conceptos, que son los que han fallado. Es de esperar que en las reuniones
y discusiones que se han programado se pueda profundizar evitando los
callejones y chantajes de la fidelidad y la sacralidad.
No señor gobierno, lo han
hecho muy mal. La han puesto. Muy pocas cosas le han salido bien.
Malgastaron los reales y no
les queda para comprar conciencias ni comida.
Fracasó su nunca bien
argumentado proyecto y es hora de cambiar: no tanto para sobrevivir como
organización política sino para sacar al país del hueco.
Los opositores han adelantado
ya un discurso de democracia y respeto que pareciera abrir las puertas hacia el
entendimiento, respeto hacia los otros,
La comprensión de nuestro país
y del contexto internacional obliga una actitud, si se quiere, metodológica, de
pragmatismo, si es que pragmatismo es ser creativo. Un mundo en cambio más
acelerado y una comunicación intensa que obliga la construcción de otras
realidades. Resultan trasnochados los lenguajes y visiones tradicionales mal
sobrevivientes del siglo XX o de la Francia del XVIII, que le facilitan el
trabajo a periodistas noticiosos y a líderes de barajitas: izquierda,
ultraizquierda, derecha, ultraderecha, imperialismo, fascismo, burguesía,
proletariado, socialismo, liberalismo. La reducción de estas complejidades a
las jaulas de ese lenguaje y las ideologías costrosas que están por detrás,
impide esa comprensión y llevan a posturas, alianzas y bloques endebles,
efímeros y costosos para los países menos poderosos.
Es natural que cada país, cada
potencia defienda y hasta trate de imponer sus intereses, y eso puede incluir
ideologías, no hay que ser ingenuo. Solo basta ver y tratar de ubicar los
países y culturas en el actual conflicto internacional (Siria, Irán, China,
Rusia, India por ejemplo), para encontrar que no caben en esas jaulas del
lenguaje y el pensamiento.
Es tiempo para la política.
Para los juegos y las relaciones que ella permite para los entendimientos.
La nueva Asamblea Nacional
debe ser el ambiente más legal e inmediato. Pero en las asambleas con
frecuencia se implanta la “democracia asamblearia”: un torneo de discursos y
vanidades que obstaculiza tanto la profundidad como la sutileza.
No deberían ser temas
inmediatos el enderezamiento del cuadro deplorable de las instituciones y los
poderes públicos. Los gobernantes, con sobradas –pero no justas– razones asoman
sus caras asustadas. Ya habrá tiempo y necesidad para ello en el camino de
profundizar la democracia.
Habrá que agregar otros
ambientes, tantos como la imaginación o la experiencia permitan. Foros de
especialistas, universidades, seminarios, operadores políticos… para llegar a
propuestas y acciones.
En lo inmediato el fogón esta
prendido: escasez de alimentos y medicinas, mantenimiento de los servicios
básicos, inflación, arranque de la producción, son cosas para ya y hay que
ponerse a trabajar.
Esas recientes intervenciones
de los más altos miembros del gobierno son desafiantes y provocadoras, muy
comunes en los acorralados. Puede ser fácil caer en ese juego y responder un
insulto con otro insulto o una marramuncia con otra. Un despeñadero que le
haría juego a su tradición contenciosa y polarizadora que les dio frutos, muy
costosos por cierto, para Venezuela. El manejo político necesario y la búsqueda
consistente de la concertación, manteniendo la iniciativa, debería ser la
respuesta.
12-12-15
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