Por Vladimiro Mujica, 11/12/2015
Probablemente nunca ha sido más cierto que en la Venezuela de hoy, que
los tiempos de la esperanza y los de la celebración son tiempos distintos. Sin
duda que no hay manera de disminuir la magnitud de la victoria política para
las fuerzas de la resistencia democrática que significa la elección para la AN
del pasado domingo. Pero tampoco hay modo de minimizar el reto y los riesgos
que esta victoria conlleva. Se abren los tiempos de la esperanza, pero hay poco
tiempo para celebrar.
Por un lado está la evidencia de que la oligarquía chavista pretende
vaciar de contenido la elección de la nueva AN al recurrir a maniobras
anti-constitucionales para obstaculizar la acción legislativa, entre ellas la
más prominente el nombramiento apresurado de los magistrados del TSJ. Parece
improbable que haya una amnistía a los presos políticos y ya Maduro ha asumido
una actitud abiertamente beligerante y confrontacional, tanto sobre una
eventual ley en esa dirección como sobre otras posibles acciones legislativas.
Todo ello augura tiempos muy difíciles. El poder y la capacidad para hacer daño
que todavía conservan el gobierno y el chavismo como movimiento son
considerables. La oposición requerirá de mucha capacidad de liderazgo político
para impedir que se ate de pies y manos a la AN. Allí está el primer reto, y la
naturaleza profundamente no democrática y de apego al poder del régimen
venezolano indica claramente, como si hicieran falta más señales en esa
dirección, que la oligarquía chavista está dispuesta a hundir al país
arrastrándolo en su propia caída.
Pero tanto como a las amenazas provenientes del chavismo hay que
temerles a las que pueden provenir del interior de las propias fuerzas de la
oposición. Es el momento de recordar las conductas que nos trajeron a Chávez
para que terminemos por comprender el efecto catastrófico que puede tener el
repetirlas. En muchos aspectos, Chávez fue el hijo más genuino de la tragedia
de degradación de la democracia y el sistema de partidos políticos en
Venezuela. Una tragedia que se gestó durante muchos años de juego irresponsable
del liderazgo del país y de los propios ciudadanos. Los unos por no hacer nada
frente a la exclusión y la pobreza crecientes y que después vendrían a
alimentar el resentimiento cultivado magistralmente por el Comandante; y, los
otros, la gente, fundamentalmente la clase media que votó por él en la primera
elección donde Chávez fue electo presidente, por escoger la terrible opción de
que no podíamos estar peor y de que había que darle un chance al “hombre a
caballo”, como lo llamaba Manuel Caballero. Esa combinación letal de
anti-política y de dar por sentada la democracia, pacientemente difundida desde
importantes medios de comunicación y acariciada por muchos de los que hoy son
perseguidos por el chavismo, pero que hace 20 años creyeron oportunista e
ingenuamente que se podían aprovechar de la buena estrella del Comandante para
desplazar a las élites gobernantes, nos trajo la catástrofe de la cual tenemos
una oportunidad para librarnos y construir un mejor país.
Por huir de los perros de la corrupción, corrimos hacia los lobos del
autoritarismo aún más corrupto y atrasado del chavismo. Recordar hoy esa
lección es esencial para que nuestros parlamentarios entiendan a cabalidad la
naturaleza histórica de su compromiso con la existencia misma de Venezuela como
nación viable. A todo ello hay que añadirle que la oposición toma una tajada de
la conducción de los asuntos del Estado en uno de los peores momentos de la
crisis económica y social. El así llamado voto castigo contra el infausto
gobierno de Maduro no es producto de la conducta cívica del venezolano sino del
cansancio de la gente con el calvario en que se ha convertido la vida y muerte
de los venezolanos. Pero la oposición no está en capacidad real de resolver los
problemas de la nación, porque para ello haría falta un tipo de acuerdo social
y político de todo el país al cual estamos muy lejos de llegar. Así que es muy
importante decirle la verdad a la gente, para que se entienda con meridiana
claridad que lo que ocurrió en la elección es solamente el primer paso en un
difícil sendero. Y para que la reacción de algunos sectores sociales
acostumbrados al empoderamiento salvaje y la impunidad estimulados por años de
populismo no nos tome por sorpresa cuando la situación económica y social no
mejore a la velocidad que la gente podría esperar.
No hay otra manera de decirlo: los ciudadanos le tenemos que exigir al
liderazgo opositor y muy especialmente a nuestros representantes en la AN que
se ejerza la política con ética de servicio público, algo que en Venezuela,
desafortunadamente, no ha sido la norma histórica. Sin duda que la unidad fue
esencial para que se diera el milagro del pasado domingo, pero ahora esa unidad
que sirvió para actuar en el escenario de la polarización, tiene que servir
para propiciar la reconciliación del país. De ella, si hacemos las cosas bien,
emergerá la nueva Venezuela. Parafraseando a mi querido Chúo Torrealba en una
de sus expresiones más afortunadas: después de la experiencia ominosa del
chavismo, el liderazgo opositor tendrá que educar al país en el uso de la
palabra poder, como verbo y no como sustantivo. El poder no como meta en sí
mismo sino como capacidad para transformar nuestra realidad.
Como son las cosas, la democracia en Venezuela tiene una segunda
oportunidad. Esperemos que después de todos estos años de existencia a
contramarcha del progreso hayamos entendido que ni la democracia, ni su
compañera inseparable, la libertad, pueden darse nunca por sentadas y que los
ciudadanos debemos actuar todos los días para protegerlas.
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