Por Yoani Sánchez
Esta vez no resultaron ni los
engaños, ni el miedo. Como una mujer largamente amenazada por el marido
abusador, Venezuela le ha dado un portazo al chavismo y lo ha hecho con
determinación. A partir de ahora, para Nicolás Maduro será un calvario
gobernar. Con un partido en absoluta desventaja en el parlamento, al sucesor de
Hugo Chávez sólo le queda violar sus propias leyes para imponer la voluntad
presidencial.
El pueblo, ese mismo pueblo
que el presidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) invoca desde
la tribuna para justificar sus tropelías, ha dicho no al socialismo del siglo
XXI y al proyecto de país promovido por el oficialismo. Una negativa rotunda
contra una fuerza política bajo cuya gestión la nación sudamericana se ha
hundido en la inseguridad, la escasez, la corrupción y la más insostenible
polarización.
El hartazgo llegó. La gente se
cansó de tanto discurso crispado, del miedo en las calles, de la emigración
constante de los jóvenes y de una inestabilidad que lo roe todo y que en el
último año se ha agravado. Los electores también han penalizado con sus votos a
un partido que no ha sabido gobernar para todos, sino sólo para una parte de la
sociedad, a la que ha azuzado sistemáticamente contra quienes piensan
diferente.
Con la herramienta de las
urnas en sus manos, los venezolanos han impulsado un cambio de manera pacífica,
sin pisar la trampa de la violencia
Con la herramienta de las
urnas en sus manos, los venezolanos han impulsado un cambio de manera pacífica,
sin pisar la trampa de la violencia ni emprender una revolución armada. Maduro
ha recogido así los frutos de su pésima gestión. Sus declaraciones previas a
los comicios, entre las que incluyó la amenaza de luchar desde las calles si su
partido era derrotado, sólo le agregaron determinación a una decisión social
que ya estaba tomada. Con sus palabras, terminó cavando la tumba de su propio ejecutivo.
Porque hay un momento en que
el abusado se percata de que el abusador sólo es otro ser humano frágil, al que
se le puede derrotar. Ese instante llegó para la población venezolana este 6 de
diciembre, al demostrar con su voto que el chavismo no es eterno ni popular. Lo
ocurrido confirma la pérdida de ese temor que un autoritarismo de 17 años había
impregnado al país, esa enfermiza relación de dependencia y miedo con la que
quiso mantener paralizados a sus ciudadanos.
Los resultados
electorales también van contra la Plaza de la
Revolución de La Habana. En los oscuros entresijos de ese poder que lleva más
de cinco décadas sin convocar elecciones, se moldeó la figura de Hugo Chávez y
se intentó hacer lo mismo con Nicolás Maduro. Pero les ha salido mal la jugada,
porque se toparon con una población que ha reaccionado, una oposición que ha
sabido unirse a pesar de las diferencias y una comunidad internacional que
cerró filas en las críticas contra los métodos del PSUV.
El eje financiado desde
Miraflores y simbolizado por la bravuconería política de Chávez y la mediocre
prepotencia del actual presidente, empieza a desarmarse. Venezuela ya ve la
salida y acarrea tras de sí a una isla que aún no se atreve a parar el golpe de
un Gobierno abusador, cerrarle la puerta y dejarlo fuera del futuro nacional.
07-12-15
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