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viernes, 18 de diciembre de 2015

Mancillada y en ruinas, Carmen de Uria se niega a morir por @contrapunto


Por: Daniel Rojas


Son tres días que ningún venezolano debe olvidar, menos quien estaba en el litoral cuando la fuerza de la naturaleza arrasó con poblados y segó la vida de miles de personas


Fue en el año 2001 cuando Erwinson Mota retornó a la tierra que lo vio nacer. Después de dos años, dejó el refugio que habitó con sus familiares en el estado Portuguesa y decidió reencontrarse con su pasado inmediato: volvió a Carmen de Uria, el pueblo que durante la tragedia de Vargas, ocurrida en diciembre de 1999, quedó borrado del mapa.


Han pasado tan solo 16 años de esos días y su memoria se mantiene intacta, así como erizada su piel al recordar cómo 12 de sus parientes más cercanos desaparecieron cuando el río embravecido se los llevó, para siempre. Nunca consiguió sus cuerpos y, desde ese momento, cada lluvia lo lleva a ese recuerdo y el inmenso dolor que viene con éste.

“Perdí a mi abuela Gregoria Salinas, mi tía Camila, tías Inés, tía Teresa, tía Griselia, mi tío Guillermo, y sobrinitos y primitos. Los cuerpos de los vecinos que quedaron tapizados sí se consiguieron, pero los que se llevó el río no. No conseguí nunca a mis familiares”, relató quien solía ser el vigilante de la Escuela Carmen de Uria.

Él logró salvarse, pues corrió sin mirar hacia atrás y, haciendo caso omiso al estruendo que brotaba desde las entrañas de la tierra, se resguardó en una venta de pescados.

“Ahí estuvimos desde la mañana hasta la tardecita. El deslave empezó desde las 4:00 de la mañana y el río comenzó a crecer a esa hora. Todo esto se lo llevó desde las 9:30 a 10:00 de la mañana. De allí nos fuimos al Tigrillo y nos sacaron en helicóptero. A los dos días pudimos regresar y conseguimos cadáveres por todas partes”, rememoró.

“A mis familiares los conseguí buscando en varias partes de Caracas, en el Poliedro. En La Gran Colombia conseguí a mi mamá, a mi papá y a mi abuela, y a otros en El Valle”, puntualizó Mota, quien ahora se dedica a la construcción.


El recuerdo latente

Carmen de Uria, pueblo que se emplazaba en un estrecho valle con salida al mar Caribe, fue declarado camposanto luego de que aproximadamente 800 de sus habitantes murieran trágicamente tras esa erupción fluvial provocada por las incesantes lluvias de los días 15, 16 y 17 de diciembre de 1999.

Las zonas más afectadas por ese desastre natural fueron las costas de los estados Vargas, Miranda y Falcón. Producto de ello,miles de personas fueron desplazadas y pueblos enteros quedaron devastados, así como universidades, grandes hoteles, clubes, importantes comunidades y vialidad.

Pero Carmen de Uria se niega a desaparecer y hoy se alza triste y digna entre la polvareda, el sol fulgurante, la melancolía de sus piedras, las ruinas de sus viviendas, las cabillas que ahora cualquier persona roba y que sirvieron de soporte para las casas, la iglesia desprovista de gran parte del techo, el botadero de basura en el que han convertido al pueblo y la poca gente aferrada a continuar allí, aunque la montaña trasera y los alrededores sean el recuerdo viviente de la devastación sufrida.

Entre el recuerdo y la desidia

Cuando el equipo de Contrapunto llegó a Carmen de Uria, el señor Erwinson Mota pintaba de blanco algunas piedras decorativas dispuestas a las afueras de la Iglesia de Carmen de Uria, o lo que quedó de ella.

Hoy, 16 de diciembre, se oficia la misa anual con la que los sobrevivientes y demás varguenses recuerdan a sus muertos y piden a la Virgen de Fátima que interceda para que el gobierno regional cumpla con la promesa de restaurar el templo religioso y convertir al destrozado pueblo en un parque recreacional conmemorativo, tal como lo ordenó, en 2005, el fallecido presidente Hugo Chávez.


“El mismo gobernador (Jorge Luis García Carneiro) vino para acá y propuso un proyecto, pero eso quedó en veremos”, recordó Mota, mientras señala que justo detrás de donde conversamos se erguía su casa, donde perdió a sus 12 familiares. La vivienda estaba ubicada frente a la iglesia.

Él y quienes se mantienen fieles al recuerdo de Carmen de Uria reclaman a las autoridades haberlos olvidado, por eso con recursos propios pintan paredes del templo, barren, ponen flores y organizan todo para la homilía.

También limpian la imagen del inmenso Jesucristo de yeso que siempre se ha mantenido impávido en la iglesia. Y es que durante el deslave, la mitad del templo quedó anegado y la estatua católica solo perdió el brazo derecho.

“Nunca hemos querido arreglarla porque esto queda como un recuerdo de lo que nos pasó. Dios nos ayudó ese día para que el río dejara de destruir nuestro estado”, dijo Mota.

El Corazón de Uria aún Palpita

Julio Díaz, a raíz de la tragedia que también lo enlutó a él con la pérdida física de cinco familiares suyos, creó el grupo El Corazón de Uria aún Palpita y desde entonces se ha dedicado a tratar de conservar la memoria colectiva para que Carmen de Uria no quede en el olvido.

“Cuando se cumplieron los 10 años de la tragedia el gobernador vino y entró en la iglesia, estuvo un rato sentado, después salió, y esto me da rabia porque uno se siente engañado, porque dijo que acá se respiraba una paz grandiosa y que ayudaría a restaurar la iglesia y la casa parroquial, pero no pasó nada”, afirma con pesar.

Sin embargo, sin la colaboración gubernamental, los varguenses conmemorarán el décimo sexto aniversario de estos tres días que cambiaron sus vidas.

Carmen de Uria fue famoso por sus heladitos de vaso con los más diversos sabores, por los pozos en la montaña y las olas para los surfistas. Hoy da cobijo a muy pocas familias, a una fábrica de lanchas, un depósito de vehículos destartalados y un botadero de escombros.

Hacia ese lugar, ahora inmundo, mira y señala Julio Díaz. “¿Usted ve esa mata grande que se ve allá, detrás del basurero? Esa era mi casa, teníamos mamones y una mata de mangas, eran sabrosísimos. De eso no quedó nada, nos quitaron todo, ni siquiera tengo título de propiedad”, lamenta el lugareño, ahora errante entre Naiguatá y Barquisimeto, estado Lara, donde compró un terreno y construyó su casa.

“De Uria se acuerdan para botar escombros o poner estacionamientos de chatarra, pero nunca para hacer un homenaje a los sobrevivientes", manifiesta Díaz.

Esos sobrevivientes son los que se rehusan a irse, o son los que regresan mirando entre los escombros esperando encontrar a sus muertos. Esos sobrevivientes son los que miran a los visitantes con los ojos apagados por lo inolvidable y son los mismos que aún, cuando miran esa inmensa montaña en lontananza, se estremecen al recordar que la furia del agua que brotó por debajo de la tierra les cambió la vida para siempre.

16-12-15




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